Es el nombre de la gran fiesta cristiana del día 2 de noviembre. El día anterior se celebra Todos los Santos, fiesta creada en el siglo IX, la última fiesta común a griegos y romanos, ortodoxos y católicos, porque se inventó antes del Gran Cisma que dura hasta la fecha. Fue una invención de la gloriosa orden de Cluny, la que purificó todos los monasterios que se unieron a ella, algo que molestó mucho a los obispos que se burlaban del “reino de Cluny”, en realidad porque ellos también necesitaban una buena limpieza, como ciertos prelados hoy en día.

Cluny hizo muchas cosas buenas, pero su regalo a la humanidad fue y sigue siendo el Día de Todos los Santos. La liturgia del día 2, la del Día de Muertos, de todas las almas, All Souls, en inglés, es posterior. Después de la alegría y de la gloria del día primero, viene el tiempo de la reflexión, de la melancolía, para cristianos y no cristianos. Hace poco murió el gran Charles Aznavour, incansable a sus 94 años, y bien pudo cantarnos, entre tantas canciones melancólicas suyas, el poema del siglo XIV, de Eustache Deschamps: ¿Dónde está Nemrod, el gran gigante/el primero que logró dominar/ Babilonia? ¿Dónde está Príamo/ Héctor y toda su descendencia? ¿Aquiles y su compañía, / Troya, Cartago y Rómulo, / Atenas, Alejandro, Remo/ Julio César y sus hombres? / Todos se han convertido en cenizas./ Soplen, nuestra vida no es nada. Y sigue el hermoso canto hasta: Príncipe, sólo quedan las virtudes, / hacer el bien y gozar aquí abajo, / y dar caridad, en el nombre de Dios, / a los pobres, para reinar allá arriba; / nuestra vida concluye pronto:/ soplen, nuestra vida no es nada.

Todos los Muertos es el día del purgatorio. La Iglesia del año mil no es una Iglesia de santos, la del año 2018 tampoco. Es una Iglesia de pecadores con obispos piadosos montados en sus caballos y peleando en el campo de batalla, a favor del Emperador o del Papa, en el marco de vendettas de familia. Esa liturgia de los difuntos estableció la solidaridad entre todas las almas desde el principio hasta el fin del mundo. Odilón de Cluny la concibió a fines del siglo X y, durante cerca de mil años, los católicos oyeron y rezaron según les enseñó el abad. En este oficio se podía oír el “concededles, Señor, el eterno descanso y alúmbreles la luz eterna”, que engendró tantos hermosos réquiem. Luego, en voz de San Pablo, “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?”, interrogación inmediatamente seguida por el extraordinario himno Dies irae, diez illa, “Día de cólera y día terrible, cuando el universo será reducido a cenizas”. Fue escrito dos siglos después, en 1226, por Tomás de Celano, pero repite fielmente las palabras de Odilón, el hombre es como la hierba, como una sombra, pasa… En latín es de una belleza increíble.

No dice otra cosa el jefe indio Crowfoot, cuando muere a finales del siglo XIX: “Otro poquito de tiempo y ya no estaré con ustedes. ¿Dónde? No lo puedo decir. De ningún lado venimos, a ningún lado vamos. ¿Qué es la vida? Es como la chispa de la luciérnaga en la noche. Como el soplo del bisonte en invierno. Como la pequeña sombra que corre en el pasto y se pierde en el crepúsculo”.

Fraternidad, democracia universal, la de los difuntos. A la muerte del emperador de Austria, llevan el cuerpo hasta la puerta del templo. El chambelán toca. Le contestan: ¿Quién toca? —El emperador.— No sé quién es. Toca de nuevo el chambelán y cuando le preguntan quién, contesta: El emperador Francisco José. No lo conocemos. A la tercera, el chambelán dice: el hermano Francisco y se abre la puerta. No hay emperador, ni presidente, ni billonario en la democracia de los difuntos, de los pecadores unidos en la espera del Día del Juicio, día de cólera y día terrible… En la Divina Comedia de Dante, hay papas y emperadores en el infierno como en el purgatorio, en compañía de gente de toda categoría: igualdad en la muerte, igualdad en su visión de la eternidad.

Investigador del CIDE.
Jean.meyer@ cide.edu

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