Entra al Senado el cortejo fúnebre de Manuel Camacho Solís. Atrás del féretro va la más pequeña de sus hijas, Leonor, de seis años, tomada de la mano de su madre, doña Mónica Van Der Vliet. Les espera, junto con la familia entera, una hora de orgullo, más duelo, y sentimiento de gratitud por el homenaje al estadista y al padre.

La niña Leonor, sus cinco hermanos y doña Mónica, entrando al salón de sesiones, verán un retrato grande de Manuel Camacho Solís sonriente y arreglos de claveles rojos y también de rosas blancas, que simbolizan la ceremonia luctuosa de cuerpo presente.

Ahí va a cobrar resonancia la lectura, por parte del primogénito Manuel, de la carta del padre a los hijos, que ellos han conocido apenas en estas horas de duelo y que retrata al hombre que los quiso, como se aprecia, con cariño de toques maternales. Los llama: “Mis adorados hijos”; “mis lindos tigres”, y les deja un deseo para toda la vida: “Que tengan lindos sueños”.

Las miradas se humedecen. Los personajes del poder se estremecen. En ese campo de batalla se les revela el hombre de familia. La carta manuscrita con consejos contundentes, tipo aforismo, incluso “aplican para algunos de ustedes”, previene el primogénito del senador.

“Es preferible perder que hacer mal las cosas en la vida”, lee Manuel Camacho Velasco, del puño y letra de su padre, en esa tribuna, donde tuvo su última intervención el 17 de julio de 2014.

El orgullo de decir las ideas de su padre bloquea un poco la garganta de Manuel Camacho Velasco, quien mira ante sí, en primer plano, el féretro cubierto con la bandera nacional, y enseguida al presidente del Senado, Miguel Barbosa (PRD), y al presidente de la Junta de Coordinación Política, Emilio Gamboa Patrón (PRI).

Al lado izquierdo está el representante del presidente Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray, secretario de Hacienda; el presidente de la Corte, Luis María Aguilar; el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera; el presidente de la Cámara de Diputados, Julio César Moreno; en representación del canciller José Antonio Meade, el subsecretario Juan Manuel Gómez Robledo.

Ese legado manuscrito suena a táctica y estrategia. “No se dejen confundir ni se engañen a sí mismos”. A quienes buscan consensos en ese salón de sesiones, algo les ha de recordar el consejo: “Si no se dan por vencidos, lo que hoy no es posible lo será mañana”.

Escuchan César Camacho (PRI) y Carlos Navarrete (PRD). Ausente, Gustavo Madero (PAN). Ese vacío se diluye con la solidaridad panista de Javier Corral, Mariana Gómez y Javier Lozano, entre otros.

En la cuarta fila, el escaño 57 está vacío. Tiene un crespón negro y un personificador: “Senador Manuel Camacho Solís”. A su izquierda está Cuauhtémoc Cárdenas y a su derecha ocupan lugares Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez.

Se han montado seis guardias de honor, la última de perredistas, como Barbosa, Dolores Padierna y Armando Ríos Píter, entre otros. A una voz, se despiden con pase de lista: “¡Manuel Camacho Solís! ¡Presente! ¡Ahora y Siempre!”.

La banda de guerra de la Sedena toca el himno nacional y el pleno luctuoso entona las estrofas patrias. La familia canta llorando leve. Leonor, la más pequeña, limpia sus mejillas.

Salen con la Marcha Fúnebre de Villalpando que aligera el duelo, y se va Manuel Camacho Solís, seguido hasta la carroza por los senadores a quienes ha dejado la lección oportuna: “Es preferible perder que hacer mal las cosas en la vida”.

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