Los autócratas populistas de izquierda y de derecha (Putin, Erdogan, Orbán, Xi Jing Ping, Kim Jong-un, los Castro-Díaz Canel, Maduro, Evo Morales, Trump, etc.) manipulan descaradamente para desinformar, confundir, polarizar e imponerse. Por ende, han constreñido la crisis venezolana a un falso y maniqueo debate: ¡o estás con Maduro, o estás con Trump!

Por una parte y ante el fracaso de la revolución bolivariana –último ensayo de una ideología fatídica para América Latina porque, como lo patentiza Cuba, imita a las dictaduras de derecha-, los fanáticos de izquierda y varios de esos autócratas abogan por la permanencia del bufonesco dictador tropical, arguyendo que representa la democracia, la voluntad popular, la soberanía nacional, bla, bla.

En el lado opuesto y a pesar de poseer la poderosa arma de comprar casi la mitad del petróleo venezolano, Washington emerge sorpresivamente después de tolerar por 20 años el desafío bolivariano, y reconoce al también sorpresivamente proclamado “presidente encargado” Juan Guaidó. La desconfianza no es gratuita: las intervenciones de EUA –directas o encubiertas- en favor de la “democracia y la libertad” han sido infernalmente contraproducentes para el “beneficiado.” El recelo es mayor hacia los republicanos, porque como desde Ronald Reagan están al servicio de oscuros intereses corporativos, invadir paises por su petróleo es parte de la agenda ultraconservadora (recomiendo ver la película “Vicepresidente” para recordarlo). A pesar de lo anterior, reconocer a Guaidó no necesariamente implica servilismo a Trump, sino aceptar la opción disponible más viable para acabar con la dictadura.

Por eso la respaldan 18 miembros de la Unión Europea, el Parlamento Europeo (en el que están representados los partidos europeos de izquierda), el Grupo de Lima en el que participan 12 naciones latinoamericanas y Canadá, y otros países.

Frente a esas posiciones contrapuestas que, como destaqué en mi artículo anterior (Democracia-DHversus Geopolítica-Ideología del 06/02/2019), defienden más intereses ideológicos, petroleros, económicos y geopolíticos que a la democracia y los derechos humanos, México propone negociaciones entre las partes en conflicto. Empero, como el mediador debe ser imparcial y varios integrantes de Morena son furibundos admiradores de Maduro, Guaidó rechazó la oferta. Uruguay se sumó a la iniciativa mexicana, pero como tampoco garantiza la imparcialidad requerida por ser socialista, se conformó un grupo más amplio con ocho países de la Unión Europea y cinco latinoamericanos. Este “Grupo Internacional de Contacto” se reunió en Montevideo, donde afloraron las discrepancias y no todos suscribieron el comunicado final. México, Bolivia y los representantes de la Comunidad del Caribe (Caricom) consideraron que contenía elementos injerencistas, como exigir se realicen elecciones transparentes.

El “Mecanismo de Montevideo” propuesto por México, Uruguay y el Caricom que contempla negociaciones en cuatro etapas, no gustó a los demás porque no exige realizar elecciones y prolongará la permanencia de Maduro, quien obviamente aceptó la iniciativa. El meollo del desencuentro fue la distinta interpretación del principio de no intervención.

En virtud de que nuestro gobierno lo enfoca ideológicamente, lo interpreta dogmáticamente en forma incongruente con nuestro pasado histórico y con las realidades del siglo XXI, anteponiendo convicciones políticas a los valores superiores de la democracia y los derechos humanos. Ese sesgo ideológico nos está conflictuando y aislando de nuestros principales vecinos y socios históricos, económicos, políticos, culturales, etc., y colocándonos al lado de Maduro, de Castro-Díaz Canel, Daniel Ortega, Evo Morales, Putin, Erdogan, Kim Jong- un, etc.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.

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