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Ayer, 3 de diciembre, el caricaturista Rogelio Naranjo hubiera cumplido 79 años. Ante su ausencia, amigos, colegas y familiares del artista, quien falleció el 11 de noviembre, pasado, se dieron cita en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) para rendirle un homenaje.

El Auditorio Juan Rulfo de este encuentro literario lucía lleno. En primera fila de ese salón, donde en 2008 recibió el Premio La Catrina, estaban su viuda, Erika Martínez, y su hija Alina. Las acompañaban caricaturistas, como Ángel Boligán, Darío Castillejos y Arturo Kemchs.

En el presídium, los moneros Magú y El Fisgón evocaron la trayectoria del michoacano. Destacaron su trabajo crítico hacia los políticos y recordaron a ese amigo incondicional.

En su vida, comentó Magú, Naranjo realizó unas 17 mil caricaturas y casi nunca hizo una sola concesión, principalmente hacia la clase política. Sus obras, añadió, “iban duro y a la cabeza; eran dulces para el lector, pero ácidas para los políticos”.

Portando un sombrero de catrín y entre las carcajadas del público, el cartonista político contó que siempre se preguntó “de qué color eran los eggs de Naranjo”, puesto que siempre admiró su valentía y constancia para criticar a los presidentes.

El momento emotivo llegó cuando su viuda, Erika Martínez, tomó el micrófono. Con la voz entrecortada recordó al hombre con quien compartió 20 años de su vida: “Hace más de dos décadas que decidimos caminar juntos. Cada día con él fue una enseñanza de vida.

“Puedo decir que Rogelio no tenía una vena humorística, tenía la sangre llena de humor y mala leche, la transpiraba en cada poro de su piel”, añadió Martínez.

Quien fuera compañera de Naranjo hasta su muerte describió al artista gráfico como un amigo incondicional y un padre cariñoso: “Su rostro se iluminaba cuando escuchaba la voz de la pequeña Alina, portadora de un nombre que marcó nuestra historia, pues significaba nuestra pieza favorita de Arvo Pärt.

“‘Dibujo y luego existo’ sería la frase que encerraría su gran pasión”, manifestó y dijo que “cada trazo, cada forma fue una extensión de sí mismo. El gran juego de su vida fue el dibujo. Coincidir en su mundo fue una experiencia invaluable para quienes tuvimos el privilegio de conocerle y amarle”, expresó con la voz entrecortada, mientras soltaba una risa nerviosa para detener el llanto.

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