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Hay una cualidad irrefutable en Room, el sexto largometraje del dublinense Lenny Abrahamson basado en la novela homónima de Emma Donoghue: su capacidad para provocarnos una sensación de reclusión, claustrofobia y desesperación durante todo el filme. Para bien -y para mal- Room es una película que exaspera.
La cinta inicia presentándonos a dos prisioneros, madre e hijo, que viven encerrados en un pequeño cuarto con una estufa, una cama, una mesa, un baño y nada de ventanas. Sus únicas vías de comunicación con el exterior son un pequeño domo en el techo que apenas y permite ver el cielo, así como las constantes visitas de su captor, al que conocemos simplemente como Old Nick, mismo que les lleva víveres a través de una puerta de metal con enorme cerrojo y chapa electrónica.
De inicio no se dan más datos del porqué están encerrados, ni cuánto tiempo llevan ahí, pero Joy (Brie Larson con un Oscar ya en sus manos) se ha encargado de que su pequeño hijo Jack, de apenas 5 años y que nunca ha conocido el mundo exterior, no pierda la inocencia.
Así, en una mezcla entre el Castillo de la Pureza (Ripstein, 1973) y La vita è bella (Benigni, 1997), Joy se encargará -siempre desde el cautiverio- de la educación de su hijo, de jugar con él y de crear todo un universo de imaginación mediante el cual Jack mantiene intacto su espíritu infantil ante el horror que les rodea.
Esta primera mitad de la cinta es la más interesante y mejor resuelta en todo el filme. Con un manejo por demás inteligente de los espacios, el cinefotógrafo Danny Cohen nos permite ver esta “Habitación” con los ojos del pequeño Jack: un universo en expansión donde cada elemento tiene vida y significado, un enclave mágico donde no existe la maldad ni el dolor, un espacio infinito encerrado en apenas algunos metros cuadrados. Jack vive en dos prisiones, la habitación que lo encierra y la “Habitación” que él mismo se crea en su mente (siempre con ayuda de su propia madre) para subsistir.
Brie Larson asume con auténtica convicción su doble papel de madre amorosa y de mujer desesperada; ella es el filtro que impedirá que la psique de su pequeño hijo tenga contacto con el horror inhumano que los encierra. Nosotros, el público, seremos los testigos de este terror dual, donde por un lado resulta conmovedor el mundo infantil de Jack y al mismo tiempo desespera el ominoso encierro físico y la prisión mental (por más bonita que esta sea) en la que lo mantiene su propia madre. Ya para entonces la cinta detona preguntas inevitables ¿por qué no escapan?, ¿desde cuándo están encerrados?, ¿quién es su captor? y, más importante, ¿Joy hace lo correcto al no intentar escapar y mantener a su hijo encerrado en ese mundo de fantasía?
Por su parte Jack (el niño revelación Jacob Tremblay) demuestra las suficientes tablas como para sostener con gracia el extremo close-up, la narración en off, y el tête-à-tête con Larson. Con un corte de pelo larguísimo, que le impregna cierto carácter andrógino al personaje (interesante subtexto respecto a la sexualidad no asumida del niño), el pequeño infante y su madre viven atados con un cordón umbilical invisible pero vital.
Finalmente, Joy encuentra la forma de romper el cautiverio y es entonces cuando sucede un segundo nacimiento para Jack, quien en su vida habìa visto los árboles, las hojas, a otras personas o animales. El mundo se abre vasto ante sus ojos lo cual plantea interrogantes cuasi existencialistas: ¿Cómo puede ser la reinserción a la sociedad de alguien que ha vivido confinado durante toda su vida?, ¿qué le hace a la mente de un niño semejante experiencia?, ¿cómo se modifica la percepción de la realidad?
Mientras más se abre el mundo exterior, más pequeña se hace esta cinta. Siempre exasperante, aunque por diferentes razones, el guión -escrito por la misma autora del libro- decide eludir las interrogantes obvias y convertir esto en un melodrama lleno de lugar comunes que no sólo la emparentan con una telenovela sino que la alejan por completo de la interesante y perturbadora cinta que comenzaba a armarse en la primera mitad de este injustamente nominado largometraje.
Si bien es claro que la película no pretende nunca estar en los niveles de hiperrealidad de un Michael (Schleinzer, 2011) -brutal cinta sobre un pederasta que mantiene secuestrado y encerrado a un niño-, resulta un increíble desperdicio echar todo por la borda en pos del melodrama más facilón que puede haber. Una Rosa de Guadalupe pero con presupuesto. Una cinta exasperante por su planteamiento inicial y desesperante por tantas oportunidades desechadas.
Twitter: @elsalonrojo
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