La crisis por el desabasto de combustibles, la pretensión de militarizar la seguridad pública y la entrega de la “Cartilla Moral”, al poner en marcha los programas de pensiones a adultos mayores, jóvenes desempleados y becas a estudiantes, son las últimas expresiones de un gobierno que echa abajo sus propias promesas de campaña.

La discusión del paquete económico para el 2019 era la oportunidad para bajar el precio de las gasolinas, como lo prometió el ahora presidente. Pero se echó para atrás. Y no sólo no bajaron los precios, sino que ahora ni gasolina suficiente tiene el país para su funcionamiento normal. Se oculta la verdad de que el desabasto se debe a decisiones equivocadas, y se aprovecha el supuesto combate al “huachicoleo” para justificar la militarización del país aun cuando durante su campaña, López Obrador se rasgó las vestiduras denostando al ejército y ofreció que los militares regresarían de inmediato a los cuarteles.

Ahora, despliega una estrategia que coloca a sus críticos —periodistas, legisladores, dirigentes políticos— como defensores o cómplices de los ladrones de combustibles y encubridores de la corrupción de gobernantes y funcionarios anteriores.

Al entregar los apoyos de beneficio social, construye un mayor apoyo popular a sus acciones, y aparece como un gobierno que “cumple” y “combate la corrupción”. Ignora, desde luego, a quienes reclaman información veraz, transparencia en las decisiones, así como “seguridad sin guerra” (es decir, no militarizada) y un fiscal autónomo (no un “fiscal carnal”) para el combate real a la corrupción, exigencia de múltiples organizaciones de la sociedad civil, muchos de cuyos miembros votaron por él, pero que hoy se ven decepcionados y traicionados.

La de Andrés Manuel es una estrategia que está enfrentando a un sector del país que lo apoya fervientemente contra otros que lo critican. Utiliza para ello a los beneficiarios de los programas sociales como ejército defensor, difundiendo su “Cartilla Moral” sin importarle que eso nos regrese a negros capítulos de la historia nacional ya superados, gracias a lo cual surgió y se afianzó el principio del Estado laico, para querernos imponer una sola concepción del mundo, de la vida, de la ética y la moral, mediante anacrónicas discusiones sobre “el cuerpo y el alma”, entre otros delicados temas.

Estamos ante una estrategia perversa que va sentando las bases para ir aniquilando la democracia, acabando con los equilibrios propios de una institucionalidad republicana, cooptando a adversarios, capturando y castigando o sometiendo a los órganos autónomos para tener todo bajo su control, bajo el manto de que todo lo que AMLO hace está bien porque él es el representante único y legítimo del pueblo.

Es la antesala del totalitarismo. Sé que a algunos no les gustan estas referencias, pero así empezaron Hitler, Mussolini, Chávez y Maduro: con un gran respaldo social porque eran “los salvadores” de sus pueblos.

Evitemos caer en el engaño y no aceptemos propuestas como la guardia nacional militarizada (aunque se diga que ya no estará con mando militar), o el nombramiento de un fiscal (carnal) a cambio de promesas que no se van a cumplir. Es necesario defender los equilibrios, controles y contrapesos institucionales.

Defender la independencia del Banco de México, las autonomías del INE, INAI, CNDH, INEGI y a los órganos reguladores, son banderas que pueden enarbolarse por un frente amplio, democrático y progresista, político y social, dejando claro que queremos acabar con la corrupción, con el saqueo y la inseguridad; pero no a cambio de empeñar nuestras libertades ni nuestra precaria democracia; no avasallando ni atropellando, sino discutiendo y acordando. ¡Sí acabar con todos estos males, ¡pero no así, presidente!

Ex diputado federal

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