De entre los nueve filmes nominados este año en la categorìa del Oscar a Mejor Pelìcula, el tercer largometraje del director y escritor Kenneth Lonergan, Manchester By The Sea, es uno de los más originales y osados. Y es que a diferencia de las otras nominadas, esta película no es una biopic inspiradora, no enarbola causa social alguna, no está a la defensa de ningún grupo racial, no se finca en la nostalgia y tampoco ofrece moralejas ni mensajes edificantes.

Además, su estructura narrativa es tal que exige suma atención a su público. Es ruda con el espectador: sin aviso previo, la guillotina del editor Jennifer Lame cae y con un simple corte nos encontramos en un flashback que va descubriendo los por qués del protagonista. Y es que los recuerdos no avisan, llegan de repente en el tren de pensamiento, por ello la edición abrupta y sin guía alguna.

Pero si todo lo anterior ya es suficiente como para hacer de esto una película notable (y una de las más osadas entre las nominadas), el verdadero show es su protagonista, el abrumadoramente extraordinario Casey Affleck. Contenido la mayor parte del tiempo, manejando con soltura las pausas, los silencios, la mirada y las expresiones no verbales. El menor de los hermanos Affleck (a ver si ya le aprendes algo a tu hermano, Ben) hace un dibujo increíblemente complejo de un hombre común trastocado por la tragedia. Una bomba siempre a punto de explotar.

Lee Chandler (Affleck) es un tipo huraño y malhumorado que trabaja como conserje en un conjunto de departamentos. Su mal humor y su parquedad son el equivalente a un tren descarrilado que se mueve por mera inercia: vive en un cuarto con un agujero en la pared que no merece ser llamado ventana, odia tener que aguantar las estupideces de los inquilinos a los cuales atiende, va al bar y le molestan los lances de las chicas que lo quieren ligar pero no duda en liarse a golpes con los parroquianos del lugar nomás porque lo voltearon a ver feo. Un auténtico desastre.

Y entonces suena el teléfono. Una llamada le informa que su hermano ha muerto y, como última voluntad lo ha dejado encargado de la custodia de su sobrino, un adolescente llamado Patrick (Lucas Hedges en valiente tête-à-tête con Affleck). ¿Cómo es posible que un tipo en ruinas como Lee pudiera estar capacitado para hacerse cargo de un adolescente que empieza a abrirse a la vida como Patrick?

Poco a poco se irán revelando los motivos que llevaron a Lee a convertirse en este personaje tan oscuro y a la vez entrañable. El cine de Lonergan no es uno que se maneje por estereotipos amables. Sus personajes usualmente son entes perdidos (que no antihéroes), personajes rotos a los que la tragedia no los ha hecho más fuertes (ese cursi cliché de los optimistas) sino al contrario, los ha convertido en seres casi amargados.

Estaríamos en el fatalismo más atroz a no ser porque en su guión, Lonergan mismo entiende los mecanismos del drama no como un flujo imparable de tragedias sino como eventos que de tan trágicos abren espacios para el humor. La más extraña cualidad de esta cinta es que en medio de su drama resulta en momentos francamente graciosos, que emparentan este filme no sólo al teleteatro europeo sino con la sobriedad dramática de cierto cine asiático (pienso en el Hirokazu Koreeda de De tal Padre, tal Hijo).

No es cosa menor que una película como esta resulte nominada al Oscar. Estamos frente al anti Hollywood, un cine donde no hay héroes ni villanos, donde no hay redención ni optimismo, de actuaciones parcas, sin one-liners y plenas de silencios, donde la tragedia no es un bautismo de sangre de donde surjan mejores seres humanos sino todo lo contrario: la oscuridad nos engulle y escupe las peores versiones de nosotros mismos.

@elsalonrojo

@filmsteria

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