Madrid. Los simpatizantes del Brexit que ayer celebraban con pintas de cerveza la salida de su país de la Unión Europea (UE) han liberado un fantasma que Bruselas no sabe cómo volverá a encadenar. Tras 60 años, por primera vez un socio deja el club europeo y los partidos populistas de toda Europa se han apresurado a pedir su turno para votar también la salida.

Nigel Farage, el gran impulsor del referéndum británico, celebró ayer en su primer discurso que el Brexit será una inspiración para las fuerzas eurófobas del continente. Unas horas más tarde, Geert Wilders, de la formación de extrema derecha y antimusulmana Partido de la Libertad, pidió que Holanda vote su Brexit, el “Nedexit”. Marine Le Pen, del Frente Nacional francés, dijo que, si gana las elecciones en 2017 impulsará una consulta para dejar Europa, algo que, consideró, debería plantearse también “el resto de países de Europa”. Una cosa parecida pidió Matteo Salvini, de la Liga Norte Italiana, quien cree que “ha llegado el turno para Italia”, como piensan también los eurófobos daneses que ocurre con Dinamarca.

Ilaria Maselli, economista jefe del grupo de investigación The Conference Board, dijo ayer que la desvinculación británica de Europa no será un proceso limpio, sino un “largo adiós”, citando la novela de detectives de Raymond Chandler. Maselli se refería al proceso de desconexión económica que se avecina, lleno de misterio y puñaladas, pero también a la ola de consecuencias políticas. Una de las primeras la adelantó Nicola Sturgeon. La primera ministra de Escocia dijo que, tras activarse la salida británica, un nuevo referéndum sobre la independencia de Escocia es “altamente probable”. En el primero, celebrado en 2014, el gran argumento de Londres para que Escocia rechazara la independencia fue que lo contrario la colocaba fuera de Europa. Ahora, con el Brexit, Escocia quiere permanecer en la UE a cualquier precio. Algo similar podría ocurrir en Irlanda del Norte, otra de las escasas regiones donde ganó la permanencia en la UE en la votación del jueves.

En Gibraltar, desde 1713 colonia británica en el sur de España, 95% de la población votó a favor de seguir en la UE. El ministro de Exteriores español, José Manuel García-Margallo, en un acto muy poco diplomático, celebró ayer que, debido al revés para la economía del enclave que supondrá el Brexit (la ciudad vive del comercio con España y de su peculiar estatus fiscal) “la bandera española está ahora mucho más cerca del Peñón de Gibraltar”.

Esta sería la única ganancia para España en este proceso. Porque si Escocia cumple su promesa de dejar Reino Unido y pedir el ingreso en la UE, sentará un precedente letal para Cataluña. Hasta ahora los nacionalistas catalanes han utilizado a los escoceses como referencia, y la posibilidad de que un miembro de la UE se escinda y no sea expulsado del club le parece muy apetecible a Barcelona, aunque de momento ninguno de los líderes nacionalistas quieran mencionar el tema para evitar que se lo relacione con la mala noticia del Brexit.

El divorcio ha abierto una caja de Pandora que Europa necesita cerrar de inmediato, pero el momento no podía ser peor. A las crisis de la economía y de los refugiados se unen los comicios españoles del domingo, en los que si la izquierda de Podemos llega al poder exigirá renegociar los compromisos del déficit asumidos por Madrid. Y en pocos meses seguirán las elecciones en Berlín y París, igualmente inciertas.
Ante esta perspectiva, el presidente francés, François Hollande, declaró ayer tras una reunión de tres horas de su gabinete de crisis que la prioridad de Francia y de Europa debe ser “evitar la contaminación del Brexit” y proponer “un nuevo proyecto para Europa”.

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