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Buenos Aires
Aquel 17 de octubre de 1945, lo que había comenzado un día antes como una escaramuza de política interna, con la consecuente detención del vicepresidente y secretario de Trabajo, Juan Perón, terminó en el histórico nacimiento del movimiento de masas más importante de la historia argentina.
El peronismo veía la luz gracias a que decenas de miles de trabajadores se movilizaron, casi espontáneamente, en dirección a la Plaza de Mayo para reclamar al gobierno de facto de entonces, a cargo del general Edelmiro Farrell, la liberación inmediata de aquel carismático coronel que defendía las posiciones obreras.
La presión popular y la aparición de Perón al filo de la medianoche hizo el resto. A aquel joven Perón, que había estudiado en Italia, durante la égida de Mussolini, le bastaba una elección (en 1946) y mostrarse enfrentado al embajador estadounidense de la época, Spruille Braden, para alcanzar el poder.
De aquel primer peronismo que se extendió hasta el golpe de Estado de 1955, se reconoce la fragua de las leyes sociales, el voto femenino y una cantidad enorme de derechos sociales que hizo de éste “un país de clase media”, como lo recordaba en días pasados el analista político Rosendo Fraga. Apoyado en los sindicatos, la “columna vertebral de movimiento”, según Perón, el peronismo quedó fuera del poder en aquel año, pero no fuera del debate político.
Proscripto por 18 años, con la prohibición de llamar a Perón por su nombre, pero con el líder digitando cada movimiento desde su exilio en Madrid, el peronismo pasó de aquella fase reformista a intentar una alianza con el presidente Arturo Frondizi (1958-1962), bajo los ideales del desarrollismo —cuya mayor expresión en Latinoamérica fue la experiencia del brasileño Juscelino Kubitschek— que se abortó a poco de comenzar a gestarse.
De allí, y bajo el paraguas de la Revolución cubana, el peronismo entró en su fase revolucionaria, con la creación de las formaciones especiales y movimientos armados, como Montoneros, Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que veían en el ex presidente al líder indiscutido. Eso hasta que el peronismo retomó el poder con Héctor Cámpora, quien renunciara dos meses después para abrirle el paso al regreso de Perón al país y al poder.
“Aquello que se vislumbraba como un tiempo esperado por años se terminó transformando en la experiencia política más traumática de la historia del país, con la derecha y la izquierda peronista desatando una guerra a mansalva que a la postre fueron los cimientos de la represión de Estado durante la dictadura militar”, según la mirada del escritor Jorge Asís.
Fue tras la muerte de Perón, el 1 de julio de 1974, cuando se desataron todos los demonios de los que da cuenta Asís, hasta que la situación derivó en el golpe militar de 1976.
Una dictadura de por medio, y 30 mil desaparecidos y la devastación económica de un país después, el peronismo llegó a la nueva era democrática sin resolver sus viejos dilemas. De allí la derrota en 1983 a manos de Raúl Alfonsín y la búsqueda de una imagen socialdemócrata para aggiornarse a los tiempos que corrían. Fue por entonces cuando se desempolvó la opinión del propio Perón sobre sus dirigidos: “Los peronistas somos como los gatos, parece que se están peleando pero se están reproduciendo…”
Y se reprodujeron, pero no con las viejas banderas, sino bajo una variante neoliberal en la figura de Carlos Menem entre 1989 y 1999, que llevó al politólogo Vicente Palermo a definir a los peronistas “como expertos en adaptarse al poder”. Como si existiese un peronismo para la cartera de la dama y otro para el bolsillo del caballero, tal la imagen de los vendedores ambulantes de peines. Algo que quedó refrendado con la llegada del kirchenrismo en 2003.
“El peronismo me acompañó toda mi vida y hoy estoy seguro de que me sobrevivirá. Pero también estoy seguro de que no es un partido ni un movimiento, sino una franquicia que se vende ante cada ocasión histórica del país”, explica el historiador Luis Alberto Romero, quien no deja de cuestionar la matriz “clientelista” que terminó de plasmar el kirchnerismo en los últimos 12 años y que será clave en la próxima elección presidencial.
Una franquicia que suele ser adoptada por dirigentes de otras facciones políticas como ascensor al poder. Ese que el peronismo detentó durante 38 de sus 70 años de vida, cuando se convirtió en un parteaguas histórico capaz de generar un líder más influyente que su propio fundador, como el papa Francisco, y que se mantiene vigente por atravesar la vida y la cultura de un país, al que muchos en broma llaman “Peronlandia” pero que no es otro que la Argentina.
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