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Con las palabras “ Okaerinasaimase  goshujin-sama!”  (“¡Bienvenido a casa, señor!”), uno se siente  automáticamente  transportado a alguna calle en  Tokio,  Japón. Una jovencita de rostro aniñado se inclina en forma de  saludo  para recibirte con aquella bienvenida sonora en japonés. Sonriente,  invita a tomar asiento en un  mullido sillón rosa pastel. Flores y corazones de papel invaden el ambiente, una tenue fragancia dulce impregna el lugar, luces irradian destellos  fucsia  y azul.

En medio de toda la  decoración extraída del más mágico cuento infantil, tres chicas  ataviadas  con holanes  y encaje atienden a los clientes. Son  maids, meseras que visten  al estilo  victoriano y se dedican a platicar, jugar, cantar y atender al cliente, “con el único objetivo de alegrarle el día lo mejor que se pueda”.

Entre encaje y tazas de café

Amairanie Enríquez estudia diseño de modas.  Para poder sobrellevar los gastos que su carrera conlleva buscó empleo como  maid. Su gusto por el cosplay (práctica que consiste en  disfrazarse  como  algún personaje de animación o cómic) la  acercó al  Flowers  Maid  Café, un establecimiento localizado en  la Plaza Fan Center, en Eje Central, donde  rápidamente  se acopló a su empleo:  “El ser maid  me permite usar un vestuario que me gusta y estar cerca del público al que puede interesarle mi trabajo. Todos los días cambiamos los uniformes; cuando se celebró  el  Año  Nuevo  chino usamos ropa inspirada en el evento”.

Apenas se coloca la cofia en la cabeza, se convierte en Maid Rose: “Ofrecemos un servicio diferente al de una cafetería común. Estamos apegadas al servicio inglés; es decir, llegamos con el menú y lo entregamos primero a las damas, y al momento de servir se empieza por la persona de mayor edad. Por educación, dejar al último al comensal que funge como anfitrión”. Por eso los saluda con aquellas palabras en japonés. No es que se conviertan en esclavas, ni en mujeres dedicadas a las tareas del hogar, más bien tratan de emular el trato cortés y elegante de las doncellas que servían en el siglo XIX.

Cuando se le asigna una mesa para atender, se presenta con su sobrenombre y ofrece el menú: “Para ser una maid tienes que tener una buena actitud, recibir de la mejor manera al cliente para hacerlo sentir aceptado”. Frente a los visitantes debe presentarse sonriente, delicada: infantil. Por normas del establecimiento tiene prohibido usar su nombre real, para salvaguardar su seguridad de posibles acosadores.

Si el tiempo lo permite y no hay mucha gente en el local, se toma unos minutos para platicar con la persona a quien atiende. Sabe que su rol es ser lo más amable posible, sin llegar al coqueteo. Por eso se presenta preocupada por los problemas de quien acude al lugar. Pregunta sobre cómo va su día, su película favorita, si está viendo algún anime (animación japonesa) en ese momento, qué música le gusta. Usar aquel uniforme le prohíbe  mostrarse triste en el café: deja sus problemas personales en casa y se ocupa de hacer que el cliente olvide los suyos con una buena charla.

Cuando Maid Rose sirve una mesa, procura darle el mismo trato a todos sin importar su sexo o edad. Dentro de esta peculiar cafetería existe el Maid Service, que consiste en la posibilidad de “apartar” a una maid por una fracción de 30 minutos. El servicio tiene un costo de 45 pesos, tiempo en el cual la mesera se dedica al cliente exclusivamente: “Aquí pueden venir mamás, papás, jóvenes y grandes. La diferencia que tenemos con las meseras es que nosotros interactuamos más con el cliente. Podemos jugar con ellos o hacer karaoke.

“Muchas veces vienen chicos solos y el preguntarle cómo le va, sentarte con él y mostrar preocupación por él ayuda muchísimo. Cuando tienes clientes que son constantes, debes aprender cuál es su bebida favorita, qué juego prefieren, sus temas de conversación, tenemos incluso una cartera de clientes personales”.

