Como nunca, la llegada de un nuevo presidente ha suscitado sentimientos tan encontrados. De un lado, el brillo de un nuevo sol, tan diferente y deslumbrante como los 30 millones de votos con los que eclipsó a todos sus adversarios. Del otro, las sombras que acechan y amenazan con oscurecer el gran día: el dólar a más de 21, la Bolsa en caída libre y una economía inerme ante las acechanzas del exterior: la baja en los precios de un petróleo que producimos cada vez menos; la desaceleración global y hasta la amenaza trumpista del cierre de nuestra frontera por la irresoluble crisis de migrantes.

Del 1º de julio a la fecha, hemos vivido en el frenesí de una hiperactividad nunca antes vista en un gobierno electo. En todo momento se ha evidenciado una prisa sin pausa y sin freno por derruir lo anterior y reinventar al país. En ese afán incesante, ha habido sin duda señales alentadoras como el nuevo enfoque sobre las drogas, por ejemplo. Pero también pronunciamientos y hasta decisiones históricas que influirán en un sentido o en otro en el rumbo del país. La cancelación del NAICM en Texcoco es una herida abierta que todavía no sabemos si va a cicatrizar algún día o permanecerá infectada y anticipando gangrena. Con ella, el nuevo gobierno abrió un frente empresarial que no se puede ocultar con imágenes forzadas. Pero no es el único: de los 32 gobernadores que hay en el país, 25 del PAN y el PRI han comenzado una suerte de rebelión por el tema de los superdelegados; los medios de comunicación están contra la pared por la advertencia de cercenar a la mitad la publicidad oficial; la alta burocracia inicia la desbandada por la baja en sus ingresos; gran parte de organizaciones civiles —aun las calificadas de izquierda o progresistas— están cuestionando severamente determinaciones como la militarización o el método de selección para un fiscal independiente.

En paralelo, el avasallamiento de Morena, también en el Congreso, se manifiesta en iniciativas que parecieran justicieras pero cuyos métodos y falta de consenso han derivado en consecuencias nefandas incluso antes de ser presentadas y debatidas formalmente. Ahí están, por supuesto, las desapariciones de comisiones bancarias y la privatización de las Afores. El protagonismo de algunos de los legisladores triunfantes es el mismo de quienes han sido ungidos desde ahora en tareas de gobierno y se comportan ya con una arrogancia que oscila entre lo insoportable y lo ridículo.

Por todo ello y más, el desgaste ha sido tremendo. Si nos atenemos a la reciente encuesta nacional de EL UNIVERSAL, la aprobación del próximo presidente ha caído nueve puntos en tan solo tres meses. Y aunque en la misma se reconoce que AMLO sigue contando con la aprobación de más de la mitad de la población mexicana, el decrecimiento no deja de ser un aviso sintomático. Curiosamente, una encuesta de Mitofsky sobre el fin de la presidencia de Enrique Peña Nieto, nos revela que su aceptación creció seis puntos. ¿Casualidad o causalidad?

Por lo pronto, todos los ojos y oídos y si se quiere los cerebros y los corazones, estarán puestos en lo que habrá de decirnos Andrés Manuel López Obrador cuando al fin sea investido como Presidente de México este próximo sábado 1º de diciembre.

¿La prolongación de la incertidumbre? ¿El fin de todos los miedos? ¿El nacimiento de la esperanza?

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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