Últimamente he tenido varios pacientes que me han dejado pensando, que han marcado mi quehacer profesional. Son chavas súper agradables y en mi opinión, guapas. Van de los 15 a los 45 años y todas, absolutamente todas están muy interesadas (y estresadas) con cómo se ven y en que su cuerpo sea “perfecto”. De hecho, una me dijo tal cual: “antes muerta que gorda”.

Me quedé helada.

Alguna ya intentó miles de dietas y el plan conmigo sólo es uno más, la otra hace ejercicio en exceso y quiere hacer más con tal de no subir ni medio gramo, una más ayuna y no prueba los carbohidratos a pesar de tener hijas que le preguntan por qué está siempre de mal humor, otra más suda frío antes de subirse a la báscula y llora cuando conoce su peso. Así viven. Aferrándose a una talla de ropa, a un cuerpo que no debe cambiar con el paso de los años, a una imagen que ven en revistas y en su imaginación.

Creo que la pasan mal. Sufren.

Y los que estamos fuera de eso y las vemos, estamos fallando. No podemos, no debemos, verlas morir en vida y no sólo no hacer nada sino celebrar su obsesión y obstinación.

Como papás hemos fracasado si a nuestras niñas les hemos enseñado que sólo valen por lo que pesan. Como mamás no deberíamos enseñarles a nuestras hijas la angustia de ser más flaca que ellas. Deberíamos de dejar de preocuparnos por la talla de la ropa (una de ellas corta las etiquetas para que nadie vaya a enterarse de que es talla 8 y no 4).

No se quién me preocupa más, si la chiquita de 15 o la chava de 45. La de 15 tiene una vida por delante para sanar sus emociones y encontrar lo que realmente vale, pero la de 45 siente que si sube de peso no va a poder tener una pareja nunca más. Y eso que sólo pesa 52 kilos.

La de 30 tendrá que aprender a comer lo que le da tanto miedo, la de 32 deberá dejar de pensar en la talla de sus pantalones, la de 21 deberá moderar el ejercicio que hace porque si sigue así las lesiones no la van a dejar vivir en paz. La de 39 deberá dejar de compararse con sus amigas. La de 29 tiene que dejar de comer a escondidas. Y así…

Mujeres inteligentes preocupadas por cómo se ven, no por cómo se sienten o por quién realmente son. Mujeres hermosas que creen que no lo son. Mujeres con un poder infinito pero que dirigen a dónde más les duele.

¿Cuál es mi objetivo con todas ellas? Enseñarles que comer puede ser placer. Que se puede comer de todo y sin miedo. Que desayunar, comer y cenar sólo son momentos del día para nutrir su cuerpo. Que eliminen no lo que “engorda” sino lo que no les hace sentir bien o les hace daño. Que se puede salir con amigos o ir al cine sin terror. Ayudarles a que identifiquen qué están haciendo mal y qué están haciendo bien, que reconecten con sus sensaciones y sus emociones.

Ellas, todas, cuando les pregunto cómo se sienten o cómo comieron en los días que no nos vimos, siempre se juzgan y exigen demasiado. Ninguna me dice que lo hizo bien, todas creen que podría haberlo hecho mejor. Todas están frustradas y molestas porque no hicieron todo lo que según ellas debían hacer. Todas se “regañan” por lo imperfecto de su alimentación.

Creen que podrían haber hecho más ejercicio, o mejor ejercicio, o diferente ejercicio. Creen que comieron de más, de menos, a una hora que no debían, que probaron un postre, un puño de palomitas, 2 almendras de más y todo eso merece penitencia. Siempre les falta agua, les sobra café o refresco de dieta, nunca duermen lo suficiente o hacen lo que deben. Nunca están satisfechas ni con su cuerpo ni con su esfuerzo.

Para mi hay que enseñarles el valor de lo que si hacen, de lo que han logrado, de lo que valen independientemente al peso que tengan. Para mi todas ellas están físicamente bien, emocionalmente mal. Como la mayoría de las mujeres que estamos expuestas a imágenes de cuerpos perfectos pero inmersas en ambientes obesogénicos.

La verdad es que si, es como para volverse locos. No debemos permitir que nuestras niñas (y cada vez más niños) tengan esas exigencias en su corazón, en sus ojos y en su mente. Tratemos de enseñarles lo que valen desde otro lugar. Tratemos de educar una mejor generación de personitas. Tratemos, porque de otra manera, los seguiremos exponiendo a todo este dolor innecesario.

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