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A sus 67 años, Conrado Vega Salazar se define como un hombre con escasa felicidad, con una expectativa de vida poco atractiva para su edad y su viudez desde hace 17 años.

En una escala de medición del uno al 10, ubica su grado de felicidad en 5% y bajando conforme pasan los años.

Vega Sánchez, nativo de esta ciudad, padre de cuatro hijos, tres de ellos varones que desde hace varios años se fueron a Estados Unidos, vive con una pensión de 2 mil 500 pesos mensuales, la cual hace rendir al máximo. Desde que enviudó a los 50 años, vive sólo, en un pequeño cuarto que renta mensualmente en 800 pesos, por lo que el resto de su pensión la destina en su alimentación y en la compra esporádica de ropa, zapatos y algunas vitaminas.

Entre broma y en serio, Vega Salazar externó: “Creo que sólo cuando me emborracho soy un poco más feliz”.

Casi todos los días, por la mañana y al caer la tarde, visita la plazuela que se ubica a un costado de la catedral, en el centro de la ciudad, para disfrutar de la sombra de los árboles y de la conversación con las personas de su generación con las que ha hecho amistad. Conrado, quien a lo largo de su vida trabajó en negocios de ferretería, pinturas, fábricas de block y como jornalero agrícola dijo que la felicidad se le “esfuma de sus manos”, puesto que no tiene nuevas expectativas, ni alicientes que lo alimenten.

Ni el amor a sus nietos, dos niños y una niña, le elevan su felicidad, porque casi no los ve. Su hija se fue a vivir desde hace varios años con su marido a un rancho alejado de la ciudad.

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