Washington

N adie sabe, a ciencia cierta, qué va a pasar con William “Bill” Jefferson Clinton (Hope, Arkansas, 1946). Tras abandonar la Casa Blanca en 2001, al acabar su periodo como presidente número 42 de la historia de Estados Unidos, podría volver allí como —insólito e histórico— el primer ex mandatario que, años después, se convierte en consorte presidencial. Por si fuera poco, será el primer hombre cónyuge de una presidenta: el primer “primer caballero”.

Bill Clinton nunca ha abandonado la escena política de Estados Unidos, influyente y poderoso como ha sido en la historia moderna del país. La década de los noventa en esta nación no se entendería sin el superávit económico y los intentos de paz en Irlanda del Norte, en Israel y en Palestina, que él lideró; como tampoco se olvidan sus escándalos sexuales, ni el juicio político al que sobrevivió.

Con el paso de los años, Bill Clinton se ha renovado. Al salir de la Casa Blanca puso en marcha la fundación que lleva su nombre, una organización benéfica que se ha visto rodeada de polémicas en la campaña electoral por presuntos conflictos de intereses no demostrados, con la que ha desarrollado programas de salud pública y defensa de los más necesitados —especialmente en África—.

Gracias a su oratoria sin igual ganó miles de dólares en discursos sobre la situación mundial. Tras su segunda operación de corazón, en 2010, se volvió vegano: algo que le “cambió la vida”, le llenó de energía y le adelgazó 50 libras.

Pero si hay algo que destaca de los últimos años de Bill Clinton es su preparación para ser el acompañante perfecto del salto a la política de más alto nivel de su mujer, Hillary Clinton. Escudero de lujo, estuvo con ella en su primer asalto al Senado; en su primer intento —fallido— de hacerse con la nominación demócrata a las elecciones de 2008; en su paso por el Departamento de Estado. Ahora es el turno de ayudar a su esposa, aquella que estuvo a su lado durante el escándalo Lewinsky, a ser la primera presidenta mujer de Estados Unidos.

La inusual posibilidad de que el ex presidente Clinton se convierta en primer caballero conlleva muchas dudas, especialmente sobre el papel que va a realizar en una futura Casa Blanca de su esposa.

Hillary ha expresado su deseo que él se convierta en un alto asesor económico de su administración: una visión renovada del “dos por el precio de uno”, que sirvió de eslogan político en la campaña demócrata con el que vencieron en 1992 tras una remontada que le valió el sobrenombre de The Comeback Kid (“El chico que reaparece”).

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Eso, así de primeras, descarta el papel habitual de la primera dama (en este caso, “primer caballero”) de programas más sociales e iniciativas sociales. Muchos apuntan que ese papel podría desempeñarlo la hija de ambos, Chelsea. La dinastía Clinton, al completo, de regreso a Washington.

Sería la culminación de la historia de una familia que se ha desvivido por el servicio público y la política desde que Bill, el niño que nunca conoció a su padre, criado por un padrastro alcohólico en una familia pobre del pueblo de Hope (Esperanza), que tras esfuerzo y trabajo pudo estudiar leyes en grandes universidades como Yale (en una de sus bibliotecas, en la primavera de 1971, fue donde conoció a Hillary) y Georgetown, se convirtió en el gobernador más joven de Estados Unidos con 32 años y, años más tarde, en el presidente de Estados Unidos.

Si Hillary gana las elecciones presidenciales de mañana, ambos volverán a residir en la Casa Blanca 16 años después. Donde una vez vieron crecer a su hija, ahora verán correr a sus nietos.

Esta vez, no obstante, él no tendrá la voz cantante de lo que pase ahí dentro.

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