Maximilian Karl Emil Weber, reconocido por muchos como el padre de la sociología y con el nombre abreviado de Max Weber, nació en 1864 en Alemania y murió a los 56 años, poco después de que terminó la Primera Guerra Mundial el día 11, del mes 11, a las 11 de 1918. Hombre excepcional por su erudición, fue reconocido además como historiador, politólogo, filósofo, jurista y economista, y dictó cátedra en la Universidad de Múnich, una de las más prestigiadas de Europa, porque cuenta entre sus miembros con 34 personas galardonas con el premio Nobel.

Weber acuño las dos acepciones con las se define a la burocracia, la primera como una forma de organización administrativa de los gobiernos, y la segunda, como aquel sector del gobierno que produce problemas de “papeleo”, tramites que pueden resultar tediosos, de poca creatividad.

Para los mexicanos la burocracia no es un término feliz, más bien su sentido es peyorativo, en el imaginario nos lleva de inmediato a considerar al gobierno como ineficiente, nos habla de largas filas, trámites interminables, papeleos absurdos, pérdida de tiempo y, generalmente, nos lleva al concepto de que los del gobierno encabezan administraciones fallidas, lentas y de pocos resultados.

Esto viene a colación porque después del sismo del 19 de septiembre del año pasado, los gobiernos se muestran lentos, burocráticos e ineficientes en los hechos; nuestro entorno es que miles de familias siguen viviendo a la intemperie y en el desamparo, situación que contrasta con los miles de spots que pretenden dibujar una realidad que no existe.

Morelos fue uno de los estados más dañados en el S-19, miles de familias perdieron su patrimonio y Jojutla es el vivo ejemplo de la ineficiencia del Gobierno, porque a la fecha las familias viven todavía en campamentos y otras en tiendas de campaña dentro de los lotes o predios donde algún día se ubicó su techo.

Pero el colmo de la burocracia en Morelos se vive en el sector educativo. Acá fueron casi 40 las escuelas que deben demolerse para construir desde cero, y son cientas las escuelas que requieren reparaciones de diverso grado para que los alumnos y maestros regresen a sus aulas.

Pues bien, después de casi 120 días de haber ocurrido el fenómeno natural, y que el gobernador del estado dispuso de más de 650 millones de pesos líquidos, que le fueron situados en las cuentas bancarias de la entidad, como parte del apoyo federal que el Fonden entregó de inmediato ante el desastre, cualquiera esperaría que en estas fechas estuvieran celebrándose la entrega de nuevos planteles y salones de clases.

Mas no es así, en Morelos, la Secretaría de Educación estatal informó recientemente a los medios de comunicación que “hay atraso en la llegada de las aulas móviles para reanudar al 100% las clases en la entidad. Dijo que programaron 800 aulas (provisionales) de las cuales únicamente han sido instaladas 350”.

Imagínese usted: si en 120 días, contando con todos los recursos económicos, y con la posibilidad legal de hacer compras directas, sin licitación, no han sido capaces de comprar 800 aulas móviles, ¿para cuándo se recuperará la normalidad educativa en Morelos?

Por cierto, para darle el justo valor a las palabras, el ostentoso término “aula móvil” equivale a una carpa tubular con paredes de plástico blanco, que, en conocidísima tienda de mayoreo para negocios, se vende cada una en la cantidad de casi seis mil pesos y siempre hay disponibles.

Vicepresidente de la Cámara de Diputados.

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