El 16 de mayo se dio un paso decisivo en la investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones del 2016 y la posible colusión de Donald Trump. El Comité Selecto de Inteligencia del Senado emitió un primer informe bipartidista, concluyendo que el gobierno ruso sí intervino para favorecer la elección de Trump. Ello contradice el informe previo de los republicanos del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes que lo negó, deslegitima la obsesiva campaña de negacionismo de la Casa Blanca, pulveriza el argumento de Trump de que se trata de una cacería de brujas en su contra, y restituye credibilidad al expediente de enero de 2017 de las agencias de inteligencia (“Assesing Russian Activities and Intentions in Recent US Elections”), que fue vilipendiado como falso, tendencioso y corrompido. El informe también precisa que el mandatario ha sido negligente al no reconocer ni responder adecuadamente a esta grave amenaza a la seguridad nacional. A reversa de las conclusiones finales y de las que presente el fiscal especial Robert Mueller, los resultados parciales que se tienen, el hecho de que se han fincado cargos a varios ex colaboradores de Trump, y que el Departamento del Tesoro sancionó a 19 rusos y a 5 entidades de ese país, dejan ver claramente que no se trata de mentiras, alternative realities, fake news o cacerías de brujas.

Por ende, el mismo día 16 el cada vez más acorralado Trump recurrió a sus consabidas estridentes tácticas de levantar cortinas de humo que desvíen la atención (ver mi artículo del 15/1217). Reunido en la Casa Blanca con funcionarios republicanos del estado de California y obviamente en presencia de la prensa, calificó a los migrantes ilegales como “animales”. Aunque después argumentó que se refería a los criminales de la Mara Salvatrucha centroamericana, el daño, la ofensa, la humillación y la denigración ya estaban hechas. La ola de críticas que se desató le facilitó redireccionar la atención de los medios y de la opinión publica lejos del Russiangate. Adicionalmente, la inauguración de la nueva embajada en Jerusalén el día 14 (ver 15/12/17) concentró en su persona los reflectores internacionales; no sólo por la patada que le dio a la ONU y sus resoluciones, sino porque hizo gala de su nepotismo enviando como representantes oficiales a su hija y yerno, dejando en claro que Israel le debe el favor a él. El improvisado embajador estadounidense, David Friedman, señaló en la ceremonia inaugural que el radical cambio de la política estadounidense se debe a la “visión, coraje y claridad moral” de Trump (¿?), y que siguen comprometidos con el proceso de paz, mismo que prácticamente murió con las protestas de los palestinos que ocasionaron más de 50 muertos y 2 mil heridos.

El esclarecedor informe senatorial virtualmente paso desapercibida merced a la nueva cortina de humo, cuyo costo fue heridos, muertos, la aniquilación del proceso de paz, la agudización de las tensiones en el Medio Oriente, la intensificación del racismo, la amplificación del odio, la mayor degradación de los migrantes, la intensificación de la polarización en la sociedad estadounidense, el deterioro de la ya de por sí muy maltratada relación con México, etcétera. Lo más preocupante es que, en la medida en que avancen las averiguaciones que involucren al ocupante de la Casa Blanca en el Russiangate, acentuará sus irracionales exabruptos para tratar de evitar lo inevitable, siendo su chivo expiatorio preferido México. Como bien lo precisaron 27 psiquiatras en su libro The Dangerous Case of Donald Trump, sus múltiples deficiencias mentales, éticas y morales lo hacen ser un mandatario peligroso.


Internacionalista, embajador
de carrera y académico

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