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En junio de 2009, Ricardo Valderrama, de 32 años, fue asesinado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se dijo que fue un ajuste de cuentas por narcomenudeo. Las autoridades de la máxima casa de estudios tuvieron que explicar por qué el hombre, sin relación alguna con Ciudad Universitaria (CU) —no era estudiante, ni trabajador— tenía un puesto en esa facultad.

Posteriormente, en 2010, vinieron una serie de operativos en los que la UNAM buscó combatir el comercio informal. Ahora, cinco años después, aún existen comerciantes que se resisten a ser regularizados.

Una investigación de EL UNIVERSAL revela que aunque al interior de Ciudad Universitaria (CU) existen 248 locales que cuentan con autorización, al menos una cincuentena de puestos más venden diariamente sus productos de manera ilegal, principalmente en las facultades de Ciencias Política y Sociales; de Filosofía y Letras, y en el pasillo que conecta el Circuito Universitario con la Biblioteca Central. De acuerdo con un cálculo realizado por este medio, estos locales generarían unos 45 millones de pesos mensuales, pues se estima que cada uno vende un promedio de 5 mil pesos diarios.

Aunque no existe un líder único que les cobre cuota, sí hay cacicazgos como el que ejerce un vendedor al que apodan El Corredor, cuyo puesto le genera hasta 15 mil pesos al día. Mientras que otros, como El Boliviano, comercia como puede sus empanadas, con una entrada que no supera los mil pesos diarios. “Aquí, si quieres un lugar, tienes que aferrarte. Así es como se ganan los lugares”, dice un vendedor con un puesto irregular de más de 10 años de antigüedad.

Problema cotidiano

Más que un largo pasillo, el corredor que conecta el Circuito Universitario con la Biblioteca Central se ha convertido en una feria permanente, un mundo de posibilidades para quienes transitan por ese espacio: libros de viejo, collares, mochilas, agua, sushi, ensaladas, artesanías, libretas, películas pirata. Toda una kermés multicolor que se alimenta de la enorme demanda que generan los miles de alumnos y trabajadores que, día con día, recorren dicho pasillo.

A pesar de los esfuerzos de la UNAM por eliminar el comercio informal en sus instalaciones, aún existen facultades donde impera la ilegalidad. En Ciencias Políticas, 92% del comercio total es irregular, mientras que en Filosofía, contando el corredor que se encuentra a un costado, 73% de los vendedores no tienen permiso.

Patrimonio Universitario es el organismo encargado de la gestión de permisos para ejercer el comercio y evitar la vendimia informal.

Las facultades con más locales de comida son las de Contaduría y Administración, con 19; la de Ciencias, con 18, y la Facultad de Arquitectura, con 13. Los permisos se dividen en tres rubros: barras, semifijos y prefabricados, y las rentas oscilan entre los 2 mil y 6 mil pesos mensuales dependiendo de lo que se venda y del tamaño del local. Los pagos se realizan incluso en temporada de vacaciones.

La mafia de los dulces

Es la una de la tarde y en la explanada de Ciencias Políticas y Sociales apenas hay espacio para transitar entre los puestos de comida. Quienes no corren se debaten entre una difícil decisión: ¿Tacos de guisado o enchiladas verdes?, ¿tostadas de tinga o tacos al pastor?, ¿chapatas o ensalada?, ¿sushi o tortas? La variada oferta complica la elección para la comida del día.

De acuerdo con información pública de Patrimonio Universitario, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales cuenta apenas con dos permisos, pero la realidad está muy lejos. Tan sólo en la explanada principal se aglutinan más de 10 puestos y ninguno de ellos está regulado. Es una ley de comercio que han establecido entre ellos y donde las autoridades de la facultad “no se meten”, asegura una vendedora.

Dicen que algunos llegaron ahí después de la huelga de 1999, con la ayuda del ex líder estudiantil Alejandro Echevarría, El Mosh. Dicen que desde ahí nadie ha podido, o nadie ha querido, quitarlos. Comentan que algunos son familiares de empleados de la misma facultad.

Hablar con alguien de esa explanada es casi imposible, y sólo los que atienden los puestos que no se encuentran en ese lugar privilegiado cuentan algo. Hablan del dominio y las enormes ganancias de ese a quien todos llaman El Corredor, un hombre que cuando no está haciendo cuentas mira con insistencia su celular.

Le dicen así porque está justo en el paso obligado por los estudiantes en el cambio de turno. Tiene el puesto más grande de productos industrializados: papas, refrescos, galletas, cigarros.

Los relegados aún no logran desentrañar el misterio de por qué El Corredor impone su ley a quienes buscan un lugar en esa preciada explanada. Lo único que saben es que si intentas “subirte” ejercerá presión para que busques lugar en otro sitio.

Cynthia y Roberto tienen un pequeño puesto de dulces en la entrada de uno de los edificios. Roberto cuenta con una sonrisa resignada su situación, esa en la que incluso los proveedores le hacen burla. “Porque ese wey nos compra miles de pesos y tú no”, respondieron los vendedores de Sabritas cuando Roberto preguntó por qué a El Corredor sí le daban un anaquel y a ellos no. “Ellos nos cuentan que ese wey les compra un montón, como 4 mil pesos a la semana o más. Y comentaron cómo el otro día le pagó 24 mil pesos al de los cigarros, así, de jalón. A sus trabajadores les paga como 2 mil a la semana. Es la mafia de los dulces”, dice Roberto, quien compra 200 pesos de Sabritas a la semana.

