José Mujica, presidente de Uruguay de 2010 a 2015, es ahora senador vitalicio, como lo son de acuerdo con la Constitución, todos los ex mandatarios cuya experiencia política es importante en el país más pequeño de Sudamérica, pero también, el que tiene un desarrollo más igualitario en el continente.

“Llámeme José, porque ese soy yo”, afirma. Claro, lo demás es transitorio. Al lado de su esposa Lucía, nos recibe en su humilde granja, su chacra, donde vive actualmente “con todo lo necesario para vivir”. No hay más personal que un elemento que resguarda al ex presidente.

José Mujica no tiene prisa, es amable, inteligente, siempre agudo y serio en sus respuestas, profundo en su visión del mundo. Mujica dice lo que piensa. Responde sin ambages a todas las preguntas. Sus respuestas nacen desde la congruencia. Abandona el discurso único para responder con una visión de crítico y observador de su tiempo. Sus discursos en Naciones Unidas eran escuchados siempre con atención respetuosa porque sus críticas van al fondo de los grandes problemas de nuestro tiempo. Recibió complacido, honrado y sonriente el Águila Azteca que le entregó en 2014 en La Habana, Cuba, durante la Cumbre de la CELAC, el presidente de México, Enrique Peña Nieto.

En cierta forma, José Mujica se autocritica cuando reconoce que el tiempo de una presidencia, cinco años, no es suficiente para acabar con la desigualdad. Afirma que “el mercado no es omnipotente ni lo resuelve todo, pero el camino recorrido —dice— bien valió la pena”, agradecido siempre con el pueblo uruguayo. Recuerda que Montevideo es la capital más austral del planeta y José Mujica mira la vida desde esta orilla del mundo.

¿Cómo siente haber estado como presidente de Uruguay durante cinco años? Es transitorio, pero también marca la vida.

—El agradecimiento que tengo con mi sociedad por el honor que me ha hecho, con un sentido de satisfacción a medias; satisfacción porque para nosotros lo más importante era contribuir a disminuir la pobreza y la indigencia en el país. Y avanzamos mucho en eso. Alegría a medias, de que no pudimos terminar, y en este país no tiene explicación, no se justifica, pequeño, pero rico en recursos naturales, no es posible que haya indigentes. Lo cual quiere decir que quedan cosas importantes por hacer, siempre va a haber cosas por hacer, pero la peor es la tendencia de la economía contemporánea a la feroz desigualdad; es posible que los países crezcan y, sin embargo, también crecen los que van quedando al costado del camino.

Parece ser que esa es la peor de las lacras del sistema de desarrollo actual, de todo el sistema político y económico.

—Claro, esto se agravó en los años donde estaban muy fuertes las tesis neoliberales, en el sentido de que el mercado iba a arreglar todo. No, no, el mercado no arregla todo, si no existen políticas deliberadas y preocupaciones en los Estados para que no se produzca ese fenómeno de construir dos sociedades, por el mercado solo no se arregla.

John Kenneth Galbraith que fue asesor de Kennedy en materia económica, alguna vez que tuve la fortuna de entrevistarlo, me decía algo que se me quedó grabado: “Es que éstos creen que el mercado es Dios” y que todo se arregla automáticamente y no es cierto, ¿no?

—No es cierto. Es un fanatismo, no se le pueden atribuir condiciones mitológicas de que va arreglar todos los problemas de la sociedad y mucho menos el reparto en la economía. El mercado dejado a la libre de Dios, si Dios existe y si Dios se preocupa del mercado, lo único que ha demostrado, es que se produce una brutal concentración de la riqueza en algunos y una acumulación de falta de oportunidades en otros. Por eso creo que los Estados tienen la obligación de luchar para atemperar estas contradicciones, mitigarlas y si fuera posible resolverlas.

¿Diría usted que esta es la obligación número uno de los Estados?, porque además estamos viviendo sociedades muy divididas, unir a las sociedades pasa también por resolver este tipo de problema que en América Latina es el problema central.

—Somos el continente más desigual y usted está en un pequeño país que es el más igualitario de América Latina, pero estamos en la cola si nos comparamos con los de Europa, quiere decir que nosotros seríamos algo así como campeoncitos de cuarta división y a veces nos ponemos orgullosos, dan ganas de llorar. Esto es parte de la lucha que existe hoy y esto además provoca otros problemas.

