Como todos los dichos y hechos de Donald Trump, su “nueva estrategia de seguridad nacional 2017” resultó ser otro slogan publicitario para consumo de su reducida y no educada base electoral. No se trata de una posición de Estado seria, profesional, fundamentada y realista, sino de viejos conceptos que no corresponden a las descomunales amenazas del siglo XXI, muy subjetivos, desfasados de la realidad, que intencionalmente confunden la seguridad nacional con la internacional, contradicen la política exterior que se ha seguido, y obviamente tienden a legitimar las rupestres, populistas y nativistas ideas del “America First”. En otras palabras: las amenazas a la seguridad no son las que objetivamente existen, sino las que a Trump & Company conviene que existan.

Al igual que en la extinta Guerra Fría, se asigna la prioridad a la amenaza tradicional estatocéntrica, hoy día representada por “las potencias revisionistas” de China y Rusia. Contradiciendo lo anterior, de la retórica anti-china de la campaña se ha pasado a un zalamero acercamiento a Pekín, cediéndole torpemente importantes espacios en su ascenso a la primacía global. Merced a la sospechosa simpatía de Trump por Putin, también se ha facilitado a Rusia pasar al segundo lugar. Michael T. Klare afirma que, en consecuencia, se ha colocado a EU en un tercer lugar. Como entre estas amenazas igualmente figuran los “dictadores regionales”, podemos preguntarnos si esa vaguedad incluye a los autócratas árabes petroleros cercanos a Trump y a su familia. Otros peligrosos monstruos “a modo” son los “terroristas yihadistas” y las organizaciones criminales que “propagan las drogas y la violencia.” Cabe recordar, empero, que desde el 11/7/2001 no ocurrió otro ataque de terroristas foráneos: todos los atentados han sido de lunáticos autóctonos o de musulmanes radicales nacionalizados. En 2017 sólo murieron a manos de fundamentalistas 71 estadounidenses, pero fueron asesinados 33 mil 880 (93 diarios) por sus propios connacionales. Por lo que hace a drogas, amén de que no hay ninguna política para frenar la demanda porque es más cómodo responsabilizar del brutal problema a la oferta, tenemos que, de los 64 mil fallecidos en 2016 por sobredosis, dos terceras partes sucumbieron por el redituable negocio de los analgésicos opiáceos recetados. ¿El enemigo está fuera de la casa?

La estrategia, adicionalmente, anula mágicamente las “nuevas amenazas” típicas de nuestro siglo: cambio climático, desastres naturales, pandemias, pobreza, escasez de recursos, crecimiento demográfico, etcétera. A pesar de ser las más peligrosas y urgentes por su potencial destructivo del planeta y la humanidad, para el presidente son fake news sin sustento científico, prefiriendo navegar con las postverdades y alternative realities que inventa. El New York Times señala que continúa actuando como en su reality show del Aprendiz, y vive en la burbuja mediática de la televisión, a la que compulsivamente dedica entre 4 y 8 horas diarias. Ello explica que los enemigos del país no sean los reales, sino los suyos: los demócratas, la prensa liberal, los opositores, los que piensan diferente y se ven diferente, los migrantes, los que no votaron por él, los que no comulgan con sus ideas, etcétera. En síntesis, lo que se trasluce de dicha estrategia es que las verdaderas amenazas a la seguridad son su irrealidad, inseguridad, inmadurez, ignorancia, incompetencia, mentiras, improvisación y descomunal narcisismo. Esto lo están confirmando las revelaciones del reciente libro-bomba (Fuego y Furia) de Michael Wolff, que Trump ya convirtió en best seller por oponerse a que apareciera.

Internacionalista, académico
y diplomático de carrera

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