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A lo largo de la historia, una de las estrategias más eficaces para que las personas busquen un futuro mejor ha sido desplazarse. En la mayoría de los casos, abandonando las zonas rurales empobrecidas en busca de oportunidades más productivas en otros lugares.
De hecho, desde nuestros comienzos la migración ha sido esencial para la historia humana: fuente de beneficios económicos y culturales múltiples.
Pero cuando la migración es una cuestión de extrema necesidad, angustia y desesperación, se convierte en otra historia.
La migración forzada está arraigada en los conflictos, la inestabilidad política, la pobreza extrema, el hambre, la degradación ambiental y los efectos del cambio climático.
En estas situaciones, las personas no tienen otra opción que marcharse.
El lema de este año para el Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre), “Cambiar el futuro de la migración. Invertir en seguridad alimentaria y desarrollo rural”, aborda las causas estructurales de los grandes desplazamientos de personas para hacer la migración segura, ordenada y regular.
Esto es aún más pertinente hoy porque el número de personas que padecen hambre vuelve a aumentar después de décadas de progreso.
Según el informe del Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo de 2017 (SOFI), 815 millones de personas sufrieron hambre en 2016, un aumento de 38 millones de personas en comparación con 2015 (777 millones). Esto fue debido en gran parte a conflictos, sequías e inundaciones en todo el mundo.
De hecho, los conflictos han llevado al noreste de Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen al borde de la hambruna y han provocado inseguridad alimentaria aguda también en Burundi, Irak y otros lugares. En todo el mundo hay alrededor de 64 millones de personas desplazadas por el conflicto y la persecución, las cifras más altas desde la Segunda Guerra Mundial. Además, la sequía provocada por el fenómeno de El Niño excepcionalmente intenso, ha reducido drásticamente el acceso a los alimentos en gran parte de África.
Los hogares rurales llevan a menudo el peso de estos factores. La mayoría de los pobres del mundo viven en zonas rurales y muchos jóvenes rurales, especialmente en el África subsahariana, migran debido a la ausencia de oportunidades productivas.
Pero expliquemos la historia claramente: A pesar de las percepciones ampliamente aceptadas, la mayoría de los que migran permanecen en sus países de origen. Hay alrededor de 763 millones de migrantes internos en todo el mundo, una de cada ocho personas en el planeta y la mayoría se traslada del campo a las ciudades. De los 244 millones de migrantes internacionales registrados en 2015, un tercio provenía de países del G20 y consistía en personas que se desplazaban para buscar oportunidades más productivas. Los flujos migratorios Sur-Sur son ahora más grandes que aquellos de los países en desarrollo a los países desarrollados.
Hacer de la migración una opción
Los conflictos, la pobreza rural y el cambio climático exigen cada vez más atención, ya que impulsan la migración por situaciones de dificultad como último recurso, lo que genera una maraña de problemas morales, políticos y económicos para los migrantes, sus anfitriones finales y los puntos de tránsito intermedios. Todos tenemos raíces y pocos de nosotros deseamos cortarlas. De hecho, incluso en las situaciones más extremas, las personas prefieren quedarse en casa.
El desarrollo rural incluyente puede ayudar en todos los frentes, frenar los conflictos, impulsar la sostenibilidad y hacer de la migración una cuestión de elección en lugar de desesperación.
Se necesitan con urgencia oportunidades de empleo decentes, que pueden ser generadas por la agricultura productiva y actividades de apoyo que abarcan desde la investigación de semillas y la provisión de crédito hasta la infraestructura de almacenamiento y las empresas de procesamiento de alimentos, para convencer a un creciente número de jóvenes en las zonas rurales de que tienen un destino mejor que los viajes peligrosos a lugares desconocidos.
La migración misma es parte del desarrollo rural, la migración estacional está estrechamente ligada a los calendarios agrícolas y las remesas son una fuerza enorme para mejorar tanto el bienestar rural como la productividad agrícola. La contribución de los migrantes al desarrollo debe ser reconocida y valorada, ya que son los puentes entre los países de origen, de tránsito y de destino.
La FAO trabaja para abordar las causas profundas de la migración. Esto significa promover opciones políticas que favorezcan a las personas vulnerables. Incluye la formación laboral juvenil y el acceso inclusivo al crédito, la elaboración de programas de protección social que ofrezcan transferencias en efectivo o en especie, medidas específicas para apoyar a los que regresan a las zonas rurales de origen y la asistencia para el suministro de semillas, fertilizantes y servicios de sanidad animal, puesta a punto de sistemas de alerta temprana para riesgos climáticos y trabajo para el uso sostenible de los recursos naturales y la tierra.
Como copresidente en 2018 del Grupo Mundial sobre Migración, que comprende 22 organismos de las Naciones Unidas y el Banco Mundial, la FAO abogará por soluciones que hagan de la migración un acto de elección y no un último recurso desesperado. La agricultura y el desarrollo rural tienen un papel clave que desempeñar en este sentido.
Director general de la FAO