“Muchas felicidades a todos los que han hecho posible que la
Universidad Panamericana
cumpla hoy sus primeros 50 años”


A medida que se va acercando el primero de julio del 2018, en el que, además de elegir al próximo Presidente de la República habrá que renovar el Poder Legislativo federal y elegir un sinnúmero de funcionarios en el ámbito local, se va enrareciendo el ambiente político y pareciera que se avecinan grandes complicaciones. Hasta hace muy poco tiempo, se daba por hecho que México tenía ya plena madurez para organizar elecciones regulares, libres y pacíficas. Sin embargo, las características propias del proceso y algunos problemas no resueltos: dinero en las campañas, nombramientos pendientes, están poniendo en entredicho la buena marcha del proceso electoral. La destitución la semana pasada del titular de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales viene a complicar aún más el ambiente electoral.

Uno de los temas en que vale la pena reflexionar es el de la ciudadanización. Dividir a la sociedad entre políticos y ciudadanos es demagogia. Siempre me ha parecido absurdo ese discurso. Todos los políticos son ciudadanos; el hecho de que un partido postule a una persona o que ejerza una responsabilidad pública, no le quita su calidad de ciudadano. Es, la mayoría de las veces, una estrategia para ocultar pretensiones políticas, que son por lo demás legítimas. Muchas ocasiones, quienes encabezan ese discurso, son políticos que han tenido militancia partidista o personas que no quieren aparecer abiertamente como políticos, a fin de sacar tajada del desprestigio de la política que ellos mismos alimentan.

El discurso de la ciudadanización, además de demandar espacios de participación electoral, es también un síndrome genérico de desconfianza en las instituciones, y se proyecta sobre muchos espacios de la vida pública. Quienes alimentan ese discurso no sólo desprecian a los partidos, sino también al Congreso, a los órganos electorales y en general a todas las instituciones. Es innegable que en la estrategia deliberada de debilitamiento de las instituciones por parte de algunos actores políticos se cierne uno de los mayores riegos para nuestra joven democracia.

Así las cosas: las peculiaridades del proceso, los nuevos retos y los problemas que no han quedado resueltos, nos hacen ver que la elección de 2018 no será un proceso típico de renovación de órganos; por el contrario, exige un compromiso cabal de todos los actores políticos y sociales de cuidar el proceso y defender a la democracia frente a los impulsos involucionistas. El disenso, que es consustancial al pluralismo democrático, debe procesarse con altura de miras y teniendo siempre presente que la democracia es el mejor sistema de gobierno posible. Visto en positivo, la elección del año próximo también representa una gran oportunidad para refrendar la democracia.

El Congreso, por su parte, debe asumir a cabalidad la representación y fungir como caja de resonancia de actos u omisiones que pongan en peligro la democracia. Desde la tribuna se deben evidenciar las conductas ilegales y los impulsos antidemocráticos. Las cámaras, además, deben dar respuesta a las demandas sociales. No es momento para extender el acta de defunción de la Legislatura. Aún hay tiempo para resolver los pendientes. Las reformas que no se hagan hoy, se tendrán que hacer mañana. Hoy más que nunca, hay que dar respuesta a las demandas sociales; una actitud obstruccionista a quien más perjudica es al país.

Es claro que aún tenemos, sociedad y gobierno, mucho por hacer de cara a 2018. El esfuerzo por redignificar a la política ante los ojos de los mexicanos es también una manera de fortalecer nuestra democracia. Los mexicanos nos merecemos un mejor 2018, y de todos depende que lo podamos tener.

Abogado
@jglezmorfin

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