El Doctor Faustus estaría contento al ver la capacidad del hombre en “dominar” la naturaleza, pero Mefistófeles le soplaría al oído: “Cuál dominar? Más bien destruir. Parece que tus alumnos quieren suicidarse”. Patear el pesebre, cagar en el nido es lo que estamos haciendo con ganas y el resultado es muy violento. Dominación: 70% de las aves del mundo se encuentra preso en nuestros criaderos, verdaderos campos de concentración para las pobres gallinas; 60% de los mamíferos se crían en establos, muchas veces en condiciones “inhumanas”.

Destrucción: en Europa del Oeste, en quince años, la tercera parte de los pájaros de los campos ha desaparecido; en Francia, estudios muy serios señalan un declino “catastrófico, próximo a la catástrofe ecológica. Esas aves desaparecen a una velocidad vertiginosa”, debido a las prácticas de la agricultura moderna. El fenómeno aceleró a partir de 2008-2009, “periodo que corresponde a un boom en el precio del trigo” que indujo a los agricultores a retomar “un exceso de fertilizante con nitrato que permite lograr un trigo sobreproteinado, más la generalización de los neonicotinoides”; aquellos son insecticidas neurotóxicos muy persistentes que provocan la muerte de las abejas y de muchos insectos (alimentos de los pájaros). Y directamente de las aves.

Los insectos han sufrido un derrumbe de 80% en treinta años en Europa. Estados Unidos sigue el mismo esquema; me temo que en México les ganemos. A fines del año pasado, investigadores ingleses y alemanes publicaron el resultado de largos estudios en la revista Plos One. En Alemania, el número de insectos voladores bajó de 80 a 75%; estudios semejantes en Francia, aún no publicados, mencionan una reducción de 85% en los últimos 23 años. Como muchos pájaros granívoros pasan por una etapa insectívora al principio de su vida, ustedes pueden entender la cadena de desastres que provocamos. El biólogo Frédéric Jiguet explica: “El hecho que las aves van mal indica que es el conjunto de la cadena alimentaria que va mal. Eso incluye la microfauna de los suelos, es decir, lo que da vida al suelo y permite las actividades agrícolas.” (Le Monde, 31 marzo 2018, p.6).

Otro biólogo, Romain Julliard, lamenta “el derrumbe de la biodiversidad silvestre. La erosión afecta todos los niveles: insectos, entre los cuales se encuentran mariposas y polinizadores, la flora que los agricultores consideran como yerba mala, y los pájaros”. Dice que urge reducir la intensificación de la agricultura y encontrar mecanismos financieros para ayudar a los agricultores a defender la biodiversidad. Toda una revolución económica y mental.

Cuando uno ve lo que pasa en nuestro país y en América Latina, regiones para las cuales tengo información, no puede ser optimista. La deforestación en Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay, para cultivar soja, ha sido imparable; es más, ha sido alentada por los gobiernos y se desató la especulación en grande. El resultado es un avance mortífero de la frontera agrícola. En El País del 3 de febrero, bajo la pluma de Ramiro Barreiro, usted puede leer que la selva del Chaco, al Norte de Argentina, confines con el Chaco boliviano y el Mato Grosso brasileño, ha perdido ocho millones de hectáreas de bosque desde 1990. Las Leyes de bosques de los tres países no son observadas y por más que diga lo contrario el gobierno de Brasilia, la deforestación de las Amazonas es imparable: perdieron 6 mil 200 kilómetros cuadrados de árboles en 2015, y la sábana brasileña perdió otros 9 mil 400 kilómetros cuadrados. El sureste asiático conoce el mismo fenómeno con la especulación sobre el aceite de palma, “oro verde”, como nuestro aguacate cuya extensión provoca la destrucción masiva de los bosques y de la biodiversidad. ¿Qué le vamos a hacer? Nada, me temo. En lugar de seguir una política de avestruz y de pensar, sin decirlo, “después de mí, qué venga el diluvio”, nuestro nuevo gobierno debería lanzar un ambicioso programa de conservación y rescate. Hasta podría ser negocio.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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