La expresión Unidad Nacional fue lanzada por el presidente Ávila Camacho con motivo de la Segunda Guerra Mundial, cuando nos inscribimos en el bando de los Aliados, tratando de evitar la dependencia militar respecto de Estados Unidos. Suenan ahora las campanas de un Acuerdo Nacional para la Soberanía y la Democracia, a raíz de la concreción de las amenazas militares de Donald Trump sobre nuestra frontera. He hablado esta semana sobre las defensas jurídicas que México debiera interponer ante el Consejo de Seguridad de la ONU y la Corte Internacional de Justicia. Ahora me refiero a la coincidencia del Ejecutivo con los candidatos a la Presidencia de la República para integrar un bloque común frente a la emergencia internacional.

Recuerdo el talante patriótico de Venustiano Carranza cuando los norteamericanos le propusieron perseguir a Francisco Villa en territorio mexicano —expedición Pershing—. El Jefe del Ejército Constitucionalista rechazó tajantemente ese ofrecimiento e incluso acudió a potencias extranjeras para contrarrestarlo —telegrama Zimmermann—. Aunque este hecho sea lejano tiene similitudes claras con el momento actual del país. Ello significó una suerte de amnistía para el Jefe de la División del Norte, que poco después, unido a las huestes de Emiliano Zapata, convocaría a la Convención Nacional Revolucionaria, antecedente dialéctico de la Constitución de 1917. Por desgracia el llamamiento de convergencia no pudo concretarse debido a la pugnacidad armada que reflejaba la profunda fragmentación del país: la otra cara del Porfiriato. Decía Octavio Paz que “La explosión revolucionaria es una portentosa fiesta en la que el mexicano, borracho de sí mismo, conoce al fin, en abrazo mortal, al otro mexicano”.

En circunstancias semejantes nos encontramos, pero aunque no haya sido declarada la guerra civil, debiéramos de imaginar un Abrazo Vital. Se dice mucho, pero se reflexiona poco, sobre el carácter definitorio que tiene el proceso político actual en la historia del país. El antiguo régimen, heredero natural y también apócrifo de la Revolución, hace mucho tiempo que periclitó, aunque los usufructuarios del neoliberalismo lo reivindiquen de modo grotesco. La cuestión es ideológica pero también pragmática, la pregunta es ¿hasta qué punto la coyuntura electoral puede arrojar una mayoría suficiente para rescatar esos principios y esas políticas? Me refiero fundamentalmente a las del general Lázaro Cárdenas y a los intentos posteriores por mantener la rectoría del Estado sobre la economía.

El proceso histórico contemporáneo reconoce y justifica la política “soberanista” de México fundamentada en los tratados y convenciones internacionales relevantes en la materia. El Presidente de Estados Unidos se ha adherido de modo paradójico a la doctrina del nacionalismo revolucionario que dirigió la política económica y exterior de nuestro país durante varios decenios. Trump exige mayor participación de las empresas estadounidenses en los procesos productivos de su país; se hace eco de Raúl Prébisch para evaluar los términos de intercambio entre los países y decreta, maliciosamente, el fin de la globalización.

Nos encontramos en un momento favorable a los intereses mexicanos. Trump está proyectando a nivel bilateral sus propias frustraciones, como lo dijo acertadamente Enrique Peña Nieto. Es hora de que potenciemos nuestras convergencias, sin olvidar la alianza con los mexicanos y sus hijos en Estados Unidos. La opinión pública de ese país es también favorable a un nuevo entendimiento. Están hartos de la retórica racista de Donald Trump. La ruta está pavimentada para un acuerdo entre todas las fuerzas, no sólo políticas sino económicas del país, para que asumamos una posición unitaria sobre el futuro de la República.

Comisionado para la reforma
política de la Ciudad de México

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