Desde hace algunos días México está pasmado. No se toman decisiones importantes en espera de los resultados electorales. Pareciera ser que, para bien, o para mal, México será otro por obra y gracia del nuevo presidente.

Sin embargo, se nos olvida que este México está conformado por muchas instituciones fuertes, que garantizan estabilidad y la economía de nuestro país no está en manos del gobierno, sino de una gran infraestructura productiva y comercial operada por el sector empresarial.

Aun así podemos decir que el impacto de esta campaña electoral fue total y absolutamente negativo. Generó un entorno de confrontación, desconfianza y puso en evidencia algo muy importante: que nuestras instituciones son fuertes para controlar a la sociedad, pero están al servicio del gobernante en turno y su equipo, pues no sólo han sido incapaces de frenar y castigar la corrupción, sino que la han solapado al ofrecer a los funcionarios de alto nivel un entorno de impunidad.

También esta campaña ha puesto en evidencia que todos los actores políticos del país siempre se protegen entre sí bajo un acuerdo implícito y sobreentendido de “hoy por ti y mañana por mí”. Sin embargo, cuando alguien se sale del acuerdo y se vuelve peligroso, el sistema se vuelve implacable para destruirlo bajo el argumento de aplicar la ley.

Sin embargo, podemos concluir esta idea manifestando que ese dicho que promete que “no hay mal que dure cien años” se cumplió y por fin terminó el suplicio de tres meses de campañas, con el acoso de llamadas telefónicas inoportunas para promover un candidato, exceso de demagogia en los spots, acaparamiento de los noticieros y los espacios en la prensa escrita, como si aparte de las campañas pocas cosas importantes sucedieran en el país. Lo peor ha sido la contaminación visual por doquier.

Ahora es tiempo de pensar en los nuevos retos que surgen a partir del próximo lunes dos de julio, si es que para ese día ya hay presidente electo.

Si gana la elección quien hoy encabeza las encuestas, va a ser muy importante que más que salir a festejar y agradecer el voto, salga a ofrecer garantías a la comunidad financiera de México y el mundo, así como al sector empresarial, de su respeto a la propiedad privada y a la autonomía de los mercados y no ejercer acciones restrictivas.

Además, quien haya ganado la elección, sea quien fuere, tendrá que planear un gran proyecto de comunicación pública que tenga como objetivo rescatar la confianza y la credibilidad como un valor fundamental de la salud emocional de la sociedad mexicana.

México es un país desconfiado, como bien lo escribió Octavio Paz en su obra clásica El laberinto de la soledad, editado en 1950. Sin embargo, había valores en esa época y entre ellos estaba el valor de la palabra.

Hoy entre “fake news”, rumores, descalificaciones y otros instrumentos de comunicación destructivos, se ha dinamitado la confianza.

Un país sin confianza carece las mínimas oportunidades de luchar por un proyecto de futuro.

Tradicionalmente en nuestro país las instituciones públicas han minimizado el rol de la comunicación, seguramente por desconocimiento del tema. Se ha confundido la información con la comunicación, que no son sinónimos, sino dos conceptos diferentes.

La información es simplemente un proceso que consiste en dar a conocer algo. Por ello el gobierno mexicano difícilmente conecta con la ciudadanía. Siempre se habilita a alguien que no es profesional de la comunicación como responsable de esta función y termina convirtiéndose simplemente en un vocero y en el interlocutor ante la prensa.

Sin embargo, la información por sí sola es incapaz de cambiar actitudes y generar cambios profundos en la sociedad.

En contraste, la comunicación pública es un proceso que inicia con información, pero requiere de estar a la expectativa esperando la respuesta de la sociedad para retroalimentarse y poder así satisfacer posteriormente sus expectativas.

Un programa integral de comunicación, en el sentido correcto, es capaz de persuadir, generando fenómenos de opinión pública para cambiar actitudes y guiar a la sociedad hacia un gran proyecto de beneficio colectivo.

Un proyecto de comunicación pública es interactivo y convoca a la sociedad a participar con entusiasmo en un gran proyecto nacional.

La comunicación debe ser el gran proyecto del próximo gobierno para rescatar el tejido social a través de la confianza y la credibilidad.

¿Usted cómo lo ve?

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