Cada Año Nuevo es un ritual el plantearnos propósitos. Asimismo, es un ritual que muchos de ellos vayan dejando de cumplirse, o incluso que los deseemos sabiendo lo difícil que será alcanzarlos, por lo que los olvidamos enseguida. Y sin embargo, el sentir que cumplimos propósitos es una necesidad no sólo para nuestro desarrollo profesional, sino también personal y colectivo. Saber que logramos el trabajo que queríamos, por ejemplo, nos permite acceder no sólo a una mayor estabilidad financiera y mejor futuro, sino también a una mayor satisfacción con nosotros mismos. Y personas que en cadena logran sus propósitos, resultan en una sociedad que también los alcanza. De ahí la importancia de que el plantearnos objetivos en esta y cualquier otra fecha, no sea sólo una tradición.

¿Pero qué es lo que nos permite finalmente alcanzarlos? A mi parecer, nuestra perspectiva de las cosas, o como muchos le llaman, la visión que tenemos de la vida. Una visión de no rendirnos, de disfrutar los esfuerzos porque sabemos que valen la pena, y de encontrar una retribución en la satisfacción de saber que vamos avanzando.

Y si cualquier meta se puede lograr con esta manera de pensar, entonces vale la pena utilizar la educación para generar una mentalidad que vaya en ese sentido. Vale la pena tener una educación que forme en visión, incluso antes de formar en conocimientos, cosa que desgraciadamente, en la mayoría de los casos no sucede. ¿Qué instrumentos utilizar entonces, para cambiar esta realidad?

En primer lugar, los lineamientos oficiales de la Secretaría de Educación Pública, generalmente marcados en las asignaturas de los planes y programas de estudio. Así, en nuestro país contamos con materias como Formación Cívica y Ética para Educación Básica, y en Media Superior las tenemos relativas al Desarrollo Humano y Plan de Vida. El Nuevo Modelo Educativo también plantea como una de sus innovaciones la enseñanza en la Inteligencia Emocional. El problema con estos contenidos, es que suelen ser considerados de poca importancia; bastante obvios como para ser tratados con los alumnos. En cambio, si fuesen bien tratados, sería verdaderamente otro su impacto.

Por otra parte, los maestros son imprescindibles a la hora de moldear mentalidades. Ellos pueden contribuir a generar una visión propositiva con el comportamiento que tienen frente al salón de clases. Los profesores que establecen un clima de alegría, de motivación y de aprendizaje de los errores son los que nos marcan de esta manera. Las actitudes de los profesores no son de menospreciarse.

Y por último, está el pilar que más interviene: la familia. Como bien ha sido ya demostrado en la investigación educativa, el aprendizaje está fuertemente influenciado por el contexto, y el medio en el que más conviven los niños y niñas es su núcleo familiar. Pero hace falta que pongamos más atención en este punto, porque lamentablemente las familias piensan en ocasiones que la tarea de educar se reduce a la escuela.

La educación que esperamos para 2018 es una que nos permita progresar en lo individual, para así progresar en lo colectivo. Los contenidos de la escuela son imprescindibles, pero nunca lo serán más que las actitudes que nos permiten vivir; actitudes que nos pueden encaminar a conformarnos siempre con lo que tenemos, o bien, al progreso, mediante el planteamiento de objetivos que somos capaces de alcanzar. Renovemos, pues, los instrumentos con los que contamos, para que con las asignaturas, los maestros y las familias, este Nuevo Año les permita saber a nuestros niños y jóvenes que sus sueños no son meras utopías, y que los doce propósitos no tienen por qué ser un mero ritual más.

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