México ha vivido sucesivos periodos de aislamiento y de activismo internacional.

uestra incomunicación precolombina concluyó cuando, en palabras de Octavio Paz, México fue “forzado a abandonar su soledad histórica.” A ello siguieron tres siglos de marginación, pues como lo constató el Barón von Humboldt, la Nueva España vivía aislada. Tras la independencia se buscó salir del ostracismo, pero la política exterior esencialmente tuvo que ocuparse de las agresiones externas.

Merced a la estabilidad y progreso de la dictadura porfirista, finalmente se desplegó una diplomacia activa que se utilizó como palanca de apoyo para el despegue económico. La Revolución de 1910 nos retrajo nuevamente, tanto por la guerra civil en curso, como por las intervenciones de las potencias opuestas a las reivindicaciones nacionalistas que se enarbolaron. En los años previos a la Segunda Guerra Mundial volvimos a incursionar en el escenario internacional mediante una destacada actuación en la Sociedad de las Naciones y en las grandes crisis de la época. Ello anticipó el dinámico papel que desempeñamos al involucrarnos en el nuevo conflicto mundial, pero a partir de 1945 de nuevo nos replegamos para no ser arrastrados hacia la confrontación Este-Oeste de la Guerra Fría. Con el inicio del periodo de Détente surgido a raíz de la crisis de la Cuba revolucionaria, el presidente Adolfo López Mateos reactivó la actuación externa, que ya fue continuada y ampliada por sus sucesores.

La mayoría de esos ciclos de aislamiento (más largos que los de activismo), fueron causados por factores internos o externos que impidieron defender y promover adecuadamente los intereses nacionales, y que el país se mantuviera al día respecto al globalizado desarrollo económico, social, tecnológico, científico, cultural, educativo etc. No de menor importancia, el ensimismamiento hizo más decisivo el ya de por si determinante factor geopolítico, concentrándose más nuestros nexos en el vecino del Norte. Paradójicamente, cuando abandonamos el mercado cerrado de la sustitución de importaciones y del desarrollo estabilizador para incorporarnos a las grandes corrientes económicas, dicha realidad geopolítica, las repetidas crisis económicas de fin de sexenio, los condicionamientos impuestos en los reiterados rescates financieros, el neoliberalismo de los gobiernos de la época, y la resignada actitud de que la dependencia de EU era inevitable, nos condujeron a un TLCAN que no se acompañó de una inteligente diversificación. México salió al exterior porque su economía se abrió, pero se arrinconó en América del Norte (www.eluniversal.com.mx/articulo/walter-astie-burgos/nación/mexicoglobalizado-o- arrinconado del 27/07/2018).

Por ende, dejamos de tener una política hacia Estados Unidos por considerarse que las relaciones binacionales ya estaban institucionalizadas y encarriladas. Sin embargo, con la lamentable elección de Trump nos dimos cuenta -como admitió el Presidente Peña Nieto en la última reunión de embajadores- que fue un error poner tantos huevos en la misma canasta y no tener estrategias para enfrentar el inesperado desafío. El sesgado enfoque economicista de nuestras relaciones exteriores, nos hizo perder la habilidad política que tuvimos en otras épocas para lidiar con Washington.

El reciente vuelco electoral mostró claramente que la ciudadanía exige un cambio de proyecto de nación, que necesariamente debe incluir a la política exterior. Pero como ha ocurrido muchas veces en el pasado, el debate nuevamente se centra entre quienes pugnan por un mayor activismo o aislacionismo, lo que abordaremos en la segunda parte.

Internacionalista, embajador de carrera
y académico

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