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Sentados o caminando, viendo de un lado a otro, y siempre pendientes a su entorno, se mueven las personas que beben alcohol en las calles.
Ya sea con su anforita, latas, e incluso botellas de cerveza en la mano, se les ve caminado muy discretos por la capital del país.
En cuanto alcanzan a ver a un policía o divisan las luces de una patrulla, los “fiesteros” apuran el trago o lo esconden entre sus prendas o mochilas.
No es común verlos antes de las 12 de la noche. Normalmente salen de los bares entre las 2 y 3 de la madrugada, y ya “encarrerados”, acuden a las tiendas de autoservicio, compran bebidas alcohólicas y siguen la borrachera en las calles.
Así lo hace Manuel, de 28 años de edad, y quien afirma que después del cierre del bar en el que se encuentre, la fiesta sigue en la casa de un amigo o en la vía pública, no importa el lugar, el asunto “es seguir con la pachanga”.
Estrategias para seguir bebiendo. Hay a quienes no les gusta arriesgarse a ser arrestados y utilizan envases de plástico o similares para tratar de ocultar el líquido y pasar desapercibidos por las autoridades.
“Pongo el alcohol en un termo o en algo que lo haga pasar desapercibido, o bien, uso mi anforita para darle el sorbo rápido y guardarla de inmediato”, afirma Miguel Ángel, de 30 años.
Comenta que esta es una acción que realiza cada vez que sale de un bar o un antro para no cortar con el ritmo de la juerga.
Relata que hace tres años un policía preventivo se acercó a él y detectó el característico olor a alcohol.
El policía capitalino sacó entonces un alcoholímetro y le pidió hacer la prueba al joven de 30 años.
“Le dije que era ilegal [realizarme la prueba, que] el alcoholímetro es para conductores y yo estaba caminando. Lo que hice fue ‘invitarlo a cenar’ o sea, le di dinero, al fin y al cabo estaba a tres cuadras de mi casa”, explica.
Al final Manuel dio 100 pesos al policía y con eso evadió ser remitido al Juzgado Cívico por ingerir bebidas embriagantes en las calles.
El beber en la vía pública no sólo es un asunto de los fiesteros, sino que también engloba a las personas en situación de calle.
Tirados en la vía pública y tapados con cobijas sucias de pies a cabeza, mantienen una botella de licor de agave cerca y de la cual beben a cada rato. Sin embargo, en este caso, los policías capitalinos no se inmutan y pasan de largo como si no pasara nada.
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