Thornton Wilder, en El octavo día, alaba a unos hombres y mujeres que ha definido en términos negativos: carentes de miedo, egoísmo, interés, sentido del humor, habitualmente sin formación, y se pregunta: ¿Dónde reside su valor? Contesta: “No elegimos el día de nuestro nacimiento ni debemos elegir el de nuestra muerte, sin embargo, la capacidad de elección es la facultad suprema de la mente. No elegimos a nuestros padres, el color de nuestra piel, nuestro sexo, estado de salud y atributos. Somos arrojados a la existencia, como los dados de un cubilete. Barreras y muros de prisión nos rodean a nosotros y a nuestro entorno; en todas partes, impedimentos internos y externos”. Sin embargo, prosigue, estos hombres y mujeres (ustedes y yo) “están seguros de que una pequeña parte de cuanto nos es dado es gratuito. Exploran a diario el ejercicio de la libertad. Sus ojos están puestos en el futuro. Cuando llegan las horas más negras, se contienen. Salvan ciudades (o, habiendo fracasado, su ejemplo salva otras ciudades). Se enfrentan a la injusticia”.

Nuestra capacidad de elección… nuestros ojos puestos en el futuro. Aquí estamos, a la hora de las elecciones, en este 1 de julio de 2018. ¿Salvaremos la Ciudad? Es un poco tarde para escribir una reflexión electoral, cuando cientos, miles de analistas, periodistas, comentaristas lo han hecho a lo largo de los últimos meses, últimos años; lo hago motivado por mi condición de presidente de casilla y también por los insultos que me valió mi artículo Los pasos de López. No faltó quien me calificara de “sionista parásito de México”, compañero del “sinarquista Zaid” y me mandara a Israel. No me sorprende la violencia de esas reacciones, que no tienen nada que ver con el “amor y paz” de nuestro próximo presidente. Aún les falta aprender que la democracia sin adjetivos es el remedio a la guerra civil.

Los griegos entendieron y nos enseñaron que, en los asuntos humanos, nunca hay un bien totalmente opuesto a un mal; que el gran problema en política es encontrar composiciones para unir, si no a los contrarios, a lo menos cosas contradictorias. Por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador, alguna vez, definió así la cuarta transformación del país que piensa realizar: “Un migrante me dijo: ‘Juárez separó a la Iglesia del Estado, a usted le toca separar el Estado del poder económico’”. Pero sus economistas saben, y él mismo lo ha dicho, que en una sociedad capitalista democrática el Estado y los empresarios se requieren mutuamente; tienen que buscar una cooperación equilibrada que no ponga al Estado al servicio del capital ni destruya o ahuyente los capitales nacionales e internacionales.

El verdadero régimen democrático es incompatible con el poder personal y, por consecuente, cuando hay una cuestión, el debate, el diálogo es necesario; surgen entonces argumentos racionales, en el mejor de los casos, pero, de todos modos, al final, quedan dos o tres bandos, discursos opuestos, de modo que hay que votar: se manifiestan una mayoría y una minoría. Es una guerra civil virtual que las instituciones canalizan. Dirigir democráticamente la Ciudad, el país, es prever para evitar la guerra civil. Bien lo dijo el historiador marxista Moses Finley: “Son los griegos los que descubrieron, no solamente la democracia, sino también la política como arte de llegar a decisiones por la discusión y de obedecer a esas decisiones como condición necesaria a una existencia social civilizada”.

No falta quien me reclama mi gusto por las citas de otros autores; puede que sea una deformación profesional, la del lector y docente, pero es también el gusto de compartir con los lectores. Por ejemplo, esa reflexión de Montesquieu que sigue actual: “El espíritu del ciudadano es el deseo de ver orden en el Estado, sentir alegría en la tranquilidad pública, en la exacta administración de la justicia, en la certeza de jueces, en la prosperidad de gobernantes, el respeto de las leyes, la estabilidad de la república”. Podría seguir, puesto que el texto es largo y hermoso. Por lo pronto le deseo suerte a nuestro futuro Presidente, porque suerte nos deseo a todos.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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