En  el curso de las últimas horas, el magnate de los rascacielos, Donald Trump, ha confirmado que sólo quiere ganar las primarias del partido republicano para hacerse con la nominación presidencial, pero sin intención alguna de contender por la presidencia en 2016.

El anuncio de su programa contra la inmigración indocumentada es la prueba más fehaciente de esta estrategia de “tierra quemada” en el espinoso asunto de la inmigración indocumentada.

Es una estrategia que demoniza a la inmigración indocumentada para agitar a las bases más conservadoras. Esas que domina el hombre blanco y conservador mayor de 65 años que teme un cambio de paisaje demográfico.

Un cambio de piel que los dejará dentro de muy poco en condición de igualdad ante esas minorías que ya son la gran mayoría en EU.

La estrategia de Donald Trump contra la inmigración indocumentada es el pan para el circo de las primarias, pero será el hambre para las elecciones generales del 2016, cuando necesitará a ese 10% del padrón electoral que agrupa al voto hispano.

En términos absolutos, organizaciones como Latinos Decisions han vaticinado que en 2016 votarán poco más de 13 millones de hispanos, es decir, el 10% del padrón electoral total.

En 2012, el candidato republicano a la presidencia, Mitt Romney, prometió que en caso de que conquistara la Casa Blanca apostaría por la “autodeportación” de millones de indocumentados. En otras palabras, les haría la vida tan insoportable a los indocumentados que éstos preferirían abandonar voluntariamente EU.

Este error de Romney le costaría muy caro en las elecciones de noviembre de 2012, cuando sólo el 27% del electorado hispano votó a su favor, contra el 70% que respaldó a Obama.

En el caso de Trump, su decisión de insistir en la construcción de un muro en la frontera sur de EU que, además, será pagada por el gobierno de México. Su plan para abrogar el derecho constitucional que concede la ciudadanía a los hijos de indocumentados que nacen en territorio estadounidense. Sus planes para deportar en masa a millones para, luego, abrir las puertas del retorno sólo “a los buenos”, demuestra la absoluta desconexión de Trump con la realidad y su afán por sacudir los peores demonios del sector más extremista y más racista en EU.

Las declaraciones de Donald Trump sólo garantizan una mayor desafección de los hispanos hacia un partido que tardaría más de una generación en recuperar el terreno perdido ante una base electoral que se ha convertido en fiel de balanza en la lucha por la presidencia.

A pesar de ello, Trump insiste en la estrategia de la “tierra quemada” con los hispanos. Una apuesta que sólo conduce a la derrota de cualquiera que sea el candidato que el partido republicano elija al término de las elecciones primarias.

Por ello mismo, desde el liderazgo del partido republicano y desde campañas como la del ex gobernador de Florida, Jeb Bush, la preocupación es creciente.  Los ataques de Trump contra los hispanos, obligarán a desandar el camino del extremismo a quien se haga con la nominación presidencial para recuperar los puentes incendiados por Trump con los hispanos.

En el ánimo de quienes tienes serias posibilidades de hacerse con la nominación, Jeb Bush entre ellos, están las cuentas que todos los estrategas ya han hecho por adelantado.

Si el candidato del partido republicano consigue el respaldo del 60% del voto blanco, necesitaría al menos contar con el 47% del voto latino para recuperar la Casa Blanca. Una cifra que se antoja imposible desde las elecciones del 2012, cuando Mitt Romney cosechó el 27%, frente al 70% de Barack Obama.

En las elecciones del 2004, George W. Bush consiguió el respaldo del 44% del electorado hispano. Desde entonces, se ha producido un desplome del apoyo latino hacia los candidatos del partido republicano como John McCain que sólo obtuvo el 31% en las presidenciales del 2008.

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