¿La polarización de las sociedades estaría vinculada con esto?

—Creo que da un oportunismo, a veces de carácter demagógico como para explotarlo. Señalar los viejos y eternos males que existen en la sociedad como causa de la desigualdad. Por ejemplo, la corrupción es causa de la desigualdad, la corrupción es corrupción y es más vieja que... ha existido en toda la historia de la humanidad, pero hay una legalidad ferozmente corrupta por la forma como distribuye el ingreso y los bienes, y como tiene una dimensión de tal naturaleza nadie la coloca en el terreno del pecado. Allá en los tiempos de Tomás de Aquino se castigaba la usura, no se podía prestar dinero y cobrar intereses. Bueno, pues estamos sometidos no ya a un capital desaforado, un capital financiero que tiene una influencia que uno no se puede explicar, en cuanto hay una crisis hay que socorrer a los bancos, y los bancos cuándo van a socorrer a la pobre gente.

¿Algún pequeño país no lo hizo no?, Islandia. Dijo: ¿Quieren cerrar?, que cierren. Empezamos de abajo, de nuevo con todo y le ha ido mejor.

—Y le ha ido mejor y pienso que es una lección. Pero no lo hizo Estados Unidos, como tiene la maquinita, empezó a imprimir y nos tiró dólares por todos lados.

Nuestras sociedades están inmersas en una situación como de descontento y desesperanza, lo mencionaba usted.

—Porque estamos sometidos en esta etapa de evolución del capitalismo, a una macrocultura que multiplica el consumo por todos los medios, desaforadamente, porque si se paran las ventas, es la locura de los ministros de Economía en el mundo entero. Y entonces, la pobre gente tiene que trabajar y trabajar. Por ejemplo, el que consigue trabajar seis horas se consigue otro trabajo y trabaja doce, en lugar de trabajar ocho como antes, entonces se trabaja más, y porque dice “no me alcanza” y nunca nos va alcanzar, porque todo está determinando para que nos presione y nos obligue a comprar y montemos esta civilización de use y tire y los que estamos tirando son años de vida, porque cuando yo compro algo, no lo compro con dinero, lo compro con el tiempo de mi vida que tuve que gastar para tener ese dinero, quiere decir que cuando despilfarro cosas, estoy despilfarrando tiempo de vida. Vivimos una civilización de use y tire y despilfarro que nos termina quitando tiempo para vivir. Por eso nuestra filosofía casera, que no se la podemos imponer a nadie, es aprender a vivir con sobriedad, no con austeridad, esa palabra no la quiero usar más, porque dejan a la gente sin trabajo y a eso le llaman austeridad.

Es un sistema que está tan implantado en eso, en la mente de la gente, en la ambición, en tener dinero no para satisfacer necesidades sino para tener cosas a las que nos está induciendo el consumo, un mejor carro, una mejor casa, un mejor todo, todo el tiempo, ¿no?

—Vivir para eso nada más crea una angustia en la gente y además, en los que están desiguales, están como mirando una vidriera llena de cosas muy ricas que ellos no pueden consumir y eso genera frustración.

¿Cómo mira usted hoy, en conjunto, a América Latina?

—Dormida. América Latina tiene un desafío que se le está organizando en el resto del mundo. Es un mundo que parece tender, evolucionar, a la construcción de grandes unidades, de grandes espacios multinacionales, ¿a qué me estoy refiriendo? A la [Unión] Europea, a lo que está construyendo Estados Unidos en derredor de ellos, a China que es un viejo Estado multinacional, a la India, creo que el mundo se va organizando y los latinoamericanos que tenemos una lengua en común, ciertas tradiciones en común, no encontramos formas de podernos relativamente juntar, y en ese mundo de gigantescos seres vamos a ir a discutir de república, con pequeñas repúblicas, con semejantes espacios, va a ser difícil que nos respeten.

El discurso de todos los mandatarios es francamente integracionista, pero cuando los hechos nos empujan, cada cual está honradamente preocupado por lo que le pasa en su país y tiene que enfrentar los problemas de su país, y los problemas del conjunto los sustituimos con conferencias que tiene mucha propaganda, encuentro, pero realmente le dejan muy poco a la gente de camino. Y no creo que nunca va a haber una política de integración si las masas latinoamericanas no logran entender que su suerte de futuro se está jugando en eso.

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