Es temprano y hace frío. En La Villita —corazón de la comunidad mexicana asentada en esta ciudad— se ha acentuado un cúmulo de sentimientos marcados por el miedo, la frustración, la decepción y por la zozobra de un futuro mejor.

Este barrio que corre a lo largo de la Calle 26 está lleno de México. Igual hay fachadas con imágenes de la Virgen de Guadalupe, Cuauhtémoc, Jesús Malverde, Pedro Infante, Benito Juárez y Emiliano Zapata; incluso las calles llevan los nombres de Vicente Fernández o Los Tigres del Norte; pero la gente apenas alza la mirada.

Temprano los mexicanos que viven en La Villita salen a trabajar por todo Chicago, lo hacen en la construcción, en hoteles, en restaurantes. Sienten algo de alivio por saberse en una “ciudad santuario”, pero aceptan que no hay garantías.

Apenas, narran los vecinos de La Villita, la semana pasada un numeroso grupo de agentes de migración del gobierno de Estados Unidos entró a la tienda-carnicería “Aguascalientes” y emprendieron una redada, se llevaron a quienes pudieron.

Aquí la gente aprende a vivir con miedo y la incertidumbre, piensan que es el fin de su estilo de vida pero también que las nuevas generaciones, las que nacieron y han crecido en Estados Unidos, no permitirán que se lleven a los más viejos.

Cuando el sol comienza a calentar la Calle 26, los mexicanos salen a trabajar. Hay negocios que han preferido cerrar por las bajas ventas del último mes. Los locatarios dicen que han bajado entre 40% y 60% y que el envío de remesas a México ha caído en 20%.

Al caminar por la West 26 Street el frío de la mañana se siente más intenso, los mexicanos abren sus negocios sabiendo que apenas saldrá para comer. A cada paso que se da hay historias de vida, de lucha por un mejor futuro, un futuro que hoy les quieren arrebatar.

Leobardo Hernández es originario de San Luis Potosí, tiene 20 años como ilegal en Chicago. Es dueño de la tienda “Cinco Estrellas”, a unos pasos del arco que da la bienvenida a La Villita. Vende camisas de futbol y banderas.

Frente al negocio, Leobardo tiene una camioneta donde ondean banderas de México y de los equipos profesionales del futbol mexicano, presume la de Chivas, pero en frente tiene la del América y el Toluca.

Sentado en el mostrados suelta: “Desde que ganó Trump bajaron mis ventas en 50%, la gente está espantada por lo mismo de las redadas. La gente guarda su dinerito por si pasa algo y si tienen que regresar a México pues tener con qué llegar”.

Dice que hay un sentimiento de injusticia por ser catalogados como criminales cuando en verdad son trabajadores.

Cruzando la calle está Alejandro Medina, lleva 17 años viviendo en Chicago, lo acompaña Iván Guzmán con sus 25 años radicando en el barrio, son de Neza. No tienen trabajo y advierten que será más difícil conseguirlo tras el inicio del gobierno de Trump.

Alejandro usa pantalón de mezclilla, chamarra de cuero, sudadera con capucha y una gorra de beisbol. “Esta mal, todo lo que dice Trump está mal porque viene siendo puro racismo, a mucha gente le está perjudicando”.

“Me da miedo porque me pongo a pensar, me llegan a agarrar inmigración así como estoy y cómo voy a dar así a México, voy a llegar peor que cuando me vine, hoy aquí vivimos como se puede. La gente tiene miedo y no sale, ha dejado de salir”. Iván, con esposa e hijos en México, interviene en la plática:

“Ahí estaba migración cazando a la raza, ya dijeron que muchos se van por miedo, ya muchos se fueron, yo llevo 25 años y no alcancé a arreglar mis papeles, dan ganas de ir a México pero para ir otra vez para atrás, uno se vino para sobrevivir por un dinero y va a regresar peor, a ver que pasa”, dice con incertidumbre.

En una tienda de ropa está Rosa Hernández, nacida en la Ciudad de México y con 30 años viviendo en Chicago. Se le ve el desánimo pero habla con firmeza y seguridad sobre su futuro. “Muy mal lo que dice [Trump], necesita buscar en Dios porque lo que habla son cosas que no están bien, nosotros estamos aquí para trabajar, no estamos haciéndole un mal a nadie”.

“Yo no tengo miedo a nadie porque Dios es todo para mí, no hay que tener miedo a Trump por lo que dice”, señala.

Pero la mira Juanita Brito, quien hace 13 años viajó a Chicago como indocumentada, es bajita y de piel morena, nacida en Pasta de Castrejón Guerrero. “Desde que entró el presidente [Trump] está todo muy mal, ya nadie quiere comprar nada, mire, está solo aquí”, le dice al visitante.

Acepta: “Sí, la verdad sentimos un poco de miedo, porque las personas hablan de que va a venir la migra, el negocio ya se bajó totalmente, 40%, la gente no quiere comprar, quiere irse a México para que no lo agarre la migra cuando menos y tenga su dinerito ahorrado. No es justo lo que pasa”.

Israel Robles es un hombre originario de Zacatecas, lleva 35 años viviendo en Chicago, es dueño de una peluquería que atiende con sus hijos y da empleo a migrantes de todas partes. El local parece más un salón de baile, pues la música grupera se oye a todo volumen.

Con una ID en el bolsillo, su cuenta en el banco y papeles migratorios —no necesariamente oficiales— sostiene que a él no lo deportarán.

El presidente Trump “es una basura porque no está haciendo las cosas como los otros presidentes que tenían que hacer las cosas bien, se está pasando de la raya, por eso se revocan todas las órdenes que hace y por eso muchos de nosotros no lo queremos”, resalta el entrevistado.

“La gente tiene miedo porque está diciendo que la migra nos va a llevar, que nos va a deportar pero no es cierto, porque [Trump] es un mentiroso”.

Saca de la bolsa de su camisa una carta que le entregó el servicio de migración en la que lo identifica como ciudadano. Luego presume una identificación que, asegura, es ciudadano. “Si llega migración traigo esta carta y mi ID, me defenderé”, comenta.

Lorena Ruiz nació en Jalisco y la mitad de su vida ha radicado en Chicago. “Ha bajado como 20% el nivel de envíos, la gente se siente insegura por lo que está pasando”,señala.

A media Calle 26, Guillermo Jaimes —originario de Palmar Chico, Estado de México— colocó un lazo para colgar sombreros de palma que fabrica. Los da a 5 dólares. Tiene 55 años y apenas dos como residente. “Yo no tengo miedo”, dice.

En La Villita los mexicanos no se dan por vencidos y luchan por alcanzar sus sueños.

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