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“¿Esto ya es México o seguimos en Arizona?”, pregunta Rosario Vázquez confundido y con la cara enrojecida por el aire frío que pega a las 7:00 de la mañana en Nogales, Sonora.

El hombre de 41 años de edad, 1.80 metros de altura, originario de Guaymas, vivió durante 21 años en Estados Unidos y acaba de ser deportado.

Confiesa que voltear a ver el país en el que vivió durante la mitad de su vida, esta vez desde el otro lado del muro, le provoca ganas de llorar por el sentimiento de frustración que le invade. Ahora forma parte de los repatriados.

Rosario llegó a las 6:00 en punto de la mañana junto con otros 16 repatriados a las oficinas del Instituto Nacional de Migración (INM) en la frontera entre Sonora y Arizona, lugar donde EL UNIVERSAL presenció su regreso luego de una batalla legal que le significó pasar 13 meses detenido. Su historia forma parte de los 30 mil 572 mexicanos repatriados en lo que va de 2017, de acuerdo con datos de INM.

El año pasado fueron deportados en el mismo periodo 37 mil 883 personas, 7 mil 311 mexicanos más.

Como todos, Rosario recibió una cédula de migrante expedida por el INM; un cupón de descuento para el transporte de regreso a Guaymas y un refrigerio que incluye una torta de jamón, una manzana y un jugo.

Rosario abría su refrigerio cuando los asesores del IFDP se acercaron para explicar, entre otras cosas, sus derechos como ciudadano mexicano. Tomaron sus datos y solicitó ayuda para sacar actas de nacimiento e identificaciones nacionales, para ello, deberá esperar a que su familia le envíe dinero desde Estados Unidos para pagar la expedición de esos documentos.

“Era muy joven cuando crucé por Caléxico, Mexicali. Me fui en un tráiler y estuve a punto de morir porque me metieron en un refrigerador con otros muebles que el chofer iba a llevar a Compton, California.

“Le pusieron una cuña de madera para dejarlo abierto pero con el movimiento del tráiler se cerró y ya a punto de llegar me bajaron en brazos porque por la falta de oxígeno me desmayé”, recordó.

En EU dejó a sus dos hermanas, sus sobrinos y a su pareja. En México no tiene a nadie más que una hermana a la que hace 10 años que no ve.

En 2005 fue acusado por robo de identidad, puesto que para trabajar utilizó un número de seguridad social de otra persona y, aunque pagó una fianza, no acudió a firmar y las autoridades consideraron que violó su libertad condicional.

Este error lo llevó al centro del Inmigration and Customs Enforcement (ICE).

“Yo no sabía que era un crimen, en Estados Unidos muchos lo hemos hecho porque tenemos que trabajar y para que te den trabajo te piden el seguro social y por la necesidad lo hacemos sin medir las consecuencias de lo grave que va a ser. No estamos informados de lo que puede suceder con esos delitos.

“Ahora con estas nuevas leyes migratorias cualquier delito que tengas, por muy pequeño que sea, lo usarán en tu contra como si hubieras cometido un crimen grave”.

Cuando lo detuvieron, Rosario portaba su uniforme de trabajo, se desempeñaba como chofer de una compañía jardinera. A su regreso a México porta el mismo atuendo. “Lo que ves que traigo puesto es lo único que tengo”, comenta sonriendo.

Recuerda que salió huyendo de Guaymas porque sufrió de discriminación por ser gay.

“Cuando eres torturado, golpeado, violado, lo que menos piensas es cruzarte por la derecha, lo que quieres es salir del problema, huir; hace 21 años en mi pueblo ser LGBT era un crimen, podías hacer todo lo que quisieras pero ser gay era peor que ser un asesino”, explica mientras reprime las ganas de llorar.

“Desde muy joven fui violado por diversas personas y por eso quería irme de todo ese infierno”.

Por ello, decidió emprender la batalla legal para evitar su regreso a México y solicitó asilo humanitario alegando que en México sufrió malos tratos.

“Le dije al juez que para mí ir a México es como ir a otro continente porque llegué muy joven a esta nación y regresar a México, aunque lo amo porque es mi tierra, es como salir de mi casa; aquí he salido adelante, he trabajado, he crecido”, alegó.

El juez de la causa negó la petición y para apelar debía permanecer dos años más en el encierro.

Decidió que no intentará regresar a EU, sino que se quedará en Nogales con unos amigos que conoció en Arizona y buscará vender mercancía que su familia pueda llevarle.

“Allá ganaba 15 dólares la hora como chofer [281.31 pesos], aquí no tengo ni idea de cómo están los salarios”, comenta mientras se recarga en el muro que divide a Sonora de Arizona.

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