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En la esquina de Blue Island y la 21 Oeste hay un pequeño restaurante mexicano. Tiene apenas seis mesas, pero cada día crece un poco más. Ahí Mercedes Cruz y Jesús Ortiz hacen su vida, ya no trabajan para nadie, sólo para ellos. Son felices... pero ven un horizonte incierto.

Doña Meche y don Chuy, son muy jóvenes apenas rozan los 40 años. Ella de Tlaxcala y él de Zacatecas, se conocieron en Chicago. Él llegó ayudado por un pollero hace 20 años, ella venía con una visa a una actividad religiosa y, sin un peso en la bolsa, decidió quedarse a trabajar.

A su preocupación de pagar puntual la renta del local, de atender a sus cuatro hijas y una nieta, y de las bajas ventas en el “Sabor y Sazón” por el miedo a la migra, se suma la posibilidad de ser expulsados de Estados Unidos y perder lo que han construido.

“Esta es una ciudad santuario, pero en cualquier momento puede cambiar todo, en cualquier momento podemos perder todo, perder nuestra vida”, dice Mercedes, quien la vida se le va en sonrisas y bromas, en decir que está dispuesta a luchar.

Chuy está en la plancha, prepara “huaraches de asada” mientras saluda con su puño chocando el puño de la visita, como si fuera un viejo conocido. “Aquí no pasa nada mientras respetes la ley. Nosotros respetamos la ley, pagamos impuestos, tenemos permisos. No es justo que quieran echarnos”, lamenta.

Sus cuatro hijas —Giovanna, Leslie, Isabel y Evelyn— son ciudadanas estadounidenses por nacimiento. “No queremos que rompan a la familia. No vamos a permitir que rompan nuestra familia, aquí seguiremos luchando, trabajando, por una mejor vida”, afirma Jesús.

Amaneció nublado este martes 21 de febrero, casi no hay clientes por ser el Día de los Presidentes. Normalmente la taquería se llena de estudiantes de Pilsen, quienes acuden a la preparatoria Benito Juárez. Llevan taquitos, burritos, sopes y huaraches, y se los comen en un parque en el que hay estatuas de Zapata, Morelos, Hidalgo, Guerrero, La Corregidora, Obregón y Carranza.

En una esquina tienen colocados los permisos que otorga el gobierno de la ciudad de Chicago para que operen y ahí mismo dos certificados de cocineros: uno de Jesús y otro de Mercedes, son sus licencias, “Certified FoodService Manager”, expedido por el Departamento de Salud.

Pagan impuestos puntualmente, pero saben que por su carácter de migrantes indocumentados no pueden solicitar ninguna devolución, así que entregan una cantidad fija.

Hasta hace cuatro años trabajaban en restaurantes cocinando y atendiendo a la clientela. Decidieron independizarse y lo han logrado; llevan cuatro años. A media tarde reciben pedidos por teléfono que entrega una empresa de reparto de alimentos.

La familia Ortiz Cruz trabaja árduamente, desde que amanece hasta que oscurece. Cuando concluyen su trabajo en el negocio empiezan con las labores domésticas y atendiendo a “las niñas”: Una ya terminó la universidad, otra que tiene una bebé, esta por terminar la preparatoria, y mientras, las dos más chicas aún cursan la educación básica.

La música popular mexicana inunda el restaurante “Sabor y Sazón”. El ambiente queda inmerso por notas de una canción: “La gallina siempre está cacaraqueando, pone el huevo y luego está cacaraqueando”, de Fito Olivares, luego sigue Rigo Rovar, La Sonora Matancera, aquí escuchan cumbias de la década de los 80.

Mercedes camina de las mesas a la cocina y de ahí a la caja registradora. “Llevó casi 20 años aquí, hemos estado luchando, trabajando y tratando de estar al día con nuestros impuestos y no meternos en problemas para que sepan que sí se puede trabajar”.

Esta mujer recuerda que se vino en 1995 a Chicago, “buscando un poco del sueño americano... mis hijas ya están graduadas de la universidad, la otra de la preparatoria”. Subraya: “Los mexicanos somos personas de bien y aquí no hacemos otra cosa que cumplir los antojos de la comida mexicana”.

Un poco despeinada, puesto que ha trabajado todo el día, Mercedes usa pantalón negro y un delantal sucio. Acepta: “Me cuesta hablar de justicia, pero que vengamos a trabajar con todo para que digan que somos maleantes y traficantes, algunos tal vez, pero no por unos pocos debemos pagar todos.

“Se siente el temor de lo que pueda pasar. Nos sentimos un poco tranquilos en Chicago porque es una ciudad santuario, la policía no está muy conectada con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), así que se debe cometer un delito grave para que lo remitan a migración, pero mientras uno trabaje normal se preocupa uno menos, pero ahora no podemos salir más seguido a otros lugares”.

Mientras se escucha una canción de Rigo Tovar, suena el teléfono y le piden una torta de carne asada con el pan “bien doradito”, una quesadilla grande, “nada más con queso”. En total son 17.93 dólares.

Jesús dice: “Sin sacrificio no se logra nada, hemos perseverado y lo hemos logrado. Estamos de pie y no nos podemos quejar. Este país da muchas oportunidades y debemos aprovecharlas”.

Doña Meche y don Chuy siguen trabajando, confían en que las cosas mejorarán y que “Sabor y Sazón” saldrá adelante, que sobrevivirá a Donald Trump y al miedo de la deportación.

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