“Sabemos que ese wey vende mínimo 10 mil pesos al día. Es el que más lana saca aquí. A los que se quieren subir les dice que ya son muchos, que ya no se puede vender ahí.

“Algunos se aferran, así se ganan los lugares. El otro día un chavo se subió a vender algo, El Corredor le dijo que no podía vender ahí y el chico lo retó, le dijo: ‘¿Tú tienes permiso? No, ¿verdad?, entonces qué te importa’”. La historia la cuenta una señora de un puesto con más de 20 años de antigüedad. “Esos empezaron a llegar hace 10 años, con ayuda de El Mosh, pero yo soy la única de aquí, además del local de allá abajo, que tiene permiso. Allá arriba no me subo para evitar problemas, quién sabe qué tratos raros tengan ahí”, dice.

“El protocolo, cosa de suerte”

El precio de 12 pesos por un taco de mixiote con dos tortillas incluye además frijoles y pepinos ilimitados. El puesto, ubicado frente al Auditorio Che Guevara, es atendido por tres personas de aspecto peculiar: un hombre robusto con rizos verdes, otro con cabello rojo y múltiples tatuajes en los brazos. Ellos no tienen tiempo para contestar preguntas: su puesto siempre está lleno. No importa cuánto insistas, nadie quiere decir a cuánto dinero puede aspirar una persona con un puesto en ese transitado corredor. “Depende de lo que vendas”, comenta uno. “No he hecho el cálculo”, dice otro. “Yo no sé, sólo cuido el puesto”, se justifica otro más. Y aunque el pastel es lo suficientemente grande para que todos se lleven un buen pedazo, es evidente que la rebanada más grande es para los taqueros. En una hora este puesto atiende a unas 100 personas, las cuales piden un promedio de dos tacos cada una, lo que equivaldría a una entrada de 2 mil 400 pesos en tan sólo 60 minutos.

Hay algo en lo que sus vendedores coinciden: cualquiera puede montar su puestecito. “El chiste es rifarse, aguantar. Si vienen los de vigilancia y te quieren quitar, pues no te quitas”, dice una chica con media cabeza rapada.

“Ya se les ha dicho [que se quiten], pero no entienden”, comenta el señor Javier de Vigilancia UNAM. Se refiere a los puestos irregulares que abarrotan el corredor frente a Filosofía y Letras. “Además, eso le corresponde a las autoridades de la facultad, a nosotros nos toca vigilar las islas, mover al comercio ambulante, pero no podemos andar cuidando a cada facultad”, se queja. “Cada vez que tratan de decirles que se muevan alegan lo mismo: que de eso viven, que con eso pagan sus estudios”.

El protocolo a seguir con el comercio irregular es darles una advertencia, después de tres se ponen a disposición del jurídico de la UNAM y ahí se les hace pagar una multa para que les devuelvan su mercancía. Al parecer, el cumplimiento de este protocolo es cosa de suerte y del humor del vigilante que te atrape.

Un estudiante cuenta que le tocó ver cómo un vendedor trataba de darle rápido el cambio a una clienta pero no fue tan veloz como la situación lo requería. “Vigilancia UNAM llegó antes de que el vendedor pudiera escapar y le dijo: ‘Disculpa mijo, es que ahora andan ahí mis jefes. Ya sabes que yo sí te doy chance, pero ahora sí te tengo que mover’”, cuenta el joven.

La otra cara de la moneda se observa cuando un estudiante que vende pepinos y zanahorias es atrapado por Vigilancia. Un señor mal encarado lo increpa. “Lo que estás haciendo es una falta de respeto, hasta el de los tacos tiene permiso y tú no”. El joven le cuestiona el tono agresivo. El vigilante le responde subiéndolo a su auto. Algunos dicen que Vigilancia UNAM “les da baje” a los ambulantes con su mercancía.

“El paraíso de la comida”

A la pregunta de cuál es la facultad con la mejor oferta para comer, casi todos responden de forma inmediata: Ciencias, a pesar de que, en realidad, Contaduría y Administración tiene más locales. Es quizá su ubicación, más accesible, lo que la hace el paraíso de la comida en CU.

A pesar de que la cafetería está justo en la explanada principal, ésta luce casi vacía. A unos pasos de ahí, en la primera zona de locales ocurre lo contrario: las mesas del área son insuficientes. A primera vista se aprecia quién es el rey: La tía Aly no da tregua. Uno tras otro los alumnos exigen un platillo que reponga la energía gastada en el estudio: 20 pesos dos guisados, 30 pesos tres, y 40 pesos cuatro. En tan sólo 10 minutos, La tía Aly atiende un promedio de entre 30 y 40 alumnos, lo que se traduce en ventas que van de los 600 y 900 pesos en ese lapso. Con un horario que va de las 9:00 a las 17:00 horas, ese negocio tiene entradas promedio de 30 mil pesos al día.

En la facultad de Ciencias no son bien recibidos los ambulantes. Con todos sus puestos regulados por Patrimonio UNAM no hay lugar para aquellos que no pagan su cuota a las autoridades. “En Ciencias es mejor no poner un pie”, cuenta Juan Carlos Antezana. A este boliviano lo conocen como El Señor de las Salteñas, que se asemejan a una empanada y son populares en Ciencias Políticas y en Filosofía. “Ahí son las únicas facultades donde no me corren y puedo vender”. Esas facultades donde el comercio irregular sigue a la vista de todos.

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