El Fideicomiso de Morena para la reconstrucción, creado para apoyar a los damnificados del sismo de 2017, ha detonado nuestras indefiniciones políticas, que deben ser abordadas, y ha exhibido nuevas realidades.

Al margen de consideraciones jurídicas, la imposición de la multa a Morena, siendo el partido creado por el presidente que gobernará a México a partir del primero de diciembre, proyectó al INE como una institución con autoridad y con independencia y eso es una buena noticia.

Sin embargo, también puso en evidencia que la ley ha reducido a los partidos políticos al rol limitativo de maquinarias electorales.

No se acusa a Morena de haber utilizado al fideicomiso para manipular dinero con fines electorales, ni por actos de corrupción, ni por nada parecido. Ha sido multado este partido por transgredir ciertas restricciones que limitan su operatividad. Una iniciativa filantrópica fue castigada por no ajustarse a la ley. Una buena intención, con un mal resultado.

Hasta hace pocos años, los partidos eran institutos políticos en toda la extensión de la palabra, que tenían infraestructura para generar proyectos, organizar actividades de impacto y beneficio social, proponer a través de sus legisladores políticas públicas y en síntesis, eran organismos públicos que interactuaban con la sociedad. Su presencia con la ciudadanía era cercana.

Los malos manejos financieros y la desconfianza generaron regulaciones que pretenden controlar el uso de los grandes presupuestos.

Sin embargo, hoy están totalmente regulados pero han perdido cercanía con la sociedad, viviendo una crisis tal que las elecciones ya no las ganan los partidos, sino los candidatos.

El fenómeno que vivimos en las pasadas elecciones no fue el encumbramiento de un nuevo partido, que es Morena, sino el triunfo personal de Andrés Manuel López Obrador, que arrasó y convirtió en ganadores a todos los candidatos que estaban vinculados con él y Morena fungió como una marca que facilitaba esa vinculación mental entre AMLO y los candidatos.

En el inconsciente colectivo Andrés Manuel y Morena son uno mismo. Es un partido personalizado. Este contexto nos sigue evidenciando una crisis de partidos y un fenómeno individualizador, donde ganan los candidatos sin importar el partido, pero en casos como el PRI, la institución se convirtió en un lastre que restaba votos. No sobra preguntarnos qué tipo de democracia queremos, personalizada y con grandes riesgos de frivolización que estamos viendo, donde arrasan individuos que ni proyecto ni propuesta política tienen, pues el único detonador del voto es su carisma personal, como es el caso de actores y deportistas que ganaron; o regresar a la institucionalidad de los partidos políticos como organismos que dan certidumbre y rumbo político.

Un proyecto de país no se puede construir con la pluralidad y pulverización de ideas que generan individuos que ganan elecciones, que solo resuelven el presente de su cargo, pero sin continuidad, pues quien les sustituya partirá de cero, ya que actuará de acuerdo con sus propias ideas, intereses, prioridades y por qué no decirlo, sus ambiciones personales.

Nuestra política hoy gira alrededor de individualidades que en cada región definirán todo autocráticamente y ello es muy peligroso para el país. Aunque haya partidos detrás de los nuevos gobernantes, son partidos nulificados, maniatados y relegados, lo cual impide la continuidad de un proyecto a futuro que se fortalezca a través del tiempo. Los partidos ayudan a construir proyectos políticos con continuidad. Por tanto, se vuelve importante volver a dotarlos de autoridad y convertirlos en el eje de la vida política.

Para ello se requiere refundarlos a partir de una visión que les dé identidad y permita que los individuos que constituyen su militancia se aglutinen con disciplina a su rededor, para construir proyectos políticos sólidos, robustos y con rumbo. Para darles espacios de gestión, habría que replantear la ley electoral.

Presidente de la Academia Mexicana
de la Comunicación AC. @homsricardo

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