Mi reciente viaje a Roma fue nostálgico, ya que mi primer puesto en el exterior fue como Representante Alterno de México ante la FAO en esa ciudad. También porque pertenezco a una generación influenciada por la cultura popular italiana que, lamentablemente, ya no existe. Admirábamos a irrepetibles actores como Sophia Loren, Silvana Mangano, Gina Lollobrigida, Marcello Mastroianni, Vitorio Gassman, Ugo Tognazzi, etcétera, y mucho aprendimos de gigantes de la cinematografía neorrealista italiana como Fellini, Rossellini, de Sica, Visconti o Pasolini. Nos deleitábamos con las canciones del Festival de San Remo, y aprendimos el idioma no por futuros beneficios profesionales, sino por su belleza y cercanía al nuestro. Contribuyeron a nuestra formación otras importantes influencias: de Francia, de España (a pesar de que ni relaciones diplomáticas teníamos), de Gran Bretaña, de América Latina, etcétera. Todo fue remplazado por la intrascendente banalidad de Rambo, de los Avengers, los transformers, de Madona o Justin Bieber: para las nuevas generaciones lo externo se limitó a McDonald’s, Disneylandia o el Super Ball. Ello ocurrió a partir del TLCAN, cuando nuestro horizonte internacional se redujo a Estados Unidos: el slogan panista de “mas México en el mundo y más mundo en México”, y el priista de “actor con responsabilidad global”, en realidad significa, como lo destacó en esta misma página Emilio Lezama, “México perdido en el mundo”.

El pragmatismo economicista con el que se han conducido nuestras relaciones externas, desechó la sabiduría histórica de diversificarlas. Porfirio Díaz forjó la complementariedad económica con el vecino, pero estrechó los vínculos con Europa como contrapeso. Venustiano Carranza ya no pudo apoyarse en el viejo continente por los problemas derivados de las reivindicaciones nacionalistas de la Revolución de 1910, pero inició el acercamiento a la muy desatendida América Latina. Lázaro Cárdenas busco salir del aislamiento posrevolucionario y casi exclusivo vínculo con EU, mediante un decidido involucramiento en la convulsiva Europa de su tiempo, que incluyó una destacada actuación en la Sociedad de Naciones. En el mundo bipolar de la Guerra Fría, López Mateos reinició el activismo de nuestra política exterior e impulsó una amplia diversificación, que más tarde fue ampliada a todos los continentes por Echeverría. Las acciones en pro del desarme mundial nos valieron un Premio Nobel de la Paz. Aunque la suscripción del TLCAN por Salinas de Gortari se acompañó de la concertación de otros tratados de libre comercio (ya suman 12 con 46 países), el equilibrio no se logró. En un evento académico realizado en ProMéxico hace unos años, resalté la gravedad de que nuestro comercio se concentrara en Estados Unidos en un 80% y tuviéramos déficit con todos nuestros socios salvo EU. Otro de los participantes, estimado negociador del TLCAN, argumentó que al suscribirlo se logró paralelamente una gran diversificación. ¿Diversificación en el 20% restante? Como otro 10% se realiza con la Unión Europea, solo sobra un 10% para diversificar entre alrededor de 160 naciones. Teniendo en cuenta que en reciprocidad a nuestra entrega estamos recibiendo insultos y patadas de Trump, no fue de extrañar que, en la última reunión de embajadores del pasado enero, el presidente Peña Nieto reconociera que fue “un error poner todos los huevos en la misma canasta”.

En virtud de que esa profunda y riesgosa concentración no ha sido únicamente comercial, sino en todos los rubros incluyendo el cultural, es imprescindible que nuestro próximo gobierno incluya, como parte de la nueva política exterior que anuncia, un inteligente y realista esquema de diversificación estratégica que atenué nuestro arrinconamiento en Norteamérica.

Internacionalista, embajador
de carrera y académico

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