Olutla, Ver.— En la tierra de La Malinche solamente tres personas hablan en la actualidad en oluteco...

El conteo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) señala de forma oficial que hay 90 hablantes, pero los pobladores de Olutla, Veracruz, indican que únicamente Nicolasa, de 96 años; David, de 74, y Diósgoro, de 70, son aquellos que mantienen conversación en su idioma originario.

Esa mañana de agosto, en el centro de la ciudad veracruzana comienzan a bromear los dos señores: “Cumei chanai [¿Cómo estás, culebra?]”, ríen los dos, mientras comienzan a señalar quiénes son los que verdaderamente hablan oluteco. Una noche anterior, por medio de megáfonos, se pidió a los hablantes que se reunieran en el centro.

“Jóvenes de todas las edades”, dice David señalando a las personas adultas que van llegando. En el último año, Diósgoro Prisciliano Esteban acondicionó un cuarto de su casa como un salón de clase. Ahí asisten adultos, niños y ancianos que quieran aprender la lengua madre de la tierra de la Lengua (así era llamada La Malinche por Cortés).

Por eso llegan señores mayores de 70 años diciendo que saben hablarlo, pero no es así, sólo saben decir algunas cosas: Shuptahchi [Buenos días, señor], timi tumpe [¿qué está haciendo?, chuus chibampe [si Dios quiere]. Cuentan que sus padres no les enseñaron: “Lo hablaban [sus padres] con otras personas, pero con nosotros no... empecé a oírlo a través de mis abuelitos, no le voy a decir que hablo fluido, pero lo entiendo”.

Atrás de ellos llega Nicolasa. Tomada del brazo de su nieta camina paso a paso entre los demás hablantes y ocupa un lugar en las bancas del parque. Nicolasa de los Santos apenas puede escuchar. Vestido verde, tenis azules y dos trenzas blancas, espera el turno para hablar mientras conversan otros olutecos, quienes usan poco la lengua, como para decirse cosas en privado y que nadie entienda o, en su caso, para seducir a las mujeres “al hacer el amor”.

El primer contacto que Nicolasa tuvo con el castellano fue a los siete años, cuando a ella y a sus hermanos “los mandaron” a trabajar, cargando leña, cuidando chamacos y a vender vestidos. Sus padres nunca le enseñaron otra lengua, era la única que sabían.

Vive sola desde que sus hermanas murieron hace unos años, con ellas todavía platicaba en oluteco. “Dios todavía nos está dejando, pero perdí vista, casi no salgo. Una hija tengo, pero casi no la veo. Nosotros sufrimos bastante. Tuve dos hijos, se murió uno”.

Nicolasa recuerda que no aprendió a leer ni escribir porque su papá sólo mandó a los hombres a la escuela, mientras ella trabaja en el campo.

Para Diósgoro, el ex síndico del pueblo, “desparecer es dejar de ser escuchado”. Recuerda que de niño se juntaba con los adultos y esperaba que le contaran las leyendas del pueblo, entre ellas la de La Malinche.

Años después, con un cargo político, mandó a poner la estatua de “doña Marina”, La Malinche, a la entrada del pueblo, esperando que eso ayudara a que su lengua no se olvidara.

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