Se nos va el mejor y el más amistoso de todos los embajadores soviéticos y rusos que conocí; debo decir que conocí sólo el último y longevo diplomático soviético, una persona muy agradable y apreciada en México. Se nos va Eduard Malayán al término de una fructífera estancia de seis años. Ni modo, pero lo vamos a extrañar. Con razón se comenta que era el embajador más popular en México, en gran parte por su extraordinario sentido del humor. El historiador no puede resistirse a confirmar lo que se decía, antes de la desaparición de la URSS y en tiempo de la Perestroika: “el resurgimiento del humor ruso se ha beneficiado de la asimilación positiva de grupos minoritarios, tales como los armenios, dueños de una civilización oriental muy antigua, con un folklore fabuloso, acumulado a lo largo de siglos de persecución, nomadismo y aventuras comerciales”. Como botón de muestra, les digo que armenios llegaron a nuestra Nueva España en el siglo XVII, y también en el Porfiriato, a tiempo para participar en la Revolución mexicana.

Tanto rodeo para señalar que, en los últimos años, tuvimos a dos embajadores armenios en la Ciudad de México, el de la República de Armenia, y el de la Federación de Rusia, Eduard Malayán, ruso con raíces armenias, como lo manifiesta su apellido. Tuve el honor y el gusto de conocer a don Eduard precisamente en una cena ofrecida por la comunidad armenia de México y lo escuché, con gran interés, contarme, en un francés perfecto, la larga historia común de Rusia y Armenia. Riéndose, contó que, cuando era estudiante, para entrar al servicio diplomático, el equivalente de nuestro “radio-pasillo” se llamaba “radio Armenia”, como fuente de chistes y comentarios humorísticos sobre la vida política, la vida a secas de la URSS. Un ejemplo: “¿Qué es lo primero que hace el trabajador soviético cuando llega a su casa? —Saca las manos de las bolsas”. Otro: “Hacen como que nos pagan; hacemos como que trabajamos”.

Más seriamente, hay que saber que desde principios del siglo XIX, para bien y para mal, armenios y rusos han sido inseparables en la prosperidad y en las desgracias. La historia política de Armenia se remonta al siglo IX antes de Cristo, la de Rusia al siglo IX después de Cristo, pero armenios y rusos cayeron juntos bajo el dominio mongol. Luego, mientras el Gran Ducado de Moscú se transformaba en imperio de todas las Rusias, los armenios quedaron atrapados entre dos imperios rivales, persa y otomano. Sin Estado, los armenios supieron conservar su cultura y su Iglesia cristiana. A principios del siglo XIX, los rusos derrotaron a Persia y anexaron varios territorios armenios; en seguida, le tocó a Turquía ceder distritos armenios, y otra vez en 1878; siguió existiendo una Armenia otomana, pero ahora crecía la Armenia rusa, polo de atracción para todos los armenios, expuestos periódicamente a masacres en el imperio otomano (200 mil muertos en 1894-1896, 30 mil en 1909).

Sin embargo, nadie pudo prever la tragedia de los años 1915-1922, en el marco de la primera guerra mundial que vio, en la región, el enfrentamiento entre los ejércitos turcos y rusos. El triunvirato nacionalista turco aprovechó las primeras derrotas para acusar a los armenios de ser el caballo de Troya de los rusos y decretar su deportación hacia el desierto de Siria, éxodo que resultó, de hecho, un genocidio.

A consecuencia de la revolución en Rusia y del derrumbe del imperio otomano, surgió una Armenia independiente que desapareció en 1920 en medio de la tormenta bélica. Quedó una Armenia soviética, más pequeña que la antigua Armenia rusa, víctima de Stalin, campeón de la erradicación de “los nacionalismos reaccionarios”. Los últimos treinta años de la URSS vieron el crecimiento demográfico y económico de Armenia, así como su renacimiento cultural. En toda la URSS, los armenios llevaron su dinamismo, creatividad y sentido del humor. Eduard Malayán es el digno representante de ese mundo.


Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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