Maldito y sensual food porn, es lo que pienso cada que  recorro con el pulgar mi feed de Instagram, la mayor red social para compartir fotos de comida. Porque para el food porn, nada es demasiado, nada es te pasaste tantito, nada es exagerado. Si se derrama o desparrama, si te cuesta trabajo tomarlo con una sola mano o no tienes idea de cómo atacarlo con un inofensivo tenedor, entonces has caído en las redes de la sabrosa seducción del food porn. Y nosotros que somos tan débiles...


El origen de la perversión
Allá por el año de 1977, el New York Times publicó una reseña de un recetario del chef Paul Bocuse, donde se utilizaba en término gastroporn por primera vez. Luego, en 1984 la autora de Female Desire, Rosalind Coward, se refirió a la food pornography como un tipo de fotografía de comida que se enfoca en el producto final —dejando de lado el proceso de elaboración— y que provoca al espectador cierto placer físico. 
Actualmente, el urbandictionary.com lo define así: 1) Imágenes con acercamientos de comida jugosa y deliciosa empleadas en publicidad; 2) La acción de tomar fotografías de comida antojable para compartirlas en redes sociales, provocando que aquellos que ni siquiera estaban hambrientos se emocionen e ignoren cualquier intento de seguir la dieta; [...] 6) Cualquier tipo de contenido que muestre comida excepcionalmente deliciosa. Esta comida se muestra de tal manera, ya sea por la iluminación o por el filtro, que deja al expectador diciendo: “¡Oh, Dios mío! Quiero comerte, pero no me hagas gordo.”
Sea la definición que se emplee, lo cierto es que esta tendencia está fuertemente ligada a las redes sociales y, por supuesto, al marketing y publicidad alrededor de la comida a tal grado que se puede catalogar como un tema de influencia en el sector. Un estudio elaborado por Ypulse (una plataforma que estudia las tendencias de consumo y mercadotecnica del millenial y el adulto joven) indica que tomar fotos de la comida se ha convertido ya en una norma, aumentando así el poder de  redes sociales como Instagram y Pinterest. El estudio indica que 63 por ciento de las personas entre 13 y 32 años han posteado una foto de comida que alguien más ha comido; mientras que el 57 por ciento han compartido el platillo que están a punto de comer. Añade también que el 47 por ciento de los jovenes participantes en el estudio se consideraban foodies y que tan sólo en Instagram existen, al día de hoy, más de 99 millones de fotografías con el hashtag #foodporn.
  De aquí se explica que proliferen las propuestas que seducen al consumidor con la imagen, ya sea para que visiten los restaurantes, adopten una tendencia alimenticia o se inspiren para preparar un platillo en específico. Amigos: el food porn llegó para quedarse y hacer que consumas. Y hay estudios que lo comprueban, como el publicado por la Librería Nacional de Medicina de Estados Unidos, que establece que ver fotografías de comida aumenta los niveles de grelina en el organismo, la hormona que determina el apetito.


Empieza la locura
El food porn es inclusivo. Al food porn no le interesa tu preferencia alimenticia. El food porn está para darle rienda suelta a tus más bajos instintos. Y ejemplos hay muchos: hamburguesas de donas glaseadas, pizzas con topping de hamburguesas y cantidades obsenas de tocino, waffles con pollo frito, gravy y, sí, tocino (el tocino bien puede ser el food porn star) o brownies rellenos de galleta y glaseados con dulce de leche... La imaginación no tiene límite. 
Pero no todo es decadencia y gordura. También existen opciones saludables que se comparten bajo el hashtag #healthyfoodporn, bajo el tema de que “lo saludable no tiene que ser aburrido”. Así, hay diversidad en el gusto y nadie se queda con las ganas.


A la mexicana es mejor
Tal vez, la comida mexicana ha sido la mayor expresión de food porn desde hace ya bastantes años. Una galería de antojos de la vitamita T: tlacoyos, tacos, tortas, tamales, tostadas y todo lo hermoso de nuestra cocina, estoy segura, hacen palidecer hasta al   comensal más parco.
 Hoy en día, existen gloriosas muestras de esta tendencia en lugares como Eat Lalo!, pues su torta de chilaquiles es masiva, con una obligada porción de huevo —ya sea revuelto o estrellado—, aguacate y frijoles. También, cualquier chilango sucumbe ante la mística torre de pastor de El Huequito,  a la que no necesitas agregarle nada más que cariño para hacerte tus tacos. Gorditas rellenas de más chicharrón, flautas ahogadas y la simple vista del tajo del taquero de tacos de cabeza de confianza son pretexto suficiente para entregarse con deseo al antojo que nos hace suspirar.

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