MÚNICH

Dos niños gatean, madres dan de comer o cambian el pañal a sus bebés, algunos jóvenes juegan al futbol, unos hombres conversan sonriendo bajo el sol. Parecen escenas de la vida cotidiana de muchas familias y sin embargo se trata de una situación de emergencia sin precedentes.

Cientos de refugiados de países como Siria, Afganistán, Paquistán o Albania viajaron a Múnich después de que la policía permitiera su salida de la estación del ferrocarril del este de Budapest. Hasta el martes por la mañana llegaron unos 2 mil, de acuerdo con datos de la policía alemana. Y se esperan centenares más. “Múnich está por el momento en estado de emergencia”, asegura Andreas Duchmann, un alemán de 20 años y uno de los cientos de voluntarios que se afanan estos días por repartir agua y comida entre la gente, que en su mayoría llegó a Alemania llevando consigo sólo un pequeño bolso, una mochila o una bolsa de plástico. “No habíamos vivido nunca algo así en Múnich”, indica.

Se refiere no sólo a los muchos refugiados que esperan en la plaza de delante de la estación de ferrocarril de la capital bávara a ver cómo comenzar con esta nueva vida con la que soñaban en sus países de origen, sino también a los muchos muniquenses que se acercan a traer comida, bebida y juguetes para los niños. Una mujer le enseña a un joven refugiado cómo funciona un yoyo que le acaba de regalar.

Los refugiados, entre los que se encuentran muchas familias con niños pequeños, esperan en largas filas a los autobuses que los llevarán a los centros de acogida en Múnich o en algún otro lugar en Baviera. En la cola se encuentra un sirio de 58 años llamado Naman Kanjo. ¿Por qué ha dejado su país y ha venido a Múnich? “¿Debo explicarlo realmente?”, pregunta en un alemán casi fluido. “No podía vivir en un país consumido por la guerra civil y el terrorismo del Estado Islámico (EI)”, dice. ¿Por qué habla alemán? “Porque amo Alemania”, responde sobre un país que ya visitó en el pasado con frecuencia.

Los bomberos pusieron a disposición de los refugiados una bomba de agua. Mientras, el alcalde de Múnich, Dieter Reiter, organizó sombrillas para el sol y cajas con plátanos. “Me ocupo in situ porque se trata de mi ciudad, mi estación de ferrocarril y porque aquí se trata de personas. No se debe olvidar nunca esto en el debate”, explica Reiter.

Aunque la gran mayoría de los muniquenses lo ven como él, también se puede contemplar otra escena en la estación: un puñado de neonazis con los brazos cruzados y con las piernas abiertas espera al lado de las vías para “recibir” a los refugiados.

Un matrimonio mayor alemán descendió del tren de Budapest, reclamando a los reporteros que no sólo fotografíen a los refugiados, sino también la basura que dejan tras de sí. “Por su culpa tuvimos que esperar media hora en Rosenheim”, dicen, indignados.

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