“El mundo no nos fue heredado por nuestros padres, nos ha sido prestado por nuestros hijos”, dijo alguna vez Luis Donaldo Colosio, como nos lo recordó su hijo, hace unas semanas. Pocos días después, Homero Aridjis afirmó, con toda razón que “por corrupción moral, omisión moral muy grave o ignorancia, no hay un solo aspirante que aborde el tema ambiental, aunque México vive un desastre ecológico”. El desastre ecológico tiene una dimensión planetaria, pero eso no es una excusa. Aridjis toca el mismo tema que Colosio: “¿Qué país vamos a dejar a los niños, a las nuevas generaciones?”. Me permito parafrasear al poeta diciendo que ningún candidato ve más allá de un horizonte electoral de seis años, en lugar de “contemplar a México como el país permanente que es, que no es solamente un país de ayer, de la última elección”, sino el país de mañana y pasado.

El tema de la solidaridad entre las generaciones es un tema muy antiguo y, sin embargo, bastante olvidado, tan olvidado como el tema de la ética política. El generoso Edmund Burke subrayaba que una sociedad está compuesta de los muertos (y Chateaubriand decía “los muertos son mi familia, no los olvido nunca”), los vivos y los por venir; que los ancianos renacen en los nuevos. Nuestra sociedad, que vive en la inmediatez, no sé si olvida a los muertos una vez cremados, pero sé que olvida la responsabilidad hacia el mañana y no se preocupa por una “política del futuro”.

El admirable poeta provenzal René Char nos dice que “ningún testamento precedió nuestra herencia”; la recibimos como un regalo. Tampoco haremos testamentos a favor de nuestros hijos e hijas, nietas y nietos, pero les dejaremos una herencia que bien podría ser desastrosa. Recibimos. ¿Qué daremos? De seguir así, nuestro don será envenenado, como nuestras lagunas, nuestros ríos y el aire y la tierra. Contaminación física y simbólica. Destrucción por un consumo desenfrenado de los recursos naturales que lleva algunos científicos en armar un guión de ciencia-ficción, con emigración hacía Marte o mucho más allá en el cosmos.

Nuestros partidos, en lugar de pelear el poder como botín, deberían ponerse de acuerdo para elaborar un plan a cincuenta, a cien años. Se trata de justicia entre las generaciones, una solidaridad justa entre grupos de personas nacidos en periodos distintos; eso abarca todos los envites actuales: medio ambiente, para limitar el recalentamiento, limpiar todo lo que contaminamos, preservar lo que queda de fauna, flora, recursos naturales; medio social: ¿se vale heredar a los que siguen una enorme deuda pública? ¿Cómo armar un sistema de pensiones y de salud que sea justo para los que trabajaron sin aplastar a los que lo financiarán? Deberían los políticos pensar en las consecuencias sociales (y ambientales) a mediano y largo plazo, de su gestión presente. En un país como el nuestro, con políticos que no ven más allá de su nariz, o sea de la próxima elección, la regla es que el nuevo alcalde destruya lo que el anterior pudo hacer en tres años, que el nuevo presidente borre lo que su predecesor hizo en seis años, borrando lo bueno, desde luego.

La teoría de la justicia entre las generaciones, si se aplicase, nos llevaría a fundar una seria política del futuro. Ya lo decía John Locke, en 1690, en su El segundo tratado de gobierno, cuando precisaba que “una apropiación es legítima siempre y cuando lo que deja en común para los otros tiene una cantidad suficiente y una calidad así de buena”. ¿Qué cantidad, qué calidad dejaremos mañana en cuanto a recursos naturales? El tema de la justicia entre las generaciones surge precisamente ahora porque las generaciones anteriores, y las nuestras, tienen una responsabilidad histórica indiscutible. La revolución industrial, que permitió el crecimiento demográfico acelerado y la elevación del nivel de vida, presenta ahora una factura elevada. Nos tocaría, en buena justicia, asumir parte del costo, para no dejar una deuda enorme a los que nacen hoy y nacerán mañana. Cito de nuevo a Albert Camus: “Mi generación sabe que no va a rehacer el mundo. Puede que le toque una tarea mayor. Impedir que el mundo se deshaga”.

nvestigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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