Un signo claro de los tiempos que vivimos es el desgaste que muchos gobiernos del mundo tienen. Cada vez más pareciera que los ciudadanos desconfían por principio de todo aquello que provenga del gobierno, especialmente de los funcionarios públicos que lo integran y los políticos en general.

La falta de confianza de los ciudadanos en los funcionarios y los gobiernos es un problema delicado que pone en riesgo el futuro de los países. La necesaria función del gobierno es algo que ha acompañado a la civilización desde sus orígenes.

La experiencia histórica ha sido clara en mostrar el fracaso y la bancarrota social cuando se han tenido gobiernos malos o inexistentes de facto. En cambio, algunas de las épocas de mayor desarrollo han coincidido con la existencia de gobiernos equilibrados, eficientes, sustentados en un ethos robusto.

La necesidad del gobierno, de cualquier gobierno en el devenir histórico se resume en dos funciones: unidad y rumbo. Los gobiernos cumplen con su papel y pueden ser calificados en la medida en que mantienen unido y en paz al conjunto social por un lado y le dan rumbo, metas específicas y proyección por otro.

Cuando el gobierno se debilita o no cumple adecuadamente con sus funciones se convierte en fallido y la sociedad a la que estaba llamado a dirigir queda a la deriva, cercana al caos. Cuando el gobierno cumple con sus funciones todo el conjunto social avanza, existe una mejoría generalizada que permite alcanzar el bien común, esto es que todos y cada uno de los sujetos que lo componen alcancen su pleno desarrollo.

De allí la necesidad existencial de las sociedades civilizadas de contar con un gobierno que cumpla adecuadamente con sus funciones.

Los profesores de la Universidad de Harvard Acemoglu y Robinson en su conocida obra Por qué fracasan los países, después de un gran estudio de campo concluyen a la pregunta ¿por qué algunos países se desarrollan y otros fracasan? con la idea de que no es su cultura, su carácter o su geografía la que hace la diferencia, sino sus instituciones. Efectivamente, solo así se entiende la diferencia de desarrollo entre las dos Coreas o en su momento las dos Alemanias por poner algunos ejemplos, eran el mismo pueblo, con la misma cultura, carácter y una geografía muy cercana pero las instituciones eran distintas.

El mayor responsable de construir las instituciones que conforman un país es su gobierno. A través de sus capacidades las puede impulsar o destruir. De allí la necesidad de que en el momento actual se robustezcan gobiernos que cumplan adecuadamente con sus funciones.

Los antiguos romanos distinguían las dos herramientas con las que se cuenta para gobernar: la denominada auctoritas y la potestas. La auctoritas que podríamos traducir como autoridad moral es un saber socialmente reconocido, se ejerce de forma suave ya que suele ser aceptada universalmente, no requiere de símbolos externos para hacerse presente y trasciende a las personas incluso después de su muerte.

La potestas es propiamente el poder, se ejerce de manera directa, requiere de símbolos externos para demostrar su existencia y termina con el cargo o función.

En las últimas décadas una gran parte de los gobiernos del mundo han utilizado la potestas y dejado de lado la auctoritas. La lógica de la actividad de gobierno y en general de la política ha estado inserta en la lógica de búsqueda y mantenimiento del poder dejando de lado los motivos verdaderamente importantes de su función. Se han quedado en los medios olvidando el fin.

Hoy más que nunca se requiere con urgencia que los gobiernos crezcan en auctoritas, reto nada fácil por implicar una conversión paradigmática, sin embargo, absolutamente necesaria.

Rector de la UP-IPADE

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