Titán de la renegociación de la deuda externa de México en los ochentas, Jesús Silva-Herzog Flores ha muerto. Aunque su brillo de diamante lo dio en las altas esferas de la economía y finanzas, su obra magna fue la fundación del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), una de las instituciones sociales del Estado mexicano.

Erigir la institución hipotecaria de los trabajadores con un diseño solidario, en el mandato de Luis Echeverría Álvarez, le valió el respeto de los personajes más relevantes del final del siglo XX, como Fidel Velázquez Sánchez, el mayor de los líderes del sector obrero.

Hijo de Jesús Silva-Herzog —el economista que estructuró el estudio económico de las compañías petroleras con base en el cual Lázaro Cárdenas decretó la nacionalización de los activos del sector—, fue educado en la UNAM, la cantera de profesionales del medio siglo, y el destino lo ubicó en otra expropiación, la de los bancos, en la presidencia de José López Portillo.

Una de las ocasiones últimas en las que Silva-Herzog apareció en un evento público del PRI, su partido de toda la vida, fue en una reunión de la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto.

En abril de 2012, el ya emblemático economista que había ido a Nueva York a renegociar la deuda externa de México sin más recursos que el costo del viaje de ida y vuelta, aparecía entre el candidato presidencial de su partido y el director de la Fundación Colosio, César Camacho Quiroz. Era un encuentro en el que se perfilaba la ruta económica que ofrecía el mexiquense a los electores.

Estudios de posgrado en la Universidad de Yale potenciaron la capacidad del joven economista, quien destacó en las filas del Banco de México.

La fundación del Infonavit y la realización del proyecto le valieron oportunidades en el gabinete de José López Portillo, al ascender como secretario de Hacienda, en relevo de David Ibarra Muñoz, tras el cisma con Julio Rodolfo Moctezuma, una de las encrucijadas de la conducción económica del país.

Conduce la hacienda pública al momento en que López Portillo dice “defenderé al peso como un perro”, y asiste a la nacionalización bancaria sin haber sido diseñador del acto.

Desde su posición se convierte en negociador de los intereses de México ante el reclamo de los acreedores que habían prestado a un país en bonanza petrolera.

Es reconocido como interlocutor válido por los banqueros expropiados, y en el régimen de Miguel de la Madrid encabeza la Secretaría de Hacienda, desde la cual opera reestructuraciones con grupos de bancos internacionales.

Entonces el brillo de Silva-Herzog adquiere sus mayores destellos, y con el paso de los años se preció de haber cumplido su papel de servicio a la nación ante las presiones y cumplimiento forzoso de pagos de deuda. El caso México se volvió referente internacional para la solución de problemas financieros.

Con el presidente Ernesto Zedillo el ya veterano del mundo financiero fue designado embajador en Washington, de 1994 a 1997, y desde esa posición fue uno de los operadores del salvamento estadounidense de la crisis mexicana derivada del error de diciembre. En 1995, William Clinton brindó apoyo financiero de rescate a México.

Cuando fue titular de Hacienda tuvo enfrente los cantos de las sirenas de la sucesión presidencial, que no siguió.

Tuvo una incursión única en la política electoral, al competir como candidato a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, en 2000, contienda que ganó Andrés Manuel López Obrador y en la que el PRI quedó en tercer lugar.

El negociador que ganó tiempo para México conservó el respeto financiero internacional cuando el país sorteaba los problemas de una economía de guerra.

El economista de las épocas de convulsión ha muerto, pero lo más sólido que dejó es el Infonavit, que ha construido millones de viviendas para familias mexicanas.

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