Como las mejores amigas

Pamela tiene 22 años, pero su maquillaje estilo oriental la hacen parecer de menor edad. Su cara infantil y cabello azabache, junto a su actitud jovial y dulce le han valido para tener clientes que sólo van al café para poder charlar con ella. Por la temática del lugar y por la clientela que acude, debe saber sobre anime, manga (comic japonés), videojuegos, cine y cultura general japonesa. Su  maestría  al momento de llevar una conversación le será útil para ganar propinas, mismas que pueden duplicar su sueldo de 300 pesos por día. Sin embargo, sabe que es mejor escuchar. Muchos chicos van en busca de la compañía de las maids solos. Quieren sostener pláticas de temas que no podrían llevar con su familia o amigos .

Aunque existe la posibilidad de llamar al local para hacer una reservación, las chicas hacen su mejor esfuerzo para convivir con todos los que van al café. Crepas, té y helado, refresco de sabores y colores extrovertidos, platillos a base de arroz y malteadas con crema batida son de lo más pedido, mismos que son decorados con gatos, conejos o corazones hechos con salsa de soya, cátsup, mayonesa, chocolate o cajeta, según sea el sabor de la orden.

Los ojos expresivos de Yuki —seudónimo bajo el cual labora Pamela— llaman la atención: a base de técnicas de maquillaje ha logrado emular el efecto del ojo rasgado oriental. Explica la existencia de un reglamento internacional que aplica a todas las cafeterías de este estilo, que obliga al visitante, una vez que entra al lugar, a evitar tener el más mínimo contacto físico con ella.

Una maid tampoco puede recibir obsequios —salvo en 14 de febrero—, dar información personal o dejarse tomar fotografías, pero si hay insistencia, cada foto tiene un costo simbólico de 10 pesos. Si dentro del service, Maid Yuki pierde en algún juego de destreza, existe la posibilidad de ganar una foto.

Barajeando en la página de Facebook de Flower Maid Café, son varios los chicos jóvenes que tienen fotografías con ellas. En todas las imágenes aparecen sonrientes, posan junto al ganador, mientras con sus manos hacen una silueta de corazón. Dentro del local no cabe la tristeza, por lo menos no de parte de ellas.

Yuki regresa sosteniendo una bandeja con bebidas burbujeantes de colores. Han llegado un par de clientes y después de realizar todo el protocolo de bienvenida, comenta: “Este tipo de negocio ha crecido, se ha vuelto popular. Son lugares divertidos. Los clientes llegan a ti como si fueras su mejor amiga, ellos pueden hablar sin pena de sus gustos, no hay necesidad de habernos conocido desde hace años”.

Flores resguardadas

La administración del Made Café es muy cuidadosa con la seguridad de las chicas. Todas deben ser mayores de edad. Antes de iniciar sus labores, se les pregunta si se sienten bien y si han comido o si hay problemas por los que no deban atender a algún cliente. Este empleo es considerado de medio tiempo, por eso es preferido por jovencitas que aún van a la escuela.

El lugar tiene un reglamento de 11 normas, mismas que tratan de evitar en todo momento el acoso de los clientes. Saben que dentro de su trabajo, un comensal puede olvidar rápidamente que su amabilidad y atención también son parte del paquete.

A Amairanie le ocurrió una vez: mientras se dedicaba a llevar una orden de café, un chico le impidió el paso hasta que ella aceptara salir con él. Es una norma también que ante cualquier molestia de este tipo deben acudir con la administración del local, que puede llamar a seguridad y vetar la entrada de quien obstaculice las labores de las maids.

Si bien existe un servicio más enfocado para las mujeres, donde en vez de una maid, atiende un mesero llamado butler —quien llama a las clientas como “señoras”— no ha llegado a ser tan popular como lo es en Japón, donde existen cafeterías con empleados exclusivamente varones, quienes llevan a cabo las mismas tareas que sus contrapartes femeninas.

“Es un empleo muy noble, la administración es muy accesible con los horarios, mi trabajo me permite ir a la escuela o a la tienda de telas para hacer mis compras. Antes me costaba un poco socializar y este lugar me ha ayudado a desenvolverme mejor con las personas.

“Mi familia y amigos saben de mi trabajo y les gusta, porque saben que estamos protegidas y usamos uniformes lindos. Cuando me dicen que mi forma de atender podría convertirme en una víctima de acoso, no me siento culpable. En cuanto a modales y amabilidad, no me cambia el café. Yo soy así”.

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