La doctora Olga Sánchez Cordero, quien será la próxima secretaria de gobernación en el gobierno federal, ha convocado a la sociedad a sumarse en la búsqueda de soluciones para lograr la pacificación de México, por instrucciones precisas de quien será el próximo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien externó su apertura total a valorar alternativas.

La pacificación y disminución de la violencia no podrá darse sin atacar su origen, que es el crecimiento de la delincuencia.

Es de llamar la atención que por primera vez un funcionario de este nivel jerárquico, quien tiene el antecedente de haber sido ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y quien hoy se encuentra en retiro respecto de esta institución, reconoce la gravedad del nivel de violencia, lo cual tradicionalmente ha sido minimizado por los funcionarios en el cargo, quienes han llegado al extremo de maquillar estadísticas y ocultar información.

Esta actitud de la doctora Sánchez Cordero significa un paso adelante en la solución de este grave problema.

Sin embargo, es un problema complejo que debe resolverse en dos vías paralelas: la primera de ellas es frenar la actividad delincuencial en la vida cotidiana, que es donde seguramente se enfocarán los esfuerzos.

Sin embargo, hay otro ámbito más sutil, que es combatir el crecimiento de la narcocultura, que como un cáncer contamina los valores sociales y genera fenómenos psicosociales que impactan el ADN moral de las nuevas generaciones.

Tradicionalmente la sociedad ha rechazado a los delincuentes y estos han conformado el lado oscuro de su realidad. Hoy, sin embargo, el impacto de las narcoseries televisivas ha ido seduciendo a la sociedad, generando una imagen idealizada de su estilo de vida.

La imagen de los delincuentes, a partir de las narcoseries y el fomento de la narcocultura, genera, cierta admiración. A partir de esta idealización viene el interés por dedicarse a los negocios ilícitos e integrarse a algún cártel en busca de poder, dinero, lujos y mujeres, sin estar conscientes de los graves riesgos que esto conlleva.

A su vez, cuando las familias de estos jóvenes que empiezan una carrera delincuencial empiezan a percibir una mejoría económica a través de él, empiezan a justificar esta actividad con argumentos de tipo moral, convirtiéndose de esta forma en protectores de su familiar y sin darse cuenta, se vuelven cómplices pasivos de la delincuencia organizada.

Esto ha traído una nueva cultura, la del dinero fácil.

Antiguamente éramos educados bajo el paradigma de que la única forma de tener una vida cómoda era a través del trabajo, mucho esfuerzo, paciencia y ahorro, a fin de construir un patrimonio.

En cambio hoy las nuevas generaciones se resisten a tener paciencia para construir un patrimonio y esperan encontrar caminos al dinero fácil, lo cual solo es posible a través de la corrupción, cuando se tiene el acceso a los tomadores de decisiones en la adjudicación de contratos del gobierno, o en caso contrario, a través de la delincuencia.

La posibilidad de morir violentamente a corta edad, viviendo en el ámbito de la delincuencia, no logra tener un efecto disuasivo en esta nueva generación, pues los jóvenes delincuentes asumen los riesgos bajo la premisa de que es mejor disfrutar de pocos años de bonanza y lujos, que una larga vida de limitaciones, como la de sus padres y ancestros.

La gravedad de este fenómeno es que no puede ser frenado de forma directa, ni con campañas mediáticas ni por la vía jurídica, pues se corre el riesgo de fortalecer lo que se quisiera combatir.

Atacar de forma obvia a este fenómeno cultural y mediático, generaría como resultado la promoción y fortalecimiento de estas series. Además, podría ser interpretado como un acto represivo y atentatorio al derecho a la información que asiste al público televidente, que las disfruta pues están muy bien producidas, como al derecho de expresión de quienes generan estos contenidos culturales.

La forma de neutralizar este fenómeno debe ser sutil y utilizando los mismos recursos creativos que han generado este fenómeno.

El reto es complicado y requiere de una gran estrategia de comunicación. Sin embargo, de no enfrentar el reto, el proyecto de pacificación y disminución de la violencia será una batalla perdida, porque entre más fuerte sea el combate frontal a la delincuencia, sin blindarlo con estrategias de impacto social y cultural, más se estimulará su crecimiento.

¿Usted cómo lo ve?


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