Gobernar y tomar decisiones nunca había sido tan valorado como ahora. Las malas decisiones y los malos perfiles que ocupan altos puestos en el nuevo Gobierno de México han provocado retraso en procesos administrativos, malas compras, vetos a empresas y una total incapacidad que bien se puede traducir en corrupción.

Desde diciembre de 2018, los mexicanos vimos cómo el nuevo Gobierno de México decidió cancelar el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Nos dijo que se trataba de una obra plagada de corrupción, una herencia de otros gobiernos y que por tanto era muy onerosa. Sin embargo, hace unas semanas escuchamos a las autoridades de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes asegurar que no encontraron rasgos de corrupción y por ello no se presentó ninguna denuncia. ¿Qué pasó entonces? ¿Cancelaron la obra más importante del país por un capricho político? Eso parece.

¿Nos condenan a tener un sistema aeroportuario colapsado, únicamente por cumplir con una irresponsable promesa de campaña? Basta tan solo haber estado en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en este regreso de vacaciones de Semana Santa para constatar lo previsto; saturación, falta de infraestructura, escaso personal y filas de mexicanos ingresando al país de hasta una hora y media.

Revisemos para el anecdotario: ¿Cómo nos sentimos los mexicanos quienes por cuestiones de trabajo tenemos que usar una vez a la semana el actual Aeropuerto de la Ciudad de México? Transitando por pasillos con olor a basura, esquivando goteras, llegando tarde a los destinos por las demoras, perdiendo dinero incesablemente. En fin, todos padecemos una mala decisión. Todo por soberbia e ineptitud .

Es muy grave lo que está sucediendo. Apenas la semana pasada el titular del ejecutivo, en un arranque de no sabemos qué, anunció que este lunes 29 de abril se colocaría la primera piedra del nuevo Aeropuerto Felipe Angeles en Santa Lucía. Ese mismo día nos enteramos que no había permisos de construcción, ni siquiera el estudio de impacto ambiental.

Sin importar las críticas, el Presidente de México finalmente decidió hacer un evento para arrancar oficialmente los estudios de impacto ambiental y la preparación del proyecto. La presentación duró poco menos de una hora. Se dijo ser el mejor proyecto y lo mejor que le puede pasar al país. Y muchos nos preguntamos: ¿entonces el anterior proyecto de Texcoco de verdad estaba tan mal hecho?, ¿en serio esto es lo que necesita el país, tan mal andábamos?

Las respuestas sólo vendrán con el tiempo. Por lo pronto pienso que este gobierno está construyendo un país frágil, levantado sobre remedos y palitos de madera. Eso también es corrupción, les guste o no reconocerlo. Los hombres honestos, no hacen instituciones honestas. Son los controles que el Presidente y su equipo de trabajo establecen, las reglas claras para todos. Cerrando espacios a la discrecionalidad y arbitrariedad en la toma de decisiones. Las cabezas no pueden controlar a los miles que están debajo de ellos, ni los millones de pesos que manejan. Solo es a través de estos instrumentos.

Promover perfiles poco idóneos para ocupar cargos que cuentan con “un intachable perfil”, como lo sugiere la nueva administración, no garantiza la lucha contra la corrupción. Elegir a malos directores o titulares de área para importantes divisiones de gobierno, es sin duda un acto de corrupción. Hoy ningún especialista de renombre avala el proyecto de Santa Lucía, sólo un constructor que cuenta con la bendición de quien hoy gobierna y, a quien por cierto, ha contratado en el pasado. Veremos.

Estos nuevos funcionarios serán honestos o no, el tiempo lo dirá. Por el momento se han cerrados las puertas a empresarios que con legítimo derecho exigen participar en la vida pública, ya sea porque tienen algún contrato con el Gobierno o aspiran a tenerlo. Hoy la estigmatización a lo privado nos tiene en este estado de mediocridad.

Falta mucho por ver pero hoy por hoy la iniciativa privada se siente traicionada. Las asignaciones directas de contratos por parte de estos nuevos y “honestos” funcionarios, hacen pensar que lejos de incentivar la sana competencia y la transparencia, hemos involucionado.

Insisto. Esta mediocridad que parece ser la tónica para gobernar, sin proyectos, sin permisos y al “ahí se va”, tiene un nombre y es: corrupción.

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