Washington. — Donald Trump será el próximo presidente de Estados Unidos. Lo imposible se hizo realidad: un magnate inmobiliario sin experiencia política, una celebridad de reality show, se sentará a partir de enero en el Despacho Oval. Y lo hará con el máximo poder posible: controlando el Congreso y probablemente también la Corte Suprema.

Todo estaba preparado para que la demócrata Hillary Clinton se convirtiera en la primera mujer presidenta del país. Después del primer afroestadounidense, llegaría la primera mujer.

Pero se interpuso el “efecto” Trump para dar la vuelta a todo lo establecido y romper con todo lo escrito. Será el primer presidente sin pasado en un cargo público o en el ejército.

El mundo lo subestimó: empezó como una broma y, con su dominio de los medios y las redes sociales, armado con un mensaje directo y políticamente incorrecto, sedujo a un segmento de la población ávido de cambios, con visos a una revolución que cambiara el status quo. Y ganó sin discusión.

“Trump ha conseguido que mucha gente respondiera de una forma que la mayoría de políticos no sabe hacer. He visto a alguien que ha tocado el nervio central de nuestro país”, dijo en enero el ex secretario de Defensa de EU, Donald Rumsfeld. Ese nervio continúa siendo la clase blanca rural conservadora, la clase que después de mucho tiempo participó en unas elecciones que se sentía como suyas, con un candidato al que entendían cuando hablaba.

Movilizar a esa gente fue, precisamente, uno de los éxitos de Trump. El “movimiento” de una población que no se sentía escuchada y sólo recibía golpes de la administración en forma de pérdidas de empleo y condiciones de vida; la desaparición del sueño americano. Trump, la imagen del éxito y la riqueza, llegó para cambiar eso con su discurso mesiánico.

Las encuestas volvieron a equivocarse por completo. La ventaja estrecha, pero sólida de Clinton, persistente desde hace meses, se secó en un abrir y cerrar de ojos. Las proyecciones, que por la mañana daban a la demócrata 80% de opciones de victoria, cayeron en picada a un ritmo vertiginoso.

La campaña demócrata pareció ver llegar el desastre antes que nadie. A medio recuento, cuando nadie podía avistar nada de lo que iba a suceder, tuiteó un mensaje misterioso, profético: “Cualquier cosa que pase esta noche, gracias por todo”. Sonaba a despedida, a derrota, cuando todavía nada estaba escrito. A partir de ahí, llegó el descalabro.

Clinton perdió Florida, Carolina del Norte y Ohio. Tres estados bisagra que iban a estar peleados y que la campaña demócrata podía permitirse el lujo de perder. Pero nadie imaginaba que Pe- nnsylvania y Wisconsin, demócratas desde 1992, iban a abandonarla para abrazar las tesis de Trump.

Esta madrugada, el jefe de campaña demócrata, John Podesta, informó que Clinton no saldría a dar un discurso y pidió a sus simpatizantes que se retiraran a descansar. Las caras de sus seguidores, que esperaban que todo fuera una fiesta, se llenaron de lágrimas y decepción. Las protestas se multiplicaron, especialmente en Nueva York y delante de la Casa Blanca.

En cambio, a medida que pasaba la noche, los gritos de guerra de los fanáticos trumpistas, encabezados por el “enciérrenla” referido a Clinton y el “construya el muro” en la frontera de México, dominaron la fiesta electoral del líder republicano. Lo que hasta hace pronto eran amenazas electorales, podrían ahora convertirse en políticas reales y concretas salidas del despacho más importante del mundo.

Minutos antes de las 03:00 horas del miércoles, hora de Nueva York (02:00 horas de México), Donald Trump salió a dar su discurso de campaña, el cual inició informando que su contrincante, Hillary Clinton, le llamó para reconocer su triunfo.

Prometió que será el presidente de todo Estados Unidos e hizo un llamado a la unión del país.

“Para aquellos que eligieron no apoyarme (...) les pido su guía y su ayuda para que podamos trabajar juntos y sanar nuestra gran nación”, expresó.

Trump agradeció su apoyo a sus padres, sus hermanas, sus hijos y, especialmente, a su esposa Melania, quienes lo acompañaron en el escenario junto con su compañero de fórmula, el próximo vicepresidente Mike Pence.

Finalmente, el magnate prometió trabajar para que los estadounidenses se sientan orgullosos de su gobierno.

Los responsables de la derrota. Los asesores de Clinton señalaron dos nombres como responsables de su derrota: James Comey y Gary Johnson. El primero, el director del FBI, culpable de la “sorpresa de octubre”, la resurrección del caso de los correos electrónicos a ocho días de las elecciones. El nivel de desconfianza en la candidata volvía a ocupar todas las portadas.

El libertario Johnson, por su parte, fue la transfiguración de Ralph Nader, el ecologista al que en las elecciones del año 2000 culparon de la derrota de Al Gore. Los votos que recabó, junto con los del resto de terceros partidos y candidatos independientes, impidieron a Clinton superar a Trump en alguna de las contiendas resueltas por la mínima y, finalmente, perder las elecciones.

Siguen jornada con interés en Los Pinos. El presidente de México, Enrique peña Nieto, siguió anoche, desde la Residencia Oficial de Los Pinos, el desarrollo de la jornada electoral de Estados Unidos.

El mandatario, confirmaron funcionarios del primer círculo del Presidente de la República, siguió las votaciones desde temprano y a lo largo del día fue informado permanentemente por la canciller Claudia Ruiz Massieu.

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