Sin ley de por medio, este domingo, comenzó a desplegarse el mensaje de una renovada militarización en el país, a partir de las Coordinaciones Territoriales para la Construcción de la Paz. No habían transcurrido más de 48 horas desde la toma de posesión del nuevo gobierno federal, y en 17 estados los gobernadores ya se habían reunido con los “superdelegados” para instalar las “mesas de construcción de la paz” y afinar los detalles de la integración y actuación de la Guardia Nacional en sus entidades, ésa que no existe y que va a consistir en policías federales, policía militar y policía naval, bajo el mando de la Sedena.

Al menos es una buena noticia que, después de la reunión con la Conago y a cuatro días de gobierno, se haya reconsiderado el despropósito de que los “superdelegados” fueran los secretarios técnicos en materia de seguridad. Sin embargo, eso no modifica el problema de fondo, que es la consolidación de la “solución” militar y del abandono de las policías en México. Es decir, nada nuevo. Sólo se trata de llevar las tendencias que ya traíamos a sus versiones más simplistas y más extremas. Nadie niega que las fuerzas armadas son indispensables por el momento, pero no hagamos de la excepción algo permanente.

Pensar que un cuerpo de seguridad militarizado, bajo el mando de la Sedena, va a solucionar la grave crisis de inseguridad que se vive en nuestro país es, en cierta medida, falso. De acuerdo con datos del SESNSP, de enero a octubre de 2018 se cometieron 153,715 delitos del fuero federal, y en el mismo periodo se cometieron 1,550,246 delitos del fuero común, que incluyen violaciones, violencia intrafamiliar, robo a casa habitación y homicidios, entre otros, que son los delitos que más afectan la seguridad de los ciudadanos. Difícilmente la Sedena logrará entender estos problemas y darles solución. Para eso, necesitamos a la Policía Estatal y Municipal. La vía militarizada que nos ofrecen es como cortarse las uñas con un machete.

En cambio, a las Policías no hay quien las defienda, es un error mayúsculo destruir a la Policía Federal que, con todo y sus deficiencias, es la Policía más importante y profesional del país. Los resultados que las Policías puedan o no entregar respecto al mejoramiento de la seguridad de los ciudadanos no sólo depende de las acciones de sus integrantes, que también son pueblo uniformado, y que se la juegan a diario contra la criminalidad de todos los niveles. Depende también, y sobre todo, de la voluntad política de las autoridades para brindarles las herramientas necesarias para realizar su trabajo y del diseño de estrategias adecuadas a cada contexto local.

Ahí, en la Policía y en la esfera civil, es donde el nuevo gobierno había ofrecido trabajar. Ahora, al quemar las opciones civiles, estamos transitando por un camino peligroso. Por un lado, cada año asesinan a cientos de policías, sin que nadie se conmueva. Cada año, las corporaciones de policía del país sobreviven sin presupuesto, sin profesionalización, sin equipamiento. Y ahora, por si fuera poco, se “lanza la línea” de que son corporaciones irredentas y, por lo tanto, prescindibles. El presidente necesita a todas las fuerzas del orden. Ojalá haya apertura para reconsiderar. Sí hay opciones. Desde la sociedad civil estaremos siempre dispuestos a dialogar con el nuevo gobierno y mostrarle, con evidencia, que la mejor ruta para mejorar la seguridad de este país es fortalecer a las policías, no destruirlas.

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