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Hace tres meses tuvo la tentación y lo hizo. Subió con sus amigos al camión que transportaba pasajeros y los despojó de sus pertenencias para luego venderlas y conseguir droga. En esa ocasión la policía no lo detuvo, hubiera parado en “la grande”, como le llaman al reclusorio.

La única detención de Juan ha sido en abril de 2015, cuando con una “punta” —navaja— asaltó a una persona en la colonia Ramos Millán, en la delegación Iztacalco. Era menor de edad y pudo salir en dos semanas del centro en el que estuvo detenido.

Pero antes de pertenecer a un grupo de jóvenes a quienes dice, “les gana el desastre”, Juan, quien ahora trabaja para reintegrarse sanamente a la sociedad, se ubicó en un sector de la población de niños riesgo de cambiar los juguetes por las armas.

Es así como los menores que pueden estar en peligro de tener la opción de delinquir o de insertarse en las filas del narcotráfico son aquellos que tienen un contexto familiar y social adverso, cuenta Agustín Galindo González, coordinador del área de Productividad de Reintegra, institución de asistencia privada que se dedica a prevenir el delito y reinsertar en la sociedad a quienes experimentan conflictos penales.

Los jóvenes que cruzan la línea para cometer un delito carecieron en su infancia de protección en la familia, por lo regular provienen de matrimonios separados o con estructura débil, por lo que buscan la protección en circuitos ajenos. “También depende mucho del contexto familiar, a veces viene desde sus abuelos, quienes han cometido delitos, sus padres también y para ellos a veces es un estatus de continuar esa tradición”, explica.

Para Diana García Domínguez, coordinadora de Organización y Participación de los Centros de Prevención Comunitaria de Reintegra, también el abandono, la falta de límites y estar en contacto con factores de riesgo cotidiano, como que el tío o el , consuman o vendan drogas, son circunstancias que hacen vulnerables a la población infantil.

De su día a día en el trato con jóvenes y niños procedentes de las colonias Guerrero, Tepito y La Lagunilla, identificadas como de las zonas más conflictivas de la Ciudad de México, encuentra que la violencia se ha normalizado, como dar un zape en la cabeza con el argumento de que “así nos llevamos”.

El rosario de factores se enumera y no es privativo en estas colonias, la reproducción de las condiciones se presentan en diversas zonas de la Ciudad de México y la República. Abandono, falta de límites, situación económica precaria, la familia —habitualmente son familias monoparentales —, el contexto social —en lo general son niños cuyos padres viven en la periferia—, el fácil acceso a las sustancias lícitas e ilícitas y el que no haya espacios de recreación ni de deporte, son algunos de los factores principales de riesgo.

Juan Martín Pérez García, director Ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), asegura que hay contextos estructurales que generan condiciones de desigualdad y exclusión a muchos niños, niñas y adolescentes; uno de ellos sin duda es la pobreza. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y el Consejo Nacional de Evaluación reveló, en su estudio Pobreza y derechos sociales de niñas, niños y adolescentes en México 2014, que de un total de 40 millones de infantes de cero a 17 años, 21.4 millones viven en pobreza. De éstos, 4.6 millones están en pobreza extrema.

“El Estado falla en la protección esencial, hay menos inversión en los lugares más pobres del país”, indica Pérez García.

Guillermo, Alejandro y Fabián acuden al taller de Serigrafía de esa organización y como parte de las comunidades que son atendidas para la prevención del delito o para insertarse en la productividad. Provienen de las colonias Tepito, Guerrero y del rumbo de la Central del Norte, en la Ciudad de México, donde los ambientes sociales son considerados en riesgo.

En otro salón se ubican niños de las escuelas cercanas que asisten al Club de Tareas, en donde personal de la institución los acompaña para realizar su trabajo escolar. Dayana es una niña de 10 años que acude desde hace dos a este lugar, al que su hermano también recurrió debido a que sus padres son invidentes y trabajan. Hay otro caso de una pequeña de segundo año de primaria que frecuenta el espacio porque su padre no sabe leer y escribir.

El demógrafo Carlos Welti explica que para medir el riesgo a los que está expuesta una población se debe identificar el peligro y la vulnerabilidad. Refiere que los niños son indefensos en tanto que para satisfacer sus necesidades dependen de otra persona. Esa condición va disminuyendo en cuanto crecen, pero no así el peligro.

Carlos Cruz, representante de la organización Cauce Ciudadano, advierte que el éxito de la delincuencia organizada con los adolescentes y jóvenes se debe en gran medida a que les están dando “trabajo y reconocimiento”, algo que se les niega en otros ámbitos sociales y los niños lo identifican como referente aspiracional. Welti asegura que no hay políticas públicas para enfrentar la problemática y los niños están en riesgo de transitar hacia la comisión de un delito.

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