Recientemente EL UNIVERSAL nos recordó que, hace 100 años, ocurrió la pandemia más devastadora de la historia: la influenza española que, de acuerdo con la OMS, mató a más de 100 millones de personas entre 1918 y 1919. Este brote pandémico fue un fenómeno recurrente, pero las condiciones creadas por la cruenta Primera Guerra Mundial provocaron que tuviera dispersión y letalidad nunca vistas. Aunque no ha vuelto a ocurrir una catástrofe similar, sí se registran pandemias cíclicas: malaria, dengue, cólera, difteria, fiebre amarilla, VIH-SIDA, Zika, Ébola, gripe aviar y porcina (como la AH1N1 que afectó a México en 2009), etc. Una de sus causas es el cambio climático: la OMS señala que además de la devastación causada por la propia alteración del clima, fomenta la propagación de enfermedades transmisibles, prolonga la temporada de transmisión y amplía su distribución geográfica. El Global Health Forum añade que, como dicho calentamiento se traduce en enfermedades, hambrunas y desastres naturales, se afecta a 325 millones de personas, de las cuales mueren más de 300 mil cada año.

La fatal combinación de pandemias y calentamiento global constituye la más grave amenaza a la existencia de la vida sobre el planeta, pero algunos, por ignorancia, demagogia, conveniencias políticas, ideológicas y económicas, prefieren desentenderse del descomunal problema y desviar la atención de los incautos hacia amenazas secundarias, reales o ficticias. George Bush hijo protegió a las poderosas corporaciones que más contaminan (petroleras, gaseras, carboníferas, eléctricas, automovilísticas, industriales, etc.) argumentando que no hay pruebas científicas de que el aumento de la temperatura sea causado por el hombre, y escogió como enemigo sustituto al terrorismo. Si bien fueron espectacularmente mediáticos los criminales ataques terroristas de septiembre de 2001, la realidad es que en ese año solo murieron alrededor de 3 mil estadounidenses a manos terroristas, pero en cambio fallecieron 14 mil por SIDA; 20 mil por armas de fuego; 30 mil por suicidio y 700 mil por afecciones cardiacas. Las prioridades en materia de seguridad no se determinan de acuerdo con el número de muertos, sino de los intereses políticos.

Donald Trump, que desplazó a Bush como el peor presidente de la historia del país, igualmente califica al calentamiento global como fake news o vil hoax (engaño), por lo que sacó a EU del Acuerdo de París de 2015, eliminó regulaciones que protegían al medio ambiente, prácticamente desmanteló e inutilizó a la Environmental Protection Agency (EPA) y dio rienda suelta al capitalismo depredador de la naturaleza.

Aunque la Organización Meteorológica Mundial afirma que el poder destructivo de los huracanes se intensifica por la alteración climática, los demagogos populistas y sus ciegos seguidores prefieren vivir en el ficticio reino ideológico de la mentira, el engaño, la postverdad o las alternative realities. Sin embargo, la sabia madre naturaleza no se deja engañar, e inexorablemente cobra un alto precio por la estupidez humana. La inexistencia de sustento científico pregonado por Bush, fue brutalmente desmentida por el huracán Katrina que devastó Nueva Orleans en 2005. El huracán María que arrasó Puerto Rico en 2007 mostró a Trump que no se trata de fake news, pero minimizó el problema responsabilizando a los demócratas (¿?) de exagerar los daños. Ahora enfrenta al monstruo de Florence, pero para no admitir su ignorancia, equivocación e irresponsabilidad, seguramente no culpará de sus estragos en Carolina del Norte y del Sur al alterado clima, sino a los demócratas, a los migrantes, a los aliados europeos, a los mexicanos o a los extraterrestres.

Internacionalista y académico

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