Sólo por ser testigos involuntarios de una escena, fueron desaparecidos. Un grupo de la delincuencia organizada tiraba cadáveres en el cruce de las calles Hilario Martínez y Arturo B. de la Garza, en la popular colonia Independencia. Era el 19 de mayo de 2010, cuando hombres armados se llevaron a Ramiro González Herrera, junto con su compañero de trabajo. Ambos trabajaban en una base de taxis.

Desde entonces, Martha Herrera Contreras, la madre de Ramiro, lo busca sin descanso, sin perder la esperanza y sin escatimar esfuerzos; aunque tampoco puede abandonar la angustia de pensar, cada vez que se reporta el hallazgo de un cuerpo sin vida, si no será el cadáver de su hijo.

En marzo de 2010, Ramiro González, que entonces tenía 38 años, le dijo a su madre que varios hombres armados habían ido a la base de taxis que operaba en la colonia Independencia, al sur de Monterrey, para amenazarlos.

Sin dar explicaciones, los sujetos que vestían impecablemente, simplemente les dijeron con las armas en ristre, pero sin amagar con ellas, “se nos van de aquí a la chingada”.

Pero por qué, se preguntó Ramiro, y consultó con un líder cetemista que les cobraba una cuota por trabajar como taxistas, y el hombre les dijo que hicieran lo que creyeran conveniente. “Si quieren váyanse, si quieren quédense, yo ya no me voy a meter con ustedes, ya no me paguen”.

Sin embargo, como Ramiro tenía esposa y dos hijos de doce y siete años de edad, siguió acudiendo a trabajar como taxista, mientras llevaba solicitudes para conseguir otro empleo, pues era apremiante encontrar otra forma de ganarse la vida.

El 19 de mayo de 2010, fue a comer a la casa de su abuela materna que vivía a pocas cuadras de distancia del sitio de taxis, y se despidió de manera apresurada. “Le dijo a mi mamá: -Ya me voy abuelita porque ahorita que todos se van a comer, la base está sola y hay más trabajo”, cuenta doña Martha.

“Eran como las cuatro de la tarde cuando mi hijo llegó a la base de taxis. Sólo había otro compañero. Hombres armados que iban en un convoy de tres camionetas se los llevaron a los dos, y dejaron los carros con las llaves puestas”, cuenta Herrera Contreras.

Siguieron días terribles. El miedo los tenía paralizados, y fue hasta cuatro meses después que se atrevieron a presentar la denuncia.

“Esto te cambia completamente la vida. Como mi madre vivía ahí cerca de la base de taxis, se vinieron todos a mi casa –al norponiente de Monterrey-. Ahí estábamos 20 personas, nos acostábamos en el piso, donde quiera porque no cabíamos. Mi madre, otra hermana mía y sus hijos, ya no querían estar allá en la Independencia”, añadió.

“Dos años duraron allá conmigo, y luego ya buscaron dónde vivir, pero era un miedo muy grande. En esas calles donde estaban los taxis, en ese mes de mayo, cada ratito iban a dejar cuerpos en las noches. Yo pensé: A lo mejor van a dejar a mi hijo. Mucha gente se salió de esa colonia, ya no viven ahí”.

Por las noches, en su casa, Martha recuerda:

“Poníamos el ropero en la ventana y nos acostábamos en la cocina. Colocábamos el refrigerador como protección, porque decíamos, si  vienen y tiran balazos, pues que no entren. No dormíamos bien del miedo. Duramos mayo, junio, julio y hasta agosto. Tardamos cuatro meses en poner la denuncia, porque pensábamos que a lo mejor venían y nos hacían algo. No hallábamos qué hacer, qué pensar; es una cosa que no le deseo a nadie.

“Ahorita mi hijo tendría 42 años. Cuando se lo llevaron tenía 38. Tengo esperanzas de que esté vivo, porque es muy inteligente. A lo mejor supo manejar la situación, no sé, aunque esta gente es muy desalmada.

“Ya son cinco años y siento que me lo acaban de quitar…Sigo con mi angustia latente igual, cada vez que vengo a las juntas en Cadhac (Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos).   A su foto que tengo en el peinador le digo: “Ya me voy mi hijo, voy a buscarte”.

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