Recién visité Londres y constaté la enconada polarización entre partidarios y opositores del BREXIT. Ello deriva en una prolongada crisis política, social y cultural que impide materializar el divorcio de la Unión Europea, que fatalmente ocurrirá si el Trump británico -Boris Johnson- se convierte en Primer Ministro. Una de las causas de ese absurdo histórico, es el rechazo a la migración. Resulta muy contradictorio que una nación que, por su pasado imperial-colonial, acoge a miles procedentes del Commonwealth, rechace a los provenientes de Europa del Este (principalmente polacos) que ingresó a la UE. No es tanto una cuestión racial sino de identidad cultural: son occidentales, blancos y rubios, pero a diferencia de la colorida pluralidad étnica de los llegados del Commonwealth, no hablan inglés ni están imbuidos en los usos y costumbres británicas. Quienes los repelen arguyen que trastornan la idiosincrasia inglesa y su forma de vida. El BREXIT, en síntesis, es la expresión de la difundida y creciente xenofobia hacia el extranjero que migra.

Aunque la migración centroamericana en México no es nueva, se ha intensificado con el fenómeno de las caravas que se dirigen a Estados Unidos. Aunque el nuevo gobierno mexicano ofreció distanciarse de la tradicional doble moral oficial –se les acoge para que continúen hacia EU, pero en su vía crucis son extorsionados, vejados, violados, secuestrados, asesinados, etc.-, la acentuó. Tras de inocente y torpemente incentivar el flujo migratorio –incluso de otros continentes- al ofrecer puertas abiertas y visas humanitarias, se doblegó a las presiones de Washington aceptando impedir que lleguen a la frontera Norte. Con todo realismo debe reconocerse que, el detestado Trump, obligó a nuestro gobierno a cumplir su responsabilidad de no permitir que la frontera Sur siga siendo penetrada ilegalmente. También se aceptó que la nueva Guardia Nacional (soldados y marinos disfrazados de GN) funja como US Border Patrol, pues en suelo mexicano detiene indocumentados para que no crucen la línea divisoria. A mayor abundamiento, los deportados por EU permanecerán en 11 centros (¿campos de concentración?) de nuestras ciudades fronterizas, hasta que los vecinos decidan si les dan asilo. Asumiremos su manutención durante meses o años por ser “tercer país seguro” de facto.

Para compensar a los “hermanos centroamericanos” por el maltrato policiaco-militar ordenado por la superpotencia, se les otorgan 100 millones de dólares, de los cuales ya se entregaron “sin condiciones ni controles” 30 a El Salvador. Como los ineptos e irresponsables gobiernos del Istmo –nunca se les reclama ser los causantes del problema- no se ocupan de sus pueblos, absurdamente también asumimos la responsabilidad de desarrollar a Centroamérica.

Todo lo anterior (que por inmanejable nos conducirá a una grave crisis humanitaria) se aceptó a cambio de no incluir en el T-MEC disposiciones sobre energía-petróleo, no obstaculizar su aprobación, y no imponer aranceles a nuestras exportaciones. Contradictoriamente, el presidente condena el neoliberalismo, pero defiende a cualquier costo el tratado de libre comercio que es elemento toral del muy neoliberal Consenso de Washington. Contradicción tras contradicción.

Justificadamente o no, se ha desatado la xenofobia porque, teniéndose la mitad de la población en pobreza, sufriéndose estancamiento económico, ínfima creación de trabajos y brutales recortes de presupuestos, de empleos gubernamentales y de programas sociales, se da trato preferente a los centroamericanos para tranquilizar la conciencia de un gobierno de izquierda, que se pone al servicio del derechista y racista Trump.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses