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Aquí, en Santa Rita, Chihuahua, una de las 107 colonias menonitas asentadas en medio de lo que fue un llano pardo convertido en un paraíso para la agricultura, el día comienza a las seis de la mañana. Los habitantes dejan sus casas de dos pisos, ventanales estilo americano, y cochera para tres autos. Abordan camionetas último modelo. Conducen por avenidas con nombres alemanes: Friessen, Wieber o Raimer.

Sobre una de estas calles, que parece salida de una postal nórdica, vive Abraham Blatz, jefe de una familia de siete integrantes, y propietario de 60 hectáreas donde siembra maíz y avena. Esas tierras han sido suyas por 22 años. Llegó aquí junto a otras 10 familias en 1993, cuando esto que hoy pisamos aún eran tierras áridas con matorrales pequeños de hierba mala. ¿Qué hicieron para convertirla en campos verdes?

—Todo el jale está en saber cómo regar o aprovechar la lluvia. Ahora ya no hay de otra, nadie quiere rentar sus pozos de agua y venderlos es imposible porque el gobierno no da más permisos para hacer nuevos.

Campos como los de Abraham, los asentamientos de Santa Rita, Santa Clara, El Valle y del resto de colonias menonitas, son los que se están convirtiendo en miles de agujeros de un queso gruyer, según los describen los propios agricultores. Chihuahua tiene hoy cerca de 30 mil  pozos ilegales chupando dos metros al nivel del líquido subterráneo cada año, de acuerdo con informes de la Comisión Nacional del Agua (Conagua). Todos ellos en campos menonitas.

La familia Blatz es una de las 50 que abandonarán el norteño estado mexicano para irse a San Luis, Argentina, en 2016, según un recuento del jefe de colonias Abraham Wiebe. Otras 22 se fueron en 2015 con la intención de encontrar nuevas extensiones de tierra donde la sequía no sea una amenaza latente.

Esta población de menonitas que representa un tercio del total de la colonia Santa Rosa, la más grande en el estado y que, según el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) de esta región, tiene un impacto de 38% del Producto Interno Bruto de Chihuahua, buscará en aquel país tierras de temporal, otras aún con niveles elevados de agua en sus entrañas —como los que encontraron aquí hace casi 100 años, a precios muy por debajo de los de Chihuahua.

Cuando Blatz sale a regar sus parcelas, el sol aún no las  ilumina. A las cuatro de la mañana la poca luz que da la luna es suficiente para abrir el pozo y comenzar el riego. Hace unos años, recuerda, salía mirando al cielo, espabilando. Hoy, desde que el agua  escasea, sale con una pistola de mano, los ojos bien abiertos.

Lo que viven los Blatz es parecido a una guerra por el agua. En su modesta casa de ladrillos, con paredes amarillas, no hay problema: las regaderas tienen buena presión, el lavamanos avienta agua fría y caliente. Pero en cuanto al riego, el problema es otro. Hay enemigos detrás de los cerros, dice Blatz, los del Barzón —un grupo de agricultores que se oponen a la explotación de recursos naturales en Chihuahua—, o los federales. “En cualquier momento llegan y le disparan a uno. Ya no quiero broncas aquí. Esto cada vez está más difícil… ¿qué les voy a dejar a los chavalos? Hay que dejarles buenas tierras, con agua, y aquí se está poniendo feo”.

Casi 10 mil menonitas fueron invitados a México, particularmente a Chihuahua, en 1922, por el presidente Álvaro Obregón. El grupo de anabaptistas originarios de Suiza había huido de su lugar de origen por una fuerte persecución religiosa que comenzó en mil 600. Unos fueron a Rusia y alrededores, y otra parte a Alemania. Esos últimos fueron nuevamente perseguidos al inicio de la Primera Guerra Mundial acusados —por su idioma— de ser alemanes y, por ende, partidarios del nazismo. En esos años, representantes de esta comunidad pacifista recibieron la invitación de Obregón para viajar a México, donde se les ofreció traslado gratuito, tierras y apoyos económicos. En enero de ese año salieron de Rosenfeld a Winnipeg, Canadá, y el 2 de febrero entraron a México. Lejos de un lugar fértil encontraron una zona de tierra dura y arbustos opacos. Aun así, las tierras gratuitas no se podían desperdiciar. Se establecieron 9 mil 263 personas en dos colonias. A cada familia le entregaron 16 hectáreas. Para 1927 eran más de 10 mil menonitas en la  zona de San Antonio de los Arenales, ahora Ciudad Cuauhtémoc.

Hoy, Chihuahua es casa de más de 65 mil menonitas, de acuerdo con el último censo del Inegi, distribuidos en 107 colonias.

Hacia Argentina

Actualmente existen dos comunidades menonitas en Argentina, una en Guatraché y otra en Pampa de los Guanacos, en Santiago del Estero. Estas colonias aún conservan sus costumbres antitecnológicas: no tienen ni televisión ni radio; sin embargo, eso podría cambiar en poco tiempo porque los menonitas que llegan de Chihuahua se han desprendido de aquella costumbre. El nuevo asentamiento menonita en aquel país tendrá escuela primaria, carpintería, taller de metalúrgica, torno e  iglesia dominical.

Como antecedente de la migración menonita hacia Argentina, México acudió como invitado clave a la Cumbre del Clima (COP-21) organizada en noviembre de 2015 en París, donde se detalló que luego de la peor sequía en más de 500 años que azotó al estado de California, se prevé una réplica en nuestro país en los próximos años, como consecuencia del cambio climático.

La comisión que representó a México ante la cumbre explicó que más de 50% de los municipios mexicanos padecen de los efectos del cambio climático, incluyendo Chihuahua.

Ese estado lejos de tener una solución a la vista, se convierte en una profecía: la amenaza —según la misma Conagua (2015)— de quedarse en los próximos 20 años sin 90% de sus mantos acuíferos, de donde obtiene el agua para uso humano y animal, a la vez que presencia un éxodo masivo de una comunidad importante para su economía.

Si hay un hombre que posee las credenciales para bautizar a Chihuahua como el queso gruyere de México, es el mexicano-libanés Kamel Athié Flores. Nació y creció con los menonitas, en Cuauhtémoc, en 1950 cuando la comunidad tenía apenas 30 años asentada en el estado.

Al director de la Comisión Nacional de Agua en Chihuahua, Kamel Athié Flores, le pregunto si es alarmante el uso del recurso de la comunidad menonita. Desde luego, como originario de Cuauhtémoc, busca ser justo con quienes fueron sus vecinos durante años.

No sólo ellos han puesto en jaque el agua en Chihuahua, son muchos agricultores, dice, luego suelta las cifras de la Conagua: de los 61 mantos acuíferos que yacen bajo Chihuahua, 19 están explotados en 85%. La calidad del agua que queda es inhumana, terrible, enfatiza.

El problema es que para los menonitas no existe el concepto conservación ambiental, sino el de producción para la exportación. A fin de cuentas, piensan, para eso los invitó el país. La pregunta que se hacen es: “¿Si no somos nosotros los que usamos esa agua, quién lo hará?” Y se responden: “Nadie, ahí se va a quedar en el suelo”. Y es que, según información oficial, un permiso de cambio de suelo se cobra en 354 millones de pesos, mientras que una multa por un pozo ilegal es apenas de 2.5 millones.

El que fuera jefe de la colonia Santa Rosa de 2010 a 2015, Johan Raimer, un hombre de unos 50 años, corpulento, barbón y de lentes, acepta que el nivel del agua está bajando en territorio menonita, aunque es escéptico respecto del fin del agua: “No sé de dónde sacan que no hay agua. Sí ha bajado el nivel, pero nomás hay que escarbar más profundo, hay que pegarle a las venas gruesas que llevan mucha agua… Ahí queda agua para rato. ¿Crees que vamos a querer estar sin agua? Los más afectados seríamos nosotros, no tiene lógica”.

En tanto, el agroeconomista Luis Armando Portillo, también originario de Cuauhtémoc, piensa que más que un éxodo, es una posibilidad económica para los menonitas: “No se están yendo por el agua. Tienen solvencia económica para comprar tierras, algo que otros agricultores no, aprovechan y compran terrenos. Es un tema de intereses particulares”.

Según el Atlas de Riesgo para el estado de Chihuahua  2015, en el campo 14 de la colonia Manitoba se han registrado más de una decena de hundimientos directamente relacionados con la actividad agrícola. El informe explica que en esta zona existen más de 15 pozos con menos de 200 metros de distancia entre ellos, una situación que se replica a lo largo de las demás colonias menonitas. De acuerdo con los líderes agricultores menonitas, cada pozo de agua para riego cuesta alrededor de 100 mil dólares, sin contar el sistema de riego.

En 100 años esta comunidad completó un ciclo migratorio. Les tomó 100 años llegar de Europa a México y otros 100 salir de este país al Cono Sur. Abraham Blatz está orgulloso de lo logrado por los menonitas en Santa Rita. En 22 años esta planicie árida pasó de ser el hogar verde de cinco familias al de 400. Transformaron la tierra pardusca en una rojiza, perfecta para sembrar maíz, avena, chile, algodón, sorgo. Pero de no ser por los mantos acuíferos de la región, los 107 establecimientos donde las mujeres hablan sólo alemán, no existirían. Ahora  visualizan su futuro como una vez hicieron con su presente.

Tierras fértiles, mucha lluvia y dar a Argentina los primeros lugares en exportación de productos agrícolas. Pero al irse dejan incertidumbre.
De acuerdo con el Consejo Coordinador Empresarial de Chihuahua, la comunidad menonita es responsable de 38% del Producto Interno Bruto (PIB) estatal. Como ejemplo, la Unión Nacional de Productores de Algodón de la República Mexicana expone que de la producción anual de 726 mil pacas de este producto en el estado de Chihuahua, 70% es de productores menonitas y cada paca tiene un valor comercial de 350 dólares. Además, producen 200 toneladas de queso por día